Preparándonos para la pospandemia (si llegamos) – Por CLAE
Por CLAE*
Cuando el mundo registra 180 millones de infectados de Covid-19 y casi cuatro millones de muertos, las especulaciones intelectuales derivan hacia el mundo que vendrá tras la pandemia, conscientes de que el que sobrevendrá será muy diferente al de hace apenas unos meses y donde los problemas esenciales para la humanidad serán el desempleo masivo y la necesidad de garantizar la sobrevivencia, al menos la alimentación, de la mitad de la población mundial.
Se habla de la muerte del capitalismo. El único problema es que nosotros vivimos dentro de ese cadáver. Se habla del retorno a la normalidad, como si fuera una receta bíblica… ¿será la normalidad del saqueo y la depredación capitalista? Slavoj Zizek vislumbra una sociedad alternativa de cooperación y solidaridad, basada en la confianza en las personas y en la ciencia; el coreano-alemán Byug Chul Han presagia un mayor aislamiento e individualización de la sociedad, terreno fértil para que el capitalismo regrese con más fuerza. Y desde América Lapobre, ¿qué pensamos?
Si desde el punto de vista económico el derrumbe de la demanda y de la oferta por el parate de la producción, las prohibiciones de viaje y el cierre de las fábricas es una pesadilla para la economía, para el medio ambiente es una bendición que circulen muchos menos vehículos y se consume mucho menos combustible, que las centrales eléctricas por carbón y el transporte aéreo se haya paralizado: la emisiones de CO2 cayeron y varias ciudades del mundo lograron descubrir que el cielo es azul.
En América Latina y El Caribe crece la demanda social para que el Estado tome el control de la producción y la distribución de bienes esenciales, que frene especulación con los precios, que intervenga empresas, que asuma la responsabilidad de la producción de alimentos, que se ocupe de garantizar la provisión de electricidad, gas y medicamentos. Hay un gran acuerdo sobre implementar políticas novedosas y arriesgadas, como también posponer todos los pagos de deuda externa. Es que está cambiando el sentido común y la realidad supera toda la (des)información mediática.
La economía en nuestros países se va a paralizar, el mundo entrará en recesión. El virus circula en el movimiento del capital y detener el virus significa detener el capital. Y se necesita decisión política para hacerlo. Difícilmente lo pueda hacer un país aisladamente. Ahora se puede entender mejor los esfuerzos de Washington por sepultar los organismos de integración de la región, como Mercosur, Unasur, Celac.
Parece haber llegado la hora de la resistencia a los dos virus: la covid-19 y el neoliberalismo. La lucha es, al menos, contra dos pandemias. La simplificación, la agitación y la polarización antipolítica sólo logran acentuar el malestar y la inseguridad favoreciendo el miedo y la manipulación, en vez de aportar la confianza, credibilidad y liderazgo político. La globalización ha tenido éxito en lo que respecta a la angustia y el pánico.
El desmantelamiento de los sistemas de seguridad social, la anulación y las consecuentes reformas de la legislación laboral, las privatizaciones, la pérdida permanente de derechos sociales que se consideraba derechos adquiridos, retrocesos salarial, avance de la desocupación, deslocalizaciones de empresas, evidencian que no basta construir un bloque continental.
Advirtiendo sobre el “El fin de la globalización” o refiriéndose a la ideología que preside ese proceso como “el colapso neoliberal”, las revistas económicas occidentales hablan del fin de la historia y señalan que el mundo que vendrá después del coronavirus deberá, para mejorar, regular los mercados, superar las desigualdades, volver a tener economías productivas, otorgarle más importancia a la ecología y al medio ambiente y darle un mayor rol a los Estados.
Algunas de ellas lo manifestaron aun antes de la aparición del coronavirus, que no tuvo nada de casual: la globalización neoliberal con sus atentados a la ecología y el medio ambiente contribuyó a su aparición y ahora colabora con su expansión.
Debemos tener en cuenta que se trata de una pandemia de carácter clasista. La estrategia de la clase capitalista global es trasladar los costos, la carga y los sacrificios de la crisis global a los sectores populares. Tanto en EE.UU. como en Europa, los gobiernos han repetido la conducta del 2008, inyectando grandes masas de dinero a la economía ficticia, no productiva, para el rescate de bancos y grandes corporaciones empresariales, mientras envían a la bancarrota a cientos de miles de empresas productivas de menor escala, no sólo para especular con las deudas y posibles compras de industrias (concentrando aún más el capital), sino también, profundizando el casino global de una economía financiarizada.
