Esta es una guerra ideológica – Por CLAE

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Por CLAE*

La verdad es la primera víctima de la guerra, decía Sófocles 500 años antes de nuestra era. Lord Ponsonby, en 1928, señalaba que Cuando que se declara la guerra, la verdad es la primera víctima. Uno de los objetivos del periodismo de guerra es la llamada fatiga de la simpatía, que nace fácilmente con una abundancia de malas noticias, donde a todos se nos hace difícil buscar la verdad verdadera, distante de esa realidad virtual de los medios de comunicación e información hegemónicos y el bombardeo a través de las redes sociales.

Pero las noticias falsas, tan de moda en el mundo de los Trump y Bolsonaro (y no sólo ellos, claro) no son algo nuevo: preceden a Facebook, Twitter, Whatsapp y los miles de sitios que cada día intentan captar la atención en un mundo de concentración informativa y crisis (¿final?) del periodismo.

La transformación de los medios de comunicación en factores de poder es acompañada de la aparición d una metodología para elaborar una realidad ficcional como herramienta de manipulación y construcción de un discurso hegemónico cuyo objetivo es el control social. La información pierde su sentido ético y se transforma en mercadería. Los medios son armas de combate en la nueva guerra ideológica.

El discurso hegemónico se contrapone con un sistema democrático de gobierno, que requiere de pluralidad de información que permita a la opinión pública decidir libremente. Los grupos económicos hegemónicos hablan de consensos, que llevan a la verdad única, al mensaje único. Es el asesinato de la verdad o su sustitución por una realidad virtual, difícil de comprobar, que sirve para doblegarnos.

El mundo cambia. La tecnología avanza, y nos empujan a pelear en campos de batalla equivocados y hasta perimidos, mientras las corporaciones mediáticas hegemónicas desarrollan sus estrategias, tácticas y ofensivas en nuevos campos de batalla, en eso que algunos llaman la guerra de quinta generación.

Ya nada (o poco) será igual. Hay que repensar el mundo que viene y reconsiderar las prioridades de su agenda. En una región hoy llena de temerosos con tapabocas, queda en claro que la prioridad no debería ser el pago de la deuda externa, sino los problemas de salud pública. Nuestras sociedades van reaccionando, y a las muestras de psicosis y paranoia de los primeros días, la solidaridad parecía surgir como el aliciente para garantizar la sobrevivencia humana, en unas sociedades donde no todos somos iguales. Por ejemplo, las cifras de infectados en los pueblos originarios y en las cárceles crecen día a día. Los poderes públicos, la prensa hegemónica y la sociedad en general no se inmutan, no hay porque, las vidas en juego no interesan en la sociedad del consumo en que vivimos: son “descartables” y “desechables”.

Estamos de cara a la crisis del sistema, y las propuestas para enfrentar el virus no significan lo mismo para unos que para otros. El sencillo mensaje Lavarse las manos frecuentemente es para muchas familias más que consejo, una ilusión o burla, en una región donde el 40% de hogares carece de acceso a agua potable en sus casas. El Quédate en casa no es lo mismo para aquellas familias que viven en villas miseria, favelas, hacinándose en pocos metros, donde duermen, viven, cocinan, se higienizan… si consiguen agua. El confinamiento no es lo mismo para ellos, que encuentra en la calle la única posibilidad de sobrevida.

Este fenómeno, el de las noticias falsas inspiradas en las usinas del gran capital que maneja los medios hegemónicos y las redes sociales, no es un hecho aislado, tampoco nuevo. Hoy es el coronavirus, mañana será otro el tema a manipular. En la guerra económica, la batalla ideológica-cultural es estratégica. ¿Por qué las autoridades y los medios de información hacen lo posible para propagar el pánico?

Tenemos Estados ausentes en los problemas cruciales de la ciudadanía. La policía -y a veces el ejército- se transformó en la principal presencia del Estado en los sectores populares. La tendencia a que las crecientes medidas de excepción se vayan transformando en doctrina oficial es algo que practican en nuestra región, sobre todo en aquellos países con gobiernos neoliberales. Ello, en lugar de generar confianza, produce miedo y nos encierra sobre nosotros mismos.

La gestión que se viene haciendo desde nuestros gobiernos sobre la actual conmoción por el coronavirus, parece un ensayo general para la gestión de más crisis de nivel planetario/vírico/imparable que habrá de venir. Se ensaya cómo parar el mundo en pocas semanas, comprobar cuánto se puede hacer antes de su colapso, e instalar nuevas y profundas herramientas de poder y su ejercicio.

Quizá el Estado vuelva a tomar el control, pero de una forma muy diferente. Eso será muy difícil porque durante más de 40 años fue incapacitado para afrontar una pandemia, con los recortes a las políticas sociales, la privatización de la salud, de la educación y los sistemas de pensiones, la falta de infraestructura y de inversión pública. Boaventura de Sousa Santos habla de un eventual período de contingencias intermitentes por el repunte del virus y por las mutaciones que éste pueda tener. Es una realidad en la que debemos aprender a vivir. La realidad nos muestra las venas abiertas de la sociedad capitalista y patriarcal en la que vivimos hoy.

Y de pronto nos da en pensar en que hay que parar el mundo, ante la catástrofe que, según los “expertos”, vendrá. La situación pandémica va instalando el imaginario colectivo de una catástrofe que vendrá, con los desheredados de la tierra buscando comida cual ejército de zombis y, como consecuencia, la respuesta del golpe “ordenador”.

Ésta es una guerra ideológica. Si no se logra reaccionar colectivamente e insertar una nueva idea de normalidad sobre la responsabilidad compartida de cuidarnos entre la ciudadanía y el Estado, quizá debamos vivir muchos encierros como éste. Todo ello tiene que ver con el disciplinamiento social que tiene a los grandes medios de comunicación e información –y las redes sociales-  como su principal instrumento de instalación y de control.

En contra de la plaga el proyecto disciplinario pone en juego el biopoder médico y político que eventualmente reemplaza al poder soberano. Este modelo de separación social y exclusión es un despliegue biopolítico que muestra la tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como modelo a seguir. Las razones de salud y seguridad pública excusan una verdadera militarización de municipios, regiones y países.

*Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)


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