El día después no podrá ser el mismo – Por Luis Emilio Aybar

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Por Luis Emilio Aybar*

Lo más grave de los acontecimientos recientes, es que una parte del pueblo, aquella a la que no le pagaron para manifestarse, ni pertenece a expresiones opositoras de articulación yanqui, asumió las consignas imperialistas durante las protestas. Para ello se venía trabajando durante mucho tiempo, pero la pregunta no es solo cómo lo lograron, sino también, y quizás todavía más importante, qué debilitamientos y fracturas permitieron que víctimas del bloqueo se identificaran con los instrumentos ideológicos de quienes lo aplican y de quienes lo defienden.

Para llegar a ese resultado no basta con que la política institucional cubana esté marcada por insuficiencias, negligencias y errores a sus distintos niveles, propiciando que sujetos populares, como los que estamos abordando aquí, responsabilizaran al gobierno por su situación. Tampoco basta con que las campañas contrarrevolucionarias desarrollaran poderosas técnicas de manipulación. Era necesario, además, que las fuerzas revolucionarias y patrióticas no fueran capaces de liderar la lucha contra esa negligencia e insuficiencia institucional.

El vacío que dejamos permitió que el sentimiento opositor que anida en el corazón de muchos cubanos fuera canalizado por sus opresores internacionales. Ese vacío, sedimentado por décadas, es profundamente contradictorio con nuestro credo, ¿acaso no debemos ser los revolucionarios y comunistas los primeros en combatir la corrupción, la burocracia, la injusticia, el autoritarismo, vengan de donde vengan? ¿Cómo es posible entonces que no lo hagamos, o que, incluso cuando lo hacemos, todo esté organizado para que nadie lo sepa? Es claro que no me refiero a la condena discursiva, sino a acciones eficaces que se opongan a esos fenómenos en su manifestación particular y concreta a los distintos niveles territoriales, sectoriales, institucionales y sociales.

Hemos quedado atrapados por una serie de principios muy arraigados en la cultura política cubana:

1. El Estado es la Revolución y, por tanto, oponerse al Estado es ser contrarrevolucionario,

2. Impugnar a personas, políticas y prácticas del Estado, afecta la unidad,

3. La crítica hay que hacerla en el lugar correcto, en el momento oportuno y de forma adecuada,

4. Ser revolucionario implica un apoyo incondicional a los líderes de la Revolución,

5. Hay que practicar la disciplina revolucionaria — entendida como esperar siempre orientaciones y ceñirse a ellas.

Resulta que la Revolución, sin dudas, tiene presencia en el Estado cubano, pero no en todo él. Como tal Estado, el nuestro contiene prácticas, personas y políticas que contradicen el proyecto de justicia social de la Revolución. Los procesos que dañan al pueblo son los que más afectan la unidad cuando perduran, porque desmoralizan a los colectivos, decepcionan a las personas y hacen mermar las filas propias. ¿Qué hacer en aquellos escenarios donde por mucho tiempo las cosas se dicen «en el lugar correcto, en el momento oportuno y de la forma adecuada», y nada cambia? Si no es posible cuestionar decisiones erradas, tomadas o respaldadas por los líderes, ¿cómo vamos a rectificarlas? En espera de orientaciones se apaga la actitud de crear desde la realidad concreta, y se pierde el pensamiento propio, la respuesta inmediata a los problemas urgentes, la sensibilidad ante las necesidades del pueblo.

Son vicios acumulados por décadas, en los que se han ido agazapando los peores intereses. Generan un ambiente muy favorable para el ejercicio arbitrario, dogmático, discrecional y corrupto del poder.

En conclusión, lo sucedido este 11 de julio también se explica porque los comunistas y revolucionarios no combatimos con suficiente fuerza y eficacia las prácticas nocivas del Estado, defendimos la unidad de una manera que en realidad la perjudica, nos conformamos con plantear las cosas en el lugar correcto aunque la solución no llegara, acompañamos acríticamente a los líderes en lugar de rectificar el camino y nos dejamos disciplinar cuando lo que tocaba era pensar y actuar con cabeza propia.

