Consecuencias para las y los trabajadores de la educación en Brasil

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El coronashock también tuvo importantes efectos sobre el mundo del trabajo. Como ocurrió en otras actividades, el ejercicio de la docencia se realiza ahora en su mayoría desde los hogares de lxs trabajadorxs, en el formato de home office. Según datos de 2020 del Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos (DIEESE), cerca del 10% de la fuerza de trabajo brasileña realizaba actividades de home office en julio de 2020. Sin embargo, cuando observamos los datos sobre lxs educadores la situación es muy diferente. Datos de la encuesta de hogares PNAD COVID-19 muestran que más del 96% de lxs profesores trabajaron en su domicilio entre mayo y noviembre de 2020 (IBGE, 2020).

Margot Andras relata que la mayor parte de lxs educadores que acuden al sindicato reclama por el aumento de la carga de trabajo y por el cansancio. “Todo el mundo está agotado, todo el mundo agotado. Porque ya no tenemos nuestro ambiente de trabajo delimitado. Tenemos la sensación de estar siempre trabajando. Creo que esto le pasa a todo el mundo. Estamos atrapadxs en el trabajo”. Producto del agotamiento físico y emocional generalizado, quien tiene alguna alternativa está buscando otro tipo de trabajo o cambiando de profesión. Pero no se trata solo de un efecto psicológico. En realidad, eso es parte de un cambio cualitativo en la forma de trabajar, porque el tiempo y el espacio de trabajo se modificaron y lxs trabajadorxs del área de la educación sintieron eso fuertemente.

Margot afirma que hay un estrés generalizado: “la acumulación de trabajo aumentó mucho, porque con el trabajo remoto lxs profesores han tenido que dedicar más tiempo, unirse a grupos de Whatsapp para responder a lxs alumnxs. Y eso ocurre fuera del horario de trabajo. Ahora, con el retorno de las clases presenciales, hay profesores que trabajan el doble, porque además de las clases presenciales, tienen que acompañar a los alumnos en las clases a distancia. Y no conseguimos hacer que las escuelas, los patrones, entiendan que eso sigue siendo trabajo”.

En otras palabras, el trabajo de quienes educan ya no está localizado en un lugar —la escuela— y dejó de tener una temporalidad delimitada —la clase—. Así, el trabajo se volvió difuso y casi permanente, en consonancia con el capitalismo de plataformas que avanza sobre diferentes actividades sociales, entre ellas la educación. O sea, la pandemia representó la intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo, robando parte del tiempo de vida de lxs educadores. Este tiempo no contabilizado en la jornada laboral diaria —y, por lo tanto, no remunerado— garantiza ganancias extraordinarias para los empresarios del sector. Y ese cambio parece que vino para quedarse, pues incluso con la vuelta de las clases presenciales las plataformas de educación y el teletrabajo seguirán presentes en el día a día de lxs profesores.

Evidentemente, esto solo es posible porque lxs trabajadorxs temen el desempleo. Datos de 2021 del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) muestran que la tasa de desocupación creció acentuadamente desde comienzos de 2020 hasta el momento actual, batiendo récords en la serie histórica (IBGE, 2012-2020). Según el Cadastro Geral de Empregados e Desempregados (CAGED), de marzo a septiembre de 2020 cerca de 36 mil puestos de profesores fueron cerrados en el país (Mazza; Amorozo; Buono, 2020). A ello contribuyó también la reforma laboral aprobada por el Congreso brasileño en 2017, durante el gobierno Michel Temer (MDB), que eliminó derechos y flexibilizó las relaciones de trabajo.

En consecuencia, hoy en día muchxs profesores trabajan con contratos temporales o contratos de prestación de servicios que no caracterizan una relación laboral formal entre la o el trabajador y la empresa contratante. En este contexto, el trabajo generalmente es más intenso, la remuneración menor y no existe ninguna garantía de derechos laborales ni del mantenimiento del empleo.

Hay una desesperación muy grande entre lxs profesores por mantener sus puestos de trabajo, así como entre quienes vieron una gran reducción de sus ingresos, relata Margot Andras. “Lxs profesores de clases especializadas en las escuelas, la persona que enseñaba fútbol después del horario normal de clases, por ejemplo. Ya no tiene escuelita de fútbol. ¿Qué están haciendo las escuelas? Reducir su carga horaria. La misma cosa para el profesor que daba música en el período extraescolar. Los empresarios dicen: ‘¿Usted no vive con eso? ¡Lo siento mucho! No hay alumnxs que quieran escuela de música’. Claro, como hay un delay en internet, eso dificulta la educación de música remota. Entonces, ellos reducen la carga horaria. Y en la educación superior, que tiene autorización para reducir la carga horaria cerrando promociones, la gran mayoría de las instituciones están juntando promociones”.

En el contexto de la pandemia, se convirtió en noticia común que los grupos educativos estaban reduciendo su personal docente. En algunos casos, como relata el profesor Rodrigo Mota Amarante, con 24 años de carrera en el magisterio, el despido llegó inesperadamente como un mensaje pop-up en la pantalla de la computadora (Oliveira, 2020).

Es en este punto donde queda más claro cómo las grandes corporaciones utilizan la tecnología para intensificar la explotación laboral. Las modalidades de educación a distancia obligan a lxs profesorxs a grabar sus clases y ponerlas disponibles en las plataformas de educación. Bia Carvalho relata cómo está sucediendo eso: “Incluso presencialmente, esas instituciones ya colocaban unas 100 personas en cada sala de clase. Ahora, a distancia, ellos hacen una clase con mil personas, de todo Brasil. La sala de clase se restringe básicamente a acceder a un contenido”.

Esta nueva forma de explotación viene acompañada de la expropiación del conocimiento. En este sentido, Roberto Leher alerta que cuando el conocimiento está bajo el control político-particularista de gobiernos o de grandes corporaciones, “tenemos una pérdida de soberanía y de autonomía didáctico-científica, del pluralismo pedagógico, que son principios constitucionales que están en la raíz de la libertad de cátedra. Con eso, estamos institucionalizando la ausencia de libertad de cátedra”.

Un ejemplo drástico de este tipo de expropiación fue denunciado en abril de 2020, poco después del comienzo de la pandemia en el país. Profesores vinculados al grupo Laureate Brasil, empresa que controla más de 11 instituciones educativas en el país, denunciaron que la empresa había puesto en marcha un sistema automático de corrección de pruebas. Se trataba de un sistema de inteligencia artificial (machine learning) capaz de reconocer patrones de texto escrito y que se estaba aplicando para corregir pruebas que no eran de opción múltiple (Domenici, 2020). Todo esto sin conocimiento de los estudiantes.

Otro tipo de restricción a la libertad de cátedra tiene motivaciones políticas. En los últimos años, la derecha brasileña ha perseguido a profesores que desarrollan una educación crítica por medio de movimientos conservadores como el Escola Sem Partido, o incluso con el uso directo del aparato represivo policial y judicial.

En Brasil hay actualmente una convergencia nefasta entre el tipo de educación que se volvió predominante, especialmente en las instituciones privadas, la precarización del trabajo de lxs educadores y el perfil de profesional que se está formando en esas instituciones. En realidad, cada vez más la función del sistema educativo brasileño es la formación de fuerza de trabajo barata y precaria para un país en condición de subdesarrollo y dependencia. O sea, en un país que se destaca por ser una plataforma exportadora de commodities en proceso patente de desindustrialización, y donde la fuerza de trabajo se ha convertido en una mercancía barata, con baja cualificación y carente de derechos sociales y laborales, una educación de este tipo tiene todo el sentido.


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