Centroamérica, arribando a 200 años de independencia – Por Rafael Cuevas Molina

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Por Rafael Cuevas Molina*

El 15 de septiembre Centroamérica arriba a sus 200 años de independencia y lo hace en medio de la discusión y el desencuentro. Lo primero que lo alimenta es si debemos celebrar o conmemorar esta fecha. Los que piensan que debemos conmemorarla y no celebrarla tienen un eslogan: “no hay nada que celebrar”, y enarbolan nuestra realidad de pobreza, corrupción, violencia y, en general, todos los males que asolan a nuestras pequeñas repúblicas.

Se trata, dicen, remitiendo al título de uno de los libros emblemáticos de la historiografía crítica guatemalteca, de la patria del criollo, la que no hizo más que perpetuar, con otro ropaje, los males de más de 300 años de coloniaje español. Unas repúblicas (o republiquetas) cuyas clases dominantes no dudaron en incorporar formas de explotación coloniales, y que reprodujeron una sociedad estamental en la que el color de la piel y los rasgos físicos ubican a la gente en la pirámide social.

Las realidades contemporáneas de nuestros países alimentan tal visión crítica de la fecha. Centroamérica es una región en la que el autoritarismo gana terreno de diferentes formas, desde los arrebatos de dictadorzuelo de opereta del presidente salvadoreño, hasta los gestos de intolerancia autoritaria del sandinismo sui géneris que se encuentra en el poder en Nicaragua.

Ni siquiera el trapito de dominguear de la región, que es Costa Rica, se salva, porque en el contexto de la crisis fiscal en la que se encuentra sumida, que ha motivado el descontento y las protestas de amplios sectores de la población, no ha vacilado en restringir libertades sindicales que amordazan las manifestaciones de disconformidad y oposición.

El bicentenario también encuentra a nuestros países haciéndole honores a las calidades que dieron origen al mote de repúblicas bananeras, porque la corrupción campea como Pedro por su casa cada vez de manera más abierta y cínica. Véase lo que sucede en Honduras, por ejemplo, en donde el entorno del primer mandatario, incluyendo a su hermano y a él mismo, se ve involucrado en negocios del narcotráfico que inunda a la región. O en Guatemala, en donde hasta los recursos que deberían ser destinados para el combate a la pandemia del Coronavirus son festinados entre quienes llegan al poder bajo la consigna de “a mí no me den, pónganme en donde haya”.

La lista de males endémicos que caracterizan a nuestros países es interminable y, ciertamente, en estas condiciones hay poco que celebrar, pero no faltan quienes echan las campanas al vuelo, y organizan festejos que recuerdan, por su descontextualización, los templos a Minerva levantados por el dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, en la primera mitad del siglo XX, en medio de la exuberante vegetación tropical. Se gastan miles de dólares en lucecitas de colores y fuegos artificiales, mientras las escuelas y los hospitales se caen a pedazos, los infectados por el coronavirus no encuentran cama y niños y jóvenes sufren el impacto de la suspensión de lecciones.

La independencia de nuestros países debe entenderse como parte de la primera ola de liberación del tutelaje colonial que no tuvo su culminación sino hasta mediados del siglo XX, cuando países de África y Asia llevaron adelante el proceso que nosotros habíamos iniciado más de un siglo antes.

En este sentido, no podemos ver este momento histórico banalmente, como algo que no valió la pena. El problema es, por un lado, la herencia con la que contamos para iniciar nuestros pasos independientes, la colonial, que nos marcó de por vida. Y, por otro, los grupos sociales que comandaron la construcción de nuestras naciones independientes, que solo supieron ver y construir en función de sus propios y estrechos intereses.

Países pequeños y pobres, como somos, estamos todavía a la espera de “una segunda oportunidad sobre la Tierra”, de “nuestra segunda independencia”, la que ojalá sea la real y definitiva.

* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.


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