¿Cómo si no, entender las décadas de inadecuada atención a la agricultura, factor de peso en las actuales penurias? ¿Cómo si no, entender la falta de control popular sobre la decisión de establecer tiendas en Moneda Libremente Convertible, y la voracidad con que se ha aplicado esta medida, donde hay pueblos enteros en que ya casi no queda una tienda en Pesos Cubanos, que es la moneda de los salarios? Lo mismo podemos preguntarnos sobre la falta de protagonismo de la Central de Trabajadores de Cuba en el diseño e implementación del Ordenamiento Monetario, medida de alto riesgo en un contexto de crisis. Durante el 2020 se destinó la mitad de las inversiones del país a la construcción hotelera, en condiciones de una drástica disminución del turismo internacional con pronóstico reservado y de una aguda escasez de insumos para las producciones agrícolas. El país entero estaba sufriendo apagones de más de cinco horas todos los días, muchos de ellos por la noche, en pleno verano, pero esto no mereció un seguimiento prioritario en la prensa nacional ni la atención orientadora del presidente. Se mantuvo en bajo perfil como es habitual, para evitar la sensación de caos, así que la nueva crisis cotidiana tomó por sorpresa a las familias cubanas. Los cortes eléctricos en el pueblo de San Antonio de los Baños, donde surgieron las protestas, venían acompañados de afectaciones en el suministro de agua: los responsables de planificar los apagones quitaban la electricidad en el circuito donde están ubicadas las estaciones de bombeo. ¿Cómo permitimos que las políticas sociales y culturales se debilitaran dramáticamente en los barrios que protagonizaron las protestas de la capital?

Quedar pasivos nos hace cómplices de esos problemas. Cómplices y víctimas a la vez, porque somos parte del pueblo. Todo lo contrario de lo que corresponde a un comunista, cuya razón de ser es luchar por el bienestar y la justicia para todas las personas sin cejar en el empeño.

El 11 de julio tiene que marcar un antes y un después. Hay que comenzar a combatir con la fuerza popular a la contrarrevolución institucional, más compleja y sutil por varios motivos. Casi nadie se mete con ella porque no es opositora, se disfraza de fidelidad. Por otro lado, involucra a personas y a intereses creados que hay que extirpar del Estado, pero también a compañeros que no son desechables aunque estén equivocados. Dentro de la misma institucionalidad ha de forcejear la creatividad con la inercia, el compromiso con la insensibilidad, la igualdad con el privilegio, la emancipación con la dominación y triunfar, para que la órbita de la Revolución sea cada vez mayor en esta isla.

Emplear los mecanismos existentes de control popular, muy subutilizados, y desarrollar otros nuevos que doten a los de debajo de un poder efectivo, para que podamos defendernos de aquellas tendencias: capacidad de vetar decisiones, revocar cargos, plebiscitar propuestas, a los distintos niveles y sobre todo en el campo administrativo; es decir, ampliar las formas de democracia directa. No temer a métodos más confrontativos o de agitación pública cuando sea evidente la falta de voluntad o la traba contrarrevolucionaria, después de intentarlo de tantas maneras, porque tenemos el derecho y el deber de usarlos en un marco estrictamente patriótico, y porque callar hace más daño que gritar.

Desterrar el vicio de huirle al conflicto, que luego explota en la cara. La forma fidelista de hacer las cosas no es evitar la contradicción, sino asumirla y liderarla.

¿Cómo vamos a permitir que sean protestas instrumentalizadas por la oposición yanqui, realizadas «en el lugar incorrecto, en el momento inoportuno y de la forma más inadecuada», las que logren que el gobierno adopte dos medidas que podía haber tomado hace mucho tiempo, tales como la importación no comercial sin límites de alimentos y medicamentos, o la posibilidad de que los migrantes internos se acojan a la libreta de abastecimiento? El resultado puede no ser tan benéfico siempre. Ausentarnos de presionar al gobierno por la izquierda significa que la derecha llevará la iniciativa, erosionando la correlación de fuerzas a su favor, es decir, por más mercado y propiedad privada, menos educación y salud pública, y concesiones de todo tipo a las reglas de juego imperialistas.

Los comunistas y revolucionarios tenemos más razones para tensar la cuerda, porque estamos por toda la justicia, una hermosa y sutil manera de decir que no nos vamos a conformar con solo una parte de ella. Tenemos más razones, además, porque le ponemos el cuerpo a los problemas de este país todos los días, no apuntamos desde un balcón o una pulsación de sofá. Tenemos más razones porque buscamos una solución para todas las personas, a diferencia de quienes adentro o afuera, con carnet o sin él, hablan a nombre del pueblo para abrirse paso a sí mismos. Los inconformes y descontentos también están del lado de los que salimos aquel domingo a defender la patria. Esta Revolución se va a completar cuando los cientos de miles que estuvimos en los actos de reafirmación por todo el país, armados de la justicia alcanzada, digamos ¡basta!

*Sociólogo del Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello. Dedica la mayor parte de su tiempo a promover una posición de izquierda crítica dentro de Cuba.


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