Lecciones del 11 de julio – Por José Alejandro Rodríguez

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Por José Alejandro Rodríguez*

De la triste jornada del 11 de julio, con encontrados sentimientos y reflexiones, voy al directo, sin merodeos: los desórdenes están enmarcados y calorizados en la escalada agresiva del Gobierno estadounidense y la derecha recalcitrante. El fin es el de siempre, con diversos matices: derrocar la Revolución. Ya los acorazados son mediáticos, no llegan por el Estrecho de la Florida (pero no los descartemos). Se apela a la implosión.

Prevalece la peor variante, herencia de Trump intocada por Biden: Te asfixio hasta el paroxismo. Bloqueo y sanciones in extremis. Te lo niego todo, te someto a una guerra mediática alevosa. Te satanizo sin matices y paseo por el mundo una especie de holografía brutal de Cuba, montada en manipulaciones, falsedades y exhortaciones al caos, aprovechando también nuestros problemas. Esa estocada, a la hora más dura de una pandemia que el país ha enfrentado con arrojo y dignidad, en medio de la crisis económica que ellos mismos acentúan con sus medidas.

Los desórdenes tuvieron rostros diversos. Sí hubo violentos que preconizaban odio y sangre. Cometieron actos de vandalismo punibles en cualquier sociedad. Asaltaban tiendas y las saqueaban. Apedrearon un hospital con niños adentro. Golpearon e hirieron a revolucionarios. ¿Acaso no son pueblo estos últimos, quienes no tienen más autoridad que su consecuencia y entereza?

Respondiendo a la exhortación del Presidente cubano de extraer experiencias de los sucesos, y hacer análisis críticos de nuestros problemas para evitar que se repitan, percibo que entre quienes secundaron a los cabecillas contrarrevolucionarios, figuraban tristemente muchos jóvenes, hijos míos, tuyos y de aquel.

Hay que analizar profundamente en qué condiciones se han incubado esas irracionales salidas. Dónde se han detenido en estos años las políticas sociales de la Revolución que tanto Fidel defendió. Qué de sitios en los cuales la marginalidad y la pobreza han retornado, mezcladas con la disfuncionalidad familiar y barrial, sin ninguna responsabilidad ni compromiso público ni social. ¿Cómo se nos han extraviado? ¿Qué ha fallado en la familia, la educación y la sociedad?

Una lección es que la Revolución se decide en los barrios y no solo en marchas y actos políticos. Se decide acercándonos a la gente difícil y sopesando sus problemas, ayudándoles a reorientar sus vidas, aunque no siempre todos sus problemas se puedan resolver. El liderazgo, ese que Fidel condensó personalmente, hay que construirlo colectivamente desde cada lugar, palpando y compartiendo los dolores y angustias del otro, salvando seres humanos al borde de los precipicios sociales.

En los disturbios no todo era violento. Iban también pacíficos que, en unos casos, difieren de nuestro sistema, y en otros, insatisfechos y desatendidos en sus dudas y tragedias, al borde de las más crudas realidades. Cubanos inconformes, a quienes hay que escuchar y atender; con quienes valdría la pena dialogar y debatir sobre temas tan controversiales como libertad, democracia, derechos y deberes ciudadanos. Hay que ir fomentando sistemáticamente esos espacios de canalización de criterios e inconformidades, para atenderlos.

Otra lección valedera es que, en la Cuba tan diversa hoy y tan satanizada por la gran fábrica de mitos del imperio, con sus mensajes martillando la ira y el instinto todos los días mediante las redes sociales, la institucionalidad no puede soslayar ni subestimar los focos potenciales de inconformidad. Y hay que atender con urgencia los problemas de la población, no importa como piense cada quien. Gobernar es prever, dijo el iluminado José Martí.

Al menos, si los límites son de recursos, explicar y dar esperanzas, no negativas. Pero sin melindres cuando haya errores, ineficacias e indolencias que llueven hace largo tiempo y empapan, hasta difuminar otras muchas acciones amorosas y protectoras del país.

Hay que ponerse en los zapatos del ciudadano todos los días. Al menos eso es lo que he interpretado de las convocatorias del Presidente cubano. Hay que extirpar esa densa maleza de burocratismo que supedita al pueblo a sus designios en vez de servirlo. Hay que abrir trillos en los barrios y en las cuadras, sintiendo y corriendo la suerte de quienes sufren, por injusticia o desidia. Ayudarles y tenderles puentes. Ganarlos para el bien. Eso que no podrá resolverse desde arriba si nuestros directivos y funcionarios no calan la gravedad del momento; si no practican la autocrítica como una devoción. Las disculpas públicas, lejos de menguar la autoridad, la elevan. Y si hubiera el 11 de julio cualquier exceso demostrado de autoridades contra manifestantes, igualmente debía ser juzgado.

Urge comunicarlo todo y rendirle cuentas cada día a la gente. Responder. Prepararse para dialogar y debatir. Escuchar juicios duros y críticas que sirvan para mejorar la obra común. Darle cada vez más participación al pueblo en las decisiones de país y en los controles. Erradicar el recurso de esto es así porque es así. Ensanchar nuestra democracia socialista, seguir bebiendo de la sabiduría popular y continuar alejándonos de la improvisación con la luz de esos diagnósticos de la academia que todo lo someten al principio científico de la duda para llegar a la verdad.

Esa podría ser la clave para la tan ansiada unidad que necesitamos en lo esencial, no ya unanimidad. Revolucionar esta Revolución para extender el amor, la solidaridad y el respeto al otro. Así podremos avanzar hacia un socialismo próspero y ecuménico, que todos los días haga trizas el odio y el recelo, y esa reserva que va incubándose hasta que un día, como el 11 de julio, nos sorprende y estremece las bases de nuestros sueños y anhelos.

*Periodista cubano. Labora en el periódico Juventud Rebelde. Recibió el Premio Nacional de Periodismo “José Martí” en el 2013.

Juventud Rebelde


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