Lo que le debemos a la ciencia – Por Víctor de Currea-Lugo

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Por Víctor de Currea-Lugo*

Es increíble lo peligroso que es, en estos días, defender la ciencia, incluso en grupos de médicos. Pero, tal vez, lo peor se ve en ciertos grupos de activistas de izquierda. La posmodernidad y la veneración a la cultura y a lo local se han impuesto: ya no hay nada universal, todo es relativo, ya no hay grandes relatos.

Las tendencias “post-pluri-multi-culti” han tomado el micrófono con una actitud digna de la Santa Inquisición que no permite voces diferentes aunque, teóricamente, su bandera sea la lucha por la diferencia. Con la muerte de los grandes relatos, la paradoja posmoderna de izquierda cita los derechos humanos, pero los vacía de contenido.

La terca realidad se resiste: la física, la biología y la química siguen gobernando el mundo, así los vitalistas y los esencialistas ocupen los estantes de las librerías, así haya secciones de “ciencias ocultas” y de “medicinas alternativas”.

Los lápices se afilan, como cuando se pule una espada para imponer el lenguaje correcto. Por eso, las reuniones donde la ciencia se sienta en la última fila como invitada de piedra son una procesión de frases hechas, dogmas de fe, invocaciones sociojurídicas y citas intelectuales, con correcciones entre los asistentes sobre la forma de llamar o dejar de llamar.

Algunos enemigos de la ciencia, especialmente los posmodernos, no aceptan la existencia de una única verdad. Para ellos, existen tantas verdades como observadores y todas  igual de válidas. Bajo esa premisa, me resulta difícil, sin caer en la esquizofrenia, aceptar las comisiones de la verdad de los conflictos armados o, más aún, decirle a las víctimas de los falsos positivos que simplemente la verdad es un asunto “relativo”.

Lo mismo pasa en la pandemia: se piden vacunas al tiempo que se invocan las medicinas tradicionales, se citan informes científicos que se matizan con citas de Lyotard y de otros autores que entre más nuevos y desconocidos son más contundentes.

¿Podemos renunciar a la ciencia desde la izquierda?

No voy a preguntar si otra izquierda es posible, pero me pregunto si las luchas de la izquierda son posibles botando la ciencia a la basura, con ese desdén posmoderno que se impone como dogma.

Por ejemplo, cuando se pide reconocimiento legal del aborto y derecho a una atención digna ¿alguien plantea un modelo de aborto tradicional? Creo que (casi) todo el mundo pide que la ciencia sea el método para un aborto seguro que evite la mortalidad.

También es gracias a la ciencia que las familias de las personas desaparecidas han podido reconocer restos óseos. Los estudios genéticos han permitido hasta reunificar los hijos de los desaparecidos con sus abuelos.

Los ambientalistas saben que los debates sobre energías, como la eólica o la geotérmica, se discuten con datos científicos en la mano. Temas como la deforestación, el deshielo de los polos, los huracanes y tifones, por ejemplo, se alimentan de mucha información científica que no es marginal, sino central en la toma de decisiones.

Los debates en Colombia sobre la aspersión aérea con glifosato y sobre el uso del fracking para la extracción de hidrocarburos, también se dan en espacios técnico-científicos, más allá de narrativas, de imaginarios y de construcciones culturales.

Si aceptáramos, en aras de la discusión, las metas del milenio de la ONU como una prioridad, veríamos que varios de ellos dependen precisamente de la ciencia para su garantía. Vale mencionar la reducción de la mortalidad infantil, el mejoramiento de la salud materna, la lucha contra el VIH/Sida, la malaria y la tuberculosis.

El acceso al agua potable (y la calidad misma del agua potable) es un dato medible y comprobable. Una mirada científica no puede aceptar, en aras de la tolerancia, que las putrefactas aguas del río Ganges son una oferta saludable por más que allí hagan ceremonias.

En el ámbito de la salud es más fácil defender la ciencia por la contundencia de las pruebas, pero, paradójicamente, hay más resistencia al hablar de temas de salud en espacios sociales. Aunque haya suficientes pruebas para asociar depresión y niveles de serotonina, una parte de la sociedad sigue insistiendo en que la depresión se cura “poniendo de su parte”. Pero no. Hay una explicación química, como en el caso de la diabetes, el hipotiroidismo y cientos de enfermedades.

Valga aquí un comentario personal: mi experiencia viendo la llamada “medicina tradicional” en Sudán, Sahara Occidental, Birmania y Colombia es que parece más un espacio de resignación a la falta de acceso a la ciencia médica que un espacio de realización del derecho a la salud desde la cultura.

Pero hay un miedo infantil que compara la ciencia con el fascismo y que crea prejuicios para el debate. Es cierto que hubo psiquiatras al servicios de dictaduras y médicos torturadores, pero ninguna de estas dos realidades desdice del potencial de los antibióticos ni de las ventajas de las vacunas.

La ciencia y la pandemia

Creo que en esta pandemia los antivacunas han sido derrotados, pero ellos persisten. Claro que hay dudas válidas frente a la vacunación, las cuales son estudiadas por la ciencia misma y no deben ser ocultadas. Es precisamente la ciencia, y no los chamanes, la que mostró la relación entre trombosis y la vacuna de AstraZeneca.

La ciencia ha seguido siendo atacada desde las conspiraciones que ven pedazos del virus de Sida en el virus de la Covid y pedazos de placenta en las vacunas. Hay quienes dicen que sí, que en esta pandemia es bienvenida la ciencia, pero en el resto de cosas de la salud pues no. Es decir, que para el reconocimiento del papel de la ciencia en la salud parece que se van a necesitar varias pandemias.

Sí, algunos andan más perdidos que un posmoderno en un hospital, especialmente cuando descubre que el cáncer (por ejemplo) no es una construcción social ni los antibióticos una conspiración. Y es duro para los aduladores de Foucault (quien acierta en muchas cosas, pero no en todas) cuando descubren que la enfermedad sí sucede en una geografía determinada que es la del cuerpo humano.

En los últimos 40 años, la ciencia ha evolucionado más que en los siglos anteriores. Condenar los hallazgos recientes por lo que pasó en el siglo XIX es una torpeza. La química no es hija de la alquimia, por más que se puje para acomodarlas juntas. Así como la astronomía y la astrología son cosas diferentes, aunque suenen parecidas.

La ciencia no es solo un instrumento para usarlo al acomodo, es una forma de ver el mundo, es un camino para construir una ciudadanía responsable, una fuente sólida para hablar de temas que van desde el reciclaje hasta la prevención de enfermedades. Y ahora en medio de una pandemia es el conocimiento científico el que nos ilumina por dónde ir, aunque no hay peor ciego que el que no quiere ver.

PD: El Estado también desecha la ciencia cuando toma decisiones basadas en el clientelismo, la burocracia, el libre mercado y no en las evidencias científicas.

*Médico, profesor universitario, escritor, trabajador humanitario y periodista.

victordecurrealugo.com


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