Efemérides fascistas – Por Abel Prieto
Por Abel Prieto*
Tenochtitlán cayó en manos de Hernán Cortés el 13 de agosto de 1521. Al cumplirse 500 años de aquella jornada de horror y barbarie, celebrada con júbilo por los más feroces conquistadores, México rindió homenaje a la Resistencia Indígena.
El presidente Manuel López Obrador, al inaugurar una maqueta conmemorativa del Templo Mayor azteca en la Plaza del Zócalo, rebatió todos los falsos argumentos de quienes «tienden a justificar la invasión en nombre de la libertad, la fe, la superioridad racial o de la civilización». El triunfo de los invasores europeos inauguró «una era de violencia, sobreexplotación, esclavitud, desánimo y tristeza» para los pueblos indígenas.
Y añadió: «Este desastre, cataclismo, catástrofe, como se le quiera llamar, permite sostener que la Conquista fue un rotundo fracaso. ¿De qué civilización se puede hablar si se pierde la vida de millones de seres humanos (…)? ¿Valieron la pena tantas muertes, tanto pueblo arrasado, saqueado y quemado, tantas mujeres violadas, tantas atrocidades ordenadas por el mismo Cortés y por él relatadas en sus cartas al rey? (…) Durante los tres siglos de dominación colonial, los indígenas solo tuvieron dos opciones: sobrevivir en la pobreza (…), porque fueron despojados de sus mejores tierras, o (…) trabajar en las minas o en las haciendas como esclavos»,
¿Y qué motivaciones reales impulsaron a los conquistadores? ¿Llevar la Palabra de Dios y de la Iglesia a unos paganos «salvajes»? ¿La noble intención de «civilizarlos»? La respuesta es simple y brutal: «El motivo primordial de dicha expedición fue el afán de riqueza», subrayó López Obrador. La ambición, el saqueo, la codicia más obscena, la pasión por el oro.
El Presidente mexicano extrajo, además, algunas enseñanzas de la tragedia para el presente y el futuro de la humanidad: «La gran lección de la llamada Conquista es que nada justifica imponer por la fuerza a otras naciones o culturas un modelo político, económico, social o religioso en aras del bien de los conquistados o con la excusa de la civilización. Pongamos fin a esos anacronismos, a esas atrocidades y digamos nunca más una invasión, una ocupación o una Conquista, aunque se emprenda en nombre de la fe, de la paz, de la civilización, de la democracia, de la libertad o, más grotesco aún, en nombre de los derechos humanos».
Un partido español de ultraderecha hizo, desde su perfil de Facebook, una evaluación muy diferente del 13 de agosto de 1521: «Tal día como hoy de hace 500 años, una tropa de españoles encabezada por Hernán Cortés y aliados nativos consiguieron la rendición de Tenochtitlán, en México. España logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas». Y concluye con una especie de eslogan patriotero: «Orgullosos de nuestra historia».
La referida agrupación política presume de sus antepasados franquistas y busca igualmente sus raíces, como vemos, en los ejecutores del monstruoso etnocidio llevado a cabo de este lado del Atlántico.
Para los neofascistas peninsulares de hoy, la Conquista tiene otros méritos, aparte de ser «evangelizadora» y «civilizadora»: hay que reconocerla como una admirable proeza «libertadora». Se trata de una apropiación del binomio fatídico «invasores-libertadores» que tanto ha usado el Imperio norteamericano desde su debut en Cuba en 1898 hasta «la guerra global contra el terrorismo» lanzada por George W. Bush.
Habría que preguntarse de qué otras fechas se nutre el calendario de efemérides fascistas de este partido. ¿Celebran el bombardeo de Guernica? ¿Y las decenas de miles de personas fusiladas o muertas de hambre y frío en las cárceles y campos de concentración del régimen franquista? ¿Aplauden con el mismo «orgullo de nuestra historia» los aniversarios de esas matanzas? ¿Están orgullosos del vil asesinato de Lorca? Volviendo al 13 de agosto de 1521 y a los dos modos irreconciliables de recordar esa fecha, me gustaría volver, una vez más, a López Obrador y evocar por un momento a Martí.
Un periódico muy reaccionario, también de España, reseñó el ya citado discurso del Presidente mexicano en la Plaza del Zócalo y dejó caer al paso, no sin cierta malignidad, que el mandatario es «de ascendencia española». Deslizaba así un turbio cuestionamiento en torno a la legitimidad de que un descendiente de los conquistadores se sienta con derecho a condenar sus crímenes contra otra raza. La respuesta a tal insinuación vergonzosa está en Martí, hijo directo de españoles, que nunca dudó sobre el lado en que debía ponerse ante la injusticia, la crueldad y la infamia: «Con Guaicaipuro, con Paramaconi, con Anacaona, con Hatuey hemos de estar [dijo] y no con las llamas que los quemaron, ni con las cuerdas que los ataron, ni con los aceros que los degollaron, ni con los perros que los mordieron».
Por último, me gustaría recomendar un texto del analista J. A. Téllez Villalón (https://culturayresistenciablog.wordpress.com), donde se comenta la estrecha alianza gestada entre los neofascistas herederos de Franco y Hernán Cortés y ese grupo tan ansioso de notoriedad que se ha articulado en torno a los planes subversivos contra la Revolución.
Al describir la manifestación anticubana organizada en Madrid el domingo 25 de julio, Téllez nos cuenta cómo uno de los protagonistas de «Patria y vida», en compañía de «los líderes más derechistas de la oligarquía hispana», lanzó un grito de melodramática resonancia colonial: «España es la madre patria y una madre nunca abandona a su hijo».
Téllez tiene razón cuando resalta el hecho contradictorio y caricaturesco de que aquellos «que se venden como defensores del sueño cubano levanten sus pancartas junto a quienes sienten nostalgia por la pesadilla franquista».
¿O estarán soñando unos y otros con una mortífera «invasión libertadora» para nuestro país, como la que masacró a los habitantes de Tenochtitlán hace 500 años?