La irrenunciable integración Latinoamericana – Por Mariano Fernández Amunátegui
Por Mariano Fernández Amunátegui*
Hablar de integración latinoamericana en tiempos de pandemia, con un continente fragmentado internamente en cada una de las sociedades nacionales; además, viviendo renovadas tensiones entre los Estados y lamentables autoritarismos, aparentemente resulta paradójico y/o extemporáneo.
Sin embargo, considero que es muy apropiado pensar y expresarse en los asuntos relativos a la integración porque, como señalo en el epígrafe, es una tarea irrenunciable, particularmente observando el panorama mundial, las tendencias en los estilos de desarrollo con fuertes componentes regionales o bien con protagonistas que, por tamaño, población, economía y sociedad, se aprecian como grandes conglomerados protagonistas del futuro.
En ese cuadro, América Latina no tiene figuración alguna y si no somos capaces de entender las razones de nuestras tendencias centrífugas y aislacionistas, además de los conflictos sociales y los deterioros institucionales, y, por ende, superarlos, difícilmente saldremos del marasmo en el que caemos a menudo y en el que nos encontramos actualmente.
Es cierto que son conocidos y mucho se ha escrito y hablado acerca de los obstáculos a la integración continental. No existen mayores discrepancias en señalar que algunas de estas dificultades tienen data histórica, prácticamente desde la Independencia, e incluso ya en formación durante el régimen colonial.
Fronteras difusas
Es evidente que al momento de la Independencia de las nuevas naciones latinoamericanas sus fronteras no estaban delimitadas como estados nacionales separados, puesto que todo el continente era parte del imperio español (con la importante excepción de Brasil) y la división territorial en virreinatos y capitanías generales existía, pero de manera imprecisa.
Establecidos los estados nacionales se inició, más allá de las ideas iniciales bolivarianas, un largo proceso de construcción de las funciones fundamentales de cada nuevo Estado, todo lo cual tomó tiempo y tensiones por doquier que condujeron a guerras civiles, golpes de Estado, conflictos internacionales con división de los territorios y así otros factores que dificultaron las relaciones entre vecinos e incluso entre los propios habitantes de cada nuevo país.
Pasamos casi 150 años en estos azares.
Baja relación económica y comercial
Con la Casa de Contratación de Sevilla, el imperio español impuso un estilo de producción e intercambios económicos que impidieron un proceso de relaciones más dinámico y activo, que es lo que ocurrió en los siglos de dominio ibérico. El monopolio comercial impuesto desde Madrid contribuyó a la creación de un modo de producir e intercambiar que no facilitó la cercanía entre las colonias. Como señalaba acertadamente Felipe Herrera, «La economía colonial no se había organizado para servir a las colonias, sino a la metrópoli» , ni siquiera había un interés económico mutuo porque las economías principalmente productoras de materias primas (hasta hoy en muchos casos) los mercados estaban allende los mares y no en el interior continental.
Militares, caudillos y nacionalismos viciosos
Adicionalmente, dos tendencias que, de diversas maneras, han sido persistentes y bastante dañinas para el desarrollo de la región, las constituyen el militarismo, actualmente en un discreto segundo plano, pero actor principal en el primer siglo y medio de independencia de las ex colonias españolas; y el caudillismo plenamente vigente en el siglo XXI, a pesar de todas las expresiones de voluntad por poner punto final a esta tendencia de perpetuidad personal en el poder, que termina en autoritarismo o dictadura, y es creadora de tensiones innecesarias y muy frustrantes para el proceso de integración, como, asimismo desastrosa para el desarrollo nacional, como se ve nítidamente hoy en los casos de Brasil, Nicaragua y Venezuela, a lo menos.
Estos han sido obstáculos bastante serios a la integración y también a la democracia, con lo cual se añade otro obstáculo a la integración: los países sin democracia son adversarios de la integración.
Históricamente, más de algún gobernante autoritario o dictatorial explotó asuntos internacionales o fronterizos para consolidar el poder interno. En muchas oportunidades, estos incidentes fueron fuente fundamental de la persistencia en el poder de regímenes autocráticos, algunos de ellos dictaduras o satrapías que lo ejercían con violencia y violación sistemática de los derechos de la gente, priorizando, adicionalmente, la persecución y destrucción de los potenciales adversarios. En nuestra historia tenemos muchos ejemplos que confirman la evidencia de lo sostenido.
La loca geografía latinoamericana
La expresión acuñada para definir a Chile por el escritor Benjamín Subercaseaux, tiene igual valor para el conjunto del Continente: la mayor selva tropical del planeta, gigantescos ríos empezando por el Amazonas, la Cordillera de los Andes que recorre 10 mil kilómetros de norte a sur dividiendo de manera dramática el este con el oeste regional, y millones de kilómetros cuadrados de territorio con dificultades de acceso generadas por los fenómenos descritos. Todo ello constituye un real obstáculo y un enorme desafío a los procesos de integración continental. Estos factores geográficos también han contribuido a la falta de integración de América Latina, hablando históricamente, a pesar del espíritu bolivariano inicial.
La falta de interdependencia
Hasta aquí, prácticamente todos los autores coinciden en que efectivamente se trata de obstáculos objetivos a la integración, pero lo que no aparece para nada en los distintos análisis de la evolución regional es un factor más conceptual y, eventualmente, subjetivo que -en mi opinión- ha constituido un severo obstáculo a la integración de América Latina, me refiero a la vocación y decisión de generar una interdependencia efectiva, presupuesto fundamental para avanzar en el proceso de integración. Si los acuerdos regionales o subregionales no prescriben medidas efectivas de interdependencia, jamás habrá integración continental.
