El Reino y la avanzada del poder evangélico en América Latina – Por Gerardo Szalkowicz
Por Gerardo Szalkowicz – Editor de NODAL
La historia de una familia a cargo de un templo evangélico, inmersa en una oscura trama de poder que entrelaza la política más turbia, la Justicia, el empresariado y los servicios de inteligencia, hizo de El Reino la serie furor del momento. Pero más allá de sus destacadas virtudes cinéfilas, el thriller logró poner en debate un fenómeno clave: la acelerada incursión de las iglesias evangélicas en la política latinoamericana.
En las últimas décadas se dio una transformación demográfica en la religiosidad del continente, marcada por la debacle de la Iglesia católica y el vertiginoso ascenso de la población evangélica, que pasó del 3% a más del 20% en 60 años. Si bien el mundo evangélico abarca diversidad de corrientes y denominaciones, son las neopentecostales las protagonistas de este auge y de la apuesta a copar la institucionalidad.
Su principal acierto fue la penetración en las barriadas populares y la capacidad de contención a personas vulneradas, canalizando desesperos y desesperanzas. Lo mismo en las cárceles. Interpelan con la oratoria de líderes carismáticos generando un vínculo emocional y un sentido de pertenencia envidiable. Complementan su despliegue territorial con esas mega-iglesias en suntuosos edificios en centros urbanos, emisoras de radio y televisión, colegios, bandas musicales, indumentaria y más. Toda una industria cultural que potencia su masividad.
Desde esa masividad y ese magnetismo de sus pastores y telepredicadores, sus dirigentes percibieron la eficacia del “voto evangélico” y comenzaron a meterse en cargos legislativos o locales, casi siempre desde espacios de derecha y ultraderecha. Ante el creciente desprestigio de los partidos tradicionales, aparecen como la cara renovada de las fuerzas conservadoras para combatir la ampliación de derechos como el aborto legal o el matrimonio igualitario.
Las fronteras entre religión y política siempre fueron difusas. Pero la ambición de esta rama eclesiástica por dominar estructuras de poder, como soportes del credo neoliberal y primera línea de la tropa anti-derechos, da cuenta de un fuerte reimpulso de la religión como herramienta política.
Alerta que caminan
Los evangélicos se escindieron de la Iglesia Católica con la reforma protestante del siglo XVI. A comienzos del siglo XX surge en Estados Unidos la corriente Pentecostal, que se expande en América Latina en la década de 1970 para hacer un contrapeso al avance de la Teología de la Liberación. En 1982 llega a la presidencia de Guatemala -mediante un golpe de Estado- el militar y pastor evangélico José Efraín Ríos Montt, años después condenado por genocida.
Otro antecedente lleva el sello de otro devenido dictador, el peruano-japonés Alberto Fujimori, quien ganó las presidenciales de 1990 gracias al apoyo de algunas iglesias evangélicas. Luego puso de vicepresidente a Carlos García, un pastor de la Iglesia Bautista, y unos 50 fieles evangélicos fueron candidatos al Congreso por su partido. Treinta años después, la Unión de Iglesias Cristianas Evangélicas jugó fuerte para el tercer -y frustrado- intento de su hija Keiko por llegar a la presidencia.
Pero sin dudas fue Brasil el núcleo de expansión de las iglesias evangélicas en Suramérica, diseminando pastores por toda la región. También es el país con mayor involucramiento político, sobre todo desde la Iglesia Universal del Reino de Dios y su poderoso multimedio Grupo Record.
Un poder que se estructuró en torno a la “bancada de la Biblia”, con decenas de legisladores, y que logró colocar al pastor Marcelo Crivella como alcalde de Río de Janeiro, destituido y preso en 2020 por corrupción. El mayor hito de la potencia evangélica fue su rol en el triunfo de Jair Messias Bolsonaro, quien fuera bautizado en el Río Jordán por un pastor evangélico. La semana pasada, Bolsonaro propuso a un pastor para la Corte Suprema y así cumplir su promesa de poner un juez “terriblemente evangélico”.
El factor eclesiástico también fue protagonista en el golpe de Estado en Bolivia en 2019. “La Biblia vuelve a entrar al Palacio”, gritaba sonriente la presidenta de facto Jeanine Áñez levantando un ejemplar gigante mientras asumía rodeada de militares. El día anterior, el empresario Luis Fernando Camacho, principal promotor del golpe, posaba arrodillado en la misma Casa de Gobierno también con Biblia en mano: “La Pachamama nunca volverá al Palacio. Bolivia es de Cristo”. La trama golpista había contado con el apoyo de la Iglesia y de los líderes evangélicos.
Centroamérica es otro epicentro de la incursión evangélica en la arena política. Guatemala tuvo como presidente entre 2016 y 2020 al teólogo evangélico Jimmy Morales, en Costa Rica llegó al balotagge de 2018 el predicador evangélico Fabricio Alvarado y en El Salvador gobierna Nayib Bukele, otro exponente de esa iglesia que llegó a militarizar el Congreso vociferando oraciones y prédicas.
En Colombia, los pastores evangélicos -aliados del expresidente Álvaro Uribe- mostraron su peso en las urnas cuando impulsaron el NO en el plebiscito para ratificar el Acuerdo de Paz entre el gobierno y las FARC en 2016.
Si bien algunos líderes progresistas como Lula o Andrés Manuel López Obrador también han hecho alianzas con sectores evangélicos, es nítida la hegemonía de la orientación reaccionaria, con el caso del apoyo a Donald Trump como máxima expresión.
La cruzada es integral y apunta a la disputa de sentidos. “El explosivo crecimiento de la corriente neopentecostal en América Latina constituye una emergencia conservadora de gran eficacia en el plano de la micropolítica, es decir en la lucha por la constitución de las subjetividades contemporáneas”, analiza un completo informe del Instituto Tricontinental.
Argentina: el futuro llegó
El Reino es una ficción. “Pero una ficción que contiene elementos tomados de realidades”, explica su director Marcelo Piñeyro. Realidades que en Argentina aún no muestran una dimensión superlativa. Por Ahora. La apuesta más fuerte fue la movilización callejera contra la legalización del aborto, además de un fallido intento por posicionar en 2018 al diputado salteño Alfredo Olmedo.
La Alianza Cristiana de las Iglesias Evangélicas (ACIERA), que salió con los tapones de punta contra la serie, supo tejer buenos vínculos con varios dirigentes de Juntos por el Cambio; en 2019 el macrismo postuló a seis evangélicos para el Congreso y el exmilitar Juan José Gómez Centurión tuvo como compañera de fórmula a la referente evangélica Cynthia Hotton. Para las legislativas de este año se presentan decenas de candidaturas evangélicas, tanto en JXC como en espacios nuevos como el Frente +Valores o el Partido Celeste. Como en otras latitudes, el salto a la política del poder evangélico viene por derecha.