Cambios revolucionarios sin revoluciones – Por Rafael Cuevas Molina

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Rafael Cuevas Molina(*)

La idea de la que parto es esta: el siglo XX se va esfumando vertiginosamente en las primeras décadas del siglo XXI. No se trata de un cambio formal, de calendario, sino de que en el nuevo siglo XXI está ocurriendo un verdadero “trastorno”, o cambios radicales en varios órdenes de la vida sin que se haya producido una revolución en el sentido al que aludía Edelberto, como un cambio de estructuras que pretendiera revolucionar la sociedad “de arriba abajo”.

Parto, además, de una constatación: entre otros problemas, uno de los más importantes de las revoluciones socialistas del siglo XX estuvo en su incapacidad de cambiar la cultura de la gente. En los países que surgieron de la Unión Soviética y de los demás países del mundo socialista de la Europa del Este en la década de 1990, pareciera como que no hubieran existido nunca sociedades que pretendían construir un nuevo tipo de ser humano (el “hombre nuevo”), porque lo que quedó o surgió fue una sociedad muchas veces más descarnada y radicalmente neoliberal que en algunos casos podría ser catalogadas hasta como neofascista.

Pero ahora se está produciendo una verdadera revolución cultural sin que haya habido necesidad de ese tipo de cambios estructurales. Una revolución gestada, al estilo de la propuesta zapatista, no solo sin que se haya tenido que “tomar el poder”, sino que rechaza tomar el poder.

Como toda revolución verdadera, trastoca todos los ámbitos de nuestra vida, la pública y la privada, y constituye un verdadero trauma, entendido este como un shock que impacta nuestra vida. Seguramente sentimos más los efectos de esa revolución quienes hemos vivido la mayor parte de nuestras vidas en el siglo XX, y es muy posible que seamos nosotros quienes vemos con más reticencia, miedo, ansiedad y disgusto lo que está ocurriendo.

Eso independientemente de: 1) nuestras posiciones políticas (de izquierda o de derecha), lo que los convierte en un fenómeno socialmente transversal, o 2) de que del diente al labio nos manifestemos partidarios de los cambios que están ocurriendo, porque, aunque muchos digan que qué bien que esto esté pasando, e incluso que lo razonen y lo piensen así, los cambios muchas veces desconciertan o incomodan.

Que los cambios que ocurren no hayan sido producidos por revoluciones como a las que se aspiraba en el siglo XX no significa que algunos de ellos no sean producidos por otro tipo de revoluciones. Los cambios que se están dando aceleradamente en el mundo del trabajo con todas sus implicaciones culturales, incrementados por la pandemia, por ejemplo, tienen su origen en la revolución que estamos viviendo en el orden de la ciencia y la tecnología que se ha dado en llamar cuarta revolución industrial.

Y a la ciencia y la tecnología contemporáneas también debemos asociar el internet y las redes sociales, que han incidido determinantemente en cambiar el perfil de la cultura contemporánea, entendida esta como modo de vida.

Pero hay otros cambios, que estoy caracterizando como revolucionarios, que provienen de procesos sobre todo del orden de lo cultural, dinamizados por movimientos sociales. Me refiero en primer lugar a los movimientos de las mujeres, que, en mi opinión, son los que han introducido más cuñas en el pensamiento que caracterizaré como “tradicional”, y que en su lenguaje es identificado como pensamiento patriarcal. En la vida diaria, política, académica, laboral y personal su huella está presente. Quienes provenimos del siglo XX caminamos sobre cáscaras de huevo cuidando lo que decimos y cómo lo decimos, lo que hacemos y cómo lo hacemos.

Pasa lo mismo con otros ámbitos de la cultura: el racismo y el colonialismo, por ejemplo, han sido puestos en la picota. Literalmente, se están derrumbando estatuas. El movimiento LGBTIQ, que precisamente en estos días celebra el día del orgullo, o el movimiento ambientalista también ha ido modificando hábitos de vida que, sin darnos cuenta, fuimos adquiriendo a medida que se iba profundizando la sociedad de consumo.

Catalogo todo esto como una verdadera revolución cultural sin revoluciones (en el sentido que les dábamos en el siglo XX). Forman parte de otros procesos que, en mi opinión, también pueden ser catalogados como revolucionarios, propiciados por la tercera revolución de las tecnologías de la información de mediados del siglo XX, y la cuarta, que ya mencioné con anterioridad, todas propiciadas por la dinámica de sociedades capitalistas avanzadas que buscan optimizar la tasa de ganancia. Como dicen Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto comunista, el capitalismo es una fuerza transformadora de orden revolucionario permanente: “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción, y con ello todas las relaciones sociales”.

Estas revoluciones culturales, sin embargo, aunque están transformando mucho, aún son insuficientes. Nos falta todavía revolucionar el ámbito de las estructuras

(*) Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.


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