En los acuerdos comerciales o de inversión extranjera queda escrito y consolidado un cierto esbozo de interdependencia, pero es excesivamente puntual y, en «ultima ratio» se trata únicamente de proteger intercambios económicos, en la medida de lo posible.
Sin embargo, en los vastos campos de acción política, cultural, social, medioambiental, de cooperación, educacional, etc., apenas se vislumbra alguna vaga idea, más bien retórica, pero que no tiene concreción alguna.
En ese sentido, el multilateralismo regional deja mucho que desear, puesto que el voluntarismo político-nacional ha definido muy fuertemente la realidad latinoamericana, dejando de lado o tratando de manera negligente, un aspecto fundamental para el presente y, especialmente, para el futuro continental, cual es la interdependencia o la voluntad aplicada de compartir a fondo las prioridades propias con los otros y viceversa, como también entender la necesidad de ceder de manera estructural en asuntos de diversa índole en aras del bien común de la región o de alguno de sus miembros, lo que debería conducir a generar una reciprocidad, aceptada como un bien.
Diría que lo descrito previamente es el primer capítulo para avanzar hacia la interdependencia, fundamento esencial, como he señalado con anterioridad, de un auténtico y exitoso proceso de integración.
También podría decirse que el multilateralismo regional ha resultado infructuoso, salvo algunas iniciativas más bien subregionales como fue el Pacto Andino en los 60 y actualmente la Alianza del Pacífico.
Mención especial merece el MERCOSUR, fundado en 1991 y aún persistente, pero casi íntegramente despojado de sus elementos dinámicos de interdependencia que tuvieron una expresión interesante, por ejemplo, en los acuerdos hídricos, pero que hoy como organización subregional languidece sin gran dinámica creativa. Lo mismo ocurre, con el Mercado Común Centroamericano, pero con mayor desarrollo y mayor campo de acuerdos y actividades, comparado con el MERCOSUR.
En tanto, las organizaciones propiamente regionales no existen o han sido destruidas por caprichos político-ideológicos trasnochados, como es el caso de UNASUR que funcionó bien y con perspectivas algunos años.
Ideas para crear interdependencia y estimular la integración
Si deseamos avanzar efectivamente en un proceso de integración que permita que América Latina se transforme en un interlocutor válido para las contrapartes globales que adquieren cada vez más presencia en el planeta, basta ver los casos de China, India, la nueva asociación asiática RCEP, la Unión Europea (UE), etc., se deben tomar medidas integracionistas que sean irreversibles, es decir, imposibles o muy difíciles de abrogar, puesto que ellas pasan a ser ladrillos de una sólida y no frágil construcción.
Un segundo aspecto importante a considerar, es que esas medidas, sean regionales, subregionales o bilaterales, deben apuntar a contenidos integracionistas. Se trata de impulsar prioridades que sirvan a la integración y como el método multilateral ha resultado ser poco o nada eficiente, mi propuesta es, que sin desecharlo, se agregue una metodología bilateral integracionista, con el objeto de que los acuerdos entre dos, tres o cuatro países sean puestos a disposición o queden abiertos a nuevas adhesiones o agregación de participantes.
Un ejemplo muy actual sería la propuesta del nuevo Presidente de Bolivia, Luis Arce, para que se construya el corredor bioceánico que iría desde Brasil, cruzando todo el territorio boliviano de Este a Oeste y finalice en las costas y puertos del norte de Chile. Se trataría de un acuerdo trilateral, pero que fácilmente puede ser también empleado por otros países como Perú, Argentina y Paraguay, para el transporte de personas y mercaderías de un a otro océano o a destinos intermedios en ambas direcciones.
El caso de los túneles entre Chile y Argentina tiene las mismas características. Si se realiza el de Aguas Negras, se unirán San Juan con Coquimbo, lo que permitirá facilitar la ruta de argentinos a Chile y de chilenos a Argentina, pero eso no impedirá el paso de turistas y mercaderías de terceros países en cualquiera de las dos direcciones del viaducto.
Estos casos de facilitación caminera resultan muy evidentes, son prácticos, irreversibles y resultan un escalón interesante en el proceso de interdependencia, ergo de integración.
Pero se puede hablar o proponer acuerdos que creen interdependencia en muchas áreas, por ejemplo, convenios de cooperación judicial y policial para el combate del narcotráfico, el crimen organizado y el fraude internacional, los que pueden ser bilaterales y a los que se pueden agregar terceros, creando una red de servicios que generan integración. Esto podría ser igualmente posible en la homologación de los sistemas de identificación personal, de medios de transporte o de estudios y así en muchas áreas de la vida ciudadana, de cuidado del medio ambiente, de generación de energía, etc., etc.
La clave es que los países trabajando bi o multilateralmente apunten a medidas irreversibles y prácticas para que su ejecución tienda a contribuir a la creación de lazos cualitativamente superiores en las relaciones bilaterales y regionales en el continente.
Es muy probable que lo propuesto no resuelva la crisis de fragmentación en que vive el continente, pero -en todo caso- será un paso adelante y no un retroceso en esta región que desde su independencia ha empleado una terminología fraterna para referirse a sus pares y, no obstante, lo declarado, en los hechos las rutas no han sido convergentes.
Todo lo señalado no excluye ni ignora los avatares políticos, las diferencias entre países, etc., pero medidas prácticas e irreversibles, con sentido de interdependencia, serán siempre una, quizás pequeña, pero sólida contribución al proceso integracionista, crucial para el futuro continental y los seres humanos que lo habitan.
*diplomático, académico y político chileno. Fue ministro de Relaciones Exteriores durante el último año del primer gobierno de Michelle Bachelet.