Los futbolistas de América del Sur tienen que construir poder y levantar la voz – Por Alejandro Wall

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Por Alejandro Wall*

La Confederación Sudamericana de Fútbol gobierna con el acrónimo de Conmebol, que hasta en su sonido otorga fuerza de poder, le sube el volumen a lo que serían sus siglas genuinas, de baja potencia, Ce Ese Efe. La Conmebol, esa música del negocio del fútbol, se convirtió en una app de delivery, el fútbol en bicicleta y a toda hora.

La Conmebol hace jugar bajo cualquier clima y circunstancia. En Colombia, entre gases lacrimógenos. En Brasil, después de que un grupo de jugadores pasara la noche en el aeropuerto. En Argentina, aunque un equipo se quedara sin arqueros y sin jugadores suplentes por un brote de COVID-19 y tuviera que poner a un cinco lesionado cuidándole el arco. Nada frenó su producción de partidos para cerrar en seis semanas, sin parar, la fase de grupos de las copas Libertadores y Sudamericana. Necesitaba ese tiempo para jugar las eliminatorias al Mundial de Qatar 2022 y luego hacer rodar su producto más codiciado, el torneo de selecciones más antiguo del mundo, la Copa América. Sin Colombia, inmersa en una crisis social y política, y sin la Argentina, que enfrenta el segundo ataque de COVID-19 contra su población, la Conmebol mudó el certamen al único país que le abrió las puertas, Brasil, un territorio donde conviven ambos dramas: la crisis política y la pandemia.

Aunque jugar sus torneos no fuera una cuestión de negocios, como dijo la Conmebol, al menos es una cuestión de poder. “La Conmebol actual luce más transparente, pero acaso más obscena”, escribió el periodista Ezequiel Fernández Moores en el diario La Nación. Consiguió permiso para programar horarios por encima de restricciones estatales, cambió partidos de sede, ajustó calendarios con equipos que llegaron a tener un partido cada 52 horas y mandó a la cancha a otros entre protestas callejeras. Ninguna condición fue —es— obstáculo para la Conmebol. Como si fuera otro Estado de América del Sur, hasta consiguió vacunas exclusivas para sus futbolistas, aun cuando la fórmula de Sinovac Biotech no esté aprobada en algunos países de América del Sur, como Argentina y Perú.

Alejandro Domínguez, el presidente de la Conmebol, tuvo que abrazarse al presidente brasileño, Jair Bolsonaro. Era el hombre que necesitaba en este tiempo y este espacio, un negacionista del virus que afronta manifestaciones opositoras en las calles, cacerolazos masivos y una investigación del Senado por la gestión de la pandemia. El fútbol puede servirle como antídoto a un político que desde su campaña se puso distintas camisetas, que entró a la cancha a celebrar con los jugadores la Copa América 2019, y que cuando quiso que volviera el fútbol en su país empujó a los futbolistas a enfrentarse al virus: “Son jóvenes y atléticos, el riesgo de muerte se reduce infinitamente”. Era la persona indicada para los planes de la Conmebol.

Ese fue el marco para el intento de rebelión local y la reacción de otros futbolistas, desde los uruguayos Edinson Cavani y Luis Suárez hasta el arquero y capitán chileno Claudio Bravo. FIFPro, el sindicato internacional de futbolistas, le pidió a la Conmebol que “tome todas las medidas requeridas para asegurar que la competición no ponga en riesgo a los jugadores”. Y avisó que quienes se negaran a participar contaban con su apoyo. Domínguez reaccionó ofendido, acusó al sindicato de discriminar a la región. Es cierto que las selecciones sudamericanas necesitan no perder terreno respecto a las europeas en el camino al mundial de Qatar 2022, y que se cumplirán 20 años sin campeones del mundo de la región (el último fue Brasil en Corea-Japón 2002). También que mucha afición quiere ver fútbol, al menos como un entretenimiento televisivo. Pero la Conmebol, en su afán de jugar por jugar, actúa al margen de lo que ocurre en la sociedad. El organismo dice que sus protocolos tuvieron 99% de efectividad. ¿Dónde entra en esa estadística Gustavo Insúa, el chofer de River que murió por COVID-19? ¿Y los 25 casos que tuvo el plantel? ¿Y los 27 contagios del Flamengo? ¿Y los 11 de Athlético Paranaense? ¿Y los de Nacional de Montevideo? ¿Cuál hubiera sido el límite? ¿La muerte de un jugador? Las estadísticas existen para ponerse en contexto.