La nueva fase del capitalismo que no termina de morir, se define por la caracterización de los nuevos actores. Apareció la aristocracia tecnológica, como un desprendimiento de la aristocracia financiera, cambio que ha transformado el polo del trabajo, en términos de salario y plusvalía, a partir de la digitalización del capitalismo, que significa la restricción de la producción y de la circulación de la mercancía fuerza de trabajo.
El colapso de todas las estructuras a las que asistimos hoy no es otra cosa que una estrategia de la clase dominante para resolver su propia crisis. Hoy el capitalista se desprende los costos que se generaban en las fábricas, por ejemplo, para dar paso a nuevas modalidades en las que, bajo una apariencia de libertad, el trabajador ya no se mueve.
Es el caso del teletrabajo o trabajo independiente mediado por nuevas tecnologías donde los niveles de explotación son mucho mayores. A lo que se suma la producción automática de datos para ser vendidos por las empresas tecnológicas a terceros. Lo que antes se resolvía con guerra, hoy se resuelve modificando de las relaciones sociales de producción.
Mientras, la pandemia provocó la voracidad de los vendedores de dispositivos de vigilancia. Las tecnologías de rastreo de personas están en aumento, con la excusa de que la ciencia de datos será fundamental para derrotar al enemigo invisible. Las democracias liberales parecen encantadas con la capacidad de controlar dispositivos digitales y el modelado estadístico de algoritmos que extraen patrones y hacen predicciones. Cámaras, software, sensores, teléfonos celulares, aplicaciones, detectores, algoritmos, son presentadas como las armas más sofisticadas para combatir el virus.
Las empresas de vigilancia y espionaje digital, vinculadas al aparato de represión del Estado con amplios servicios prestados para la persecución de los opositores, los ataques contra los disidentes y la lucha contra el terrorismo, se presentan como salvadores del cuerpo de la especie.
La socióloga canadiense Naomi Klein analiza la cuarentena como laboratorio en vivo, un «Black Mirror», y la aceleración de esta distopía a partir del coronavirus: “Ahora, en un contexto desgarrador de muerte masiva, se nos vende la dudosa promesa de que estas tecnologías son la única forma posible de proteger nuestras vidas contra una pandemia”. Cuáles son las dudas (de siempre) y cómo, bajo el pretexto de la inteligencia artificial, las corporaciones vuelven a pelear por el poder de controlar las vidas.
Para el filósofo italiano Franco Berardi el próximo año asistiremos al colapso final del orden económico global, que podría abrir la puerta a un infierno político y militar esencialmente caótico. El caos es el verdadero dominador de la época pandémica, y, lamentablemente no hay una alternativa política visible en el futuro próximo. Hay revueltas, sí. Y éstas seguirán, pero no se puede imaginar una estrategia política unificante.
Algunos insisten que en este caos pueden proliferar las comunidades autónomas, de autoproducción de lo necesario, de autodefensa armada contra el poder, con experimentaciones igualitarias de supervivencia. Claro que hoy se manifiesta un tentativo de las fuerzas empresariales, mafiosas, neoliberales de apoderarse lo más posible de la riqueza social, los recursos físicos y monetarios. Pero eso no significa estabilizar nada en el largo plazo.
Aunque a los expertos charlatanes lo nieguen, el crecimiento no volverá mañana, y quizá nunca, porque la ecósfera terrestre no lo permite. La demanda no subirá, no solo porque el salario va disminuyendo, sino también porque la crisis producida por el virus no es solo económica, sino esencialmente psíquica, mental: es la crisis en las esperanzas de futuro. Y el aumento de enfermedades y trastornos mentales (depresión, pánico, angustia, estrés).
De un lado ha habido una reducción de los consumos de energía fósil, un bloqueo de la polución industrial y urbana. Del otro, la situación económica obliga a la sociedad a ocuparse de los problemas inmediatos y posponer las soluciones de largo plazo. Y no hay largo plazo a nivel de la crisis ambiental, porque los efectos del calentamiento global ya se despliegan. Pero al mismo tiempo podemos imaginar la creación de redes comunitarias autónomas que no dependan del principio de negocio y la acumulación.
*Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)