El deporte se ha movido entre burbujas en el último año. No es un invento de la Conmebol jugar en pandemia. Pero hasta la NBA, el máximo show deportivo global, cuando se refugió en el mundo Disney entregó el espacio para que sus jugadores pudieran sumar su voz al movimiento Black Lives Matter. O la UEFA, que durante 2020 encerró a la Champions en Portugal cuando moverse por Europa podía ser un riesgo para la vida de los jugadores. Será un desafío para los próximos días una Eurocopa que se moverá este año de manera inédita por 11 ciudades, pero en un continente más aliviado en lo sanitario.

La Conmebol decidió en este tiempo llevar equipos de un lado a otro en una región que ardía en contagios. Apenas un organismo representativo de futbolistas profesionales le hizo frente a sus deseos, reaccionó con fuerza, hasta contando el dinero que reparte entre las federaciones, entre ellas a la Confederación Brasileña de Fútbol, que acaba de tener su propio sismo. Rogério Caboclo fue licenciado por 30 días después de una acusación de abuso sexual y moral. Su salida, de todos modos, ayudó a que los jugadores brasileños aceptaran participar de la Copa América. A Caboclo lo reemplazó Antonio Carlos Nunes de Lima, un excoronel de la Policía militar del Estado de Pará que ya había ocupado el cargo años atrás. Lo llaman, a secas, Coronel Nunes. Tiene 82 años, fue un hombre de la dictadura y su historia oscura como amnistiado la contó en 2016 el periodista de investigación Lúcio de Castro. Bolsonaro tiene a su coronel para la Copa América en pandemia. Solo falta que la Corte Suprema del país defina qué hacer con las dos presentaciones en su contra.

Los jugadores de Brasil se pronunciaron de manera explícita contra la Copa América, aunque anunciaron que la jugarán. No hubo, por ahora, un pronunciamiento público de Lionel Messi, la estrella que más brilla en este fútbol. Hace cuatro años había sido explícito: habló de corrupción y terminó con un castigo.

Es el momento de que sean los jugadores quienes construyan poder en el fútbol sudamericano. Y que lo hagan de cara a sus seguidores, los hinchas, darle voz a lo que pasa a su alrededor. Los jugadores de la NBA son el ejemplo. También estrellas, también millonarios, también en burbujas, fueron quienes pararon la competición cuando un caso de abuso policial volvió a movilizar a la sociedad estadounidense. El fútbol necesita a su LeBron James. Necesita que alguien, entre los tantos que lo reivindican y lo lloran, tome el legado de Diego Maradona: la tarea de juntar poder gremial para enfrentar al poder institucional. Brasil tuvo a Sócrates. “Si la gente no tiene el poder para decir las cosas, entonces yo las digo por ellos”, decía. “Los futbolistas —agregaba— somos artistas y, por tanto, somos los únicos que tenemos más poder que sus jefes”. En 1982, con dictadura en el país, Sócrates, jugador del Corinthians y la selección brasileña, pedía elecciones ya, direitas ja. Era la Democracia Corinthiana, el movimiento más contracultural del fútbol sudamericano, donde todo se votaba. El legado de Sócrates es el que tiene que imponerse en estos tiempos.

*Alejandro Wall es periodista especializado en deportes. Actualmente es columnista de ‘Pasaron Cosas’, por Radio con Vos, y coconductor de ‘Era por abajo’. Ha publicado cuatro libros deportivos, entre ellos ‘El último Maradona’.

Washington Post


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