Dos años de Bukele: un retorno al pasado autoritario de El Salvador – Por Ricardo Avelar

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Ricardo Avelar*

El joven mandatario ofreció esperanza y un salto al futuro, pero en dos años devolvió al país al “antiguo régimen” autoritario, que empieza a tornarse represivo para los disidentes.

Hace dos años, parado frente a una abarrotada Plaza Gerardo Barrios, en el centro de San Salvador, el joven Nayib Armando Bukele Ortez asumió la Presidencia de la República en una inusual ceremonia.

En lugar de un evento rígido con los poderes del Estado y algunos invitados en una locación cerrada, Bukele optó por llevar esta ceremonia a una plaza pública.

Además de ese simbolismo, el nuevo mandatario dio un discurso inusual. Si bien dijo lo que casi todos han prometido (progreso, diálogo, salir adelante), rompió el protocolo cuando además de tomar un mandato, hizo que sus seguidores presentes en el público levantaran la mano y juraran defender los avances próximos a gestarse.

Ese mismo día, como su primera obra, ordenó renombrar una brigada militar que rendía honores a Domingo Monterrosa, coronel responsable de numerosas masacres y graves violaciones a los derechos humanos en el conflicto armado.

Así, el primer millennial llegó a la presidencia de El Salvador, con la promesa de superar los grandes abusos del pasado y de derrotar las décadas de captura del Estado por estructuras corruptas y mafiosas. Con la misión autoimpuesta de “pasar la página de la posguerra” y construir un nuevo El Salvador. Con el aplauso, además, de un importante sector de la población, aunque con el escepticismo de quienes en él veían algunos signos de alarma. La expectativa era muy alta. El riesgo… también.

Las nuevas ideas versus el “antiguo régimen”

La llegada de Bukele al poder, al igual que su evento de toma de posesión, estuvo cargada de simbolismos que buscaban proyectar una imagen fresca y juvenil, acaso desenfadada. Esto, en contraste a las décadas en que dos partidos tradicionales, cuyos orígenes se remontan al conflicto armado, gobernaron a El Salvador. Dos partidos que si bien eran ideológicamente disímiles, se encontraron en algunas prácticas antidemocráticas y poco transparentes.
Mostrar mayores credenciales democráticas e institucionales, así como un compromiso con el futuro, no lucía tan complicado. Y en campaña, Bukele asumió el reto ofreciendo una “nueva historia” para El Salvador.

En la práctica, sin embargo, su estilo de gobierno no ha correspondido con estas promesas. Las “Nuevas Ideas”, como ha denominado a su movimiento, lucen muy parecidas a algunos episodios del pasado del país y de la región.
Ese El Salvador que el presidente ofreció está luciendo cada vez más como un calco del autoritarismo más cruel que la región ha visto.

Dos años después de ese discurso y esa toma de posesión, El Diario de Hoy hace un examen político de la presidencia de Nayib Bukele e identifica al menos seis puntos en los que el gobierno salvadoreño emula aquel “antiguo régimen” de poder concentrado y derechos fundamentales muy limitados. Uno que, parafraseando al autócrata peruano del siglo XIX Óscar Benavides, ofrece “a sus amigos, todo; a sus enemigos; la ley”.

Tras consultas con numerosos expertos en diferentes materias, El Diario de Hoy ha identificado seis áreas elementales donde el gobierno de Bukele imita al pasado que promete derrotar: la politización de los cuerpos de seguridad, el silencio a la disidencia y el periodismo crítico, los indicios de corrupción, la agenda anti derechos humanos, la aspiración de hegemonía de un partido, y la consolidación del poder total.

El empoderamiento de los fusiles

En dos años de gobierno, el joven Nayib Bukele ha devuelto a los cuerpos de seguridad un protagonismo y un rol político que por décadas habían perdido.

Esto, pues los Acuerdos de Paz de 1992 sentaron las bases para que El Salvador tuviera unas Fuerzas Armadas y una Policía Nacional Civil profesionales, apolíticas y no deliberantes.

Esto buscaba garantizar que las diferencias políticas se dirimieran en escenarios pacíficos y no mediante la amenaza y la intimidación. Ese modelo, sin embargo, parece estarse agotando.

En la segunda entrega de este especial, se muestra cómo estos cuerpos de seguridad han servido para consolidar el poder del presidente, al tiempo que han ayudado a blindar a funcionarios con sospechas de corrupción.

Esto, aunado a los golpes a la disidencia y a la libertad de prensa, están construyendo un manto de impunidad, opacidad y silencio en El Salvador. Características similares a los regímenes de turno antes incluso que Nayib Bukele naciera.

Las Nuevas Ideas tampoco son progresistas, ni han acompañado demandas de grupos marginados por la sociedad como las comunidades LGBTI. De hecho, han sido ignorados y la bancada oficialista incluso desechó proyectos como la Ley de Identidad, que prometía hacer justicia a la golpeada comunidad trans del país.

Pero una vuelta al pasado no estaría completa si no incluyera una aspiración de poder total, un anhelo por la permanencia y un desprecio por todo límite y por toda oposición a los mandatos del presidente Bukele.

En estos dos años, ese El Salvador golpeado y con una democracia imperfecta está cada vez más al borde del abismo autoritario, del cual costó décadas, vidas y un importante éxodo de compatriotas salir la última vez. Lejos de aprovechar la oportunidad histórica de convertirse en un líder vanguardista y revolucionario, Nayib Bukele optó por retornar al pasado más oscuro. Y salir de ahí podrá tomar mucho tiempo.

El presidente que contradice su discurso inaugural

Sus llamados de unidad chocaron contra el muro de su intolerancia y de los insultos y ataques a sus críticos y disidentes.

“Seré el presidente de todos los salvadoreños”.

Esa fue la contundente promesa que lanzó Nayib Bukele el 1 de junio de 2019, cuando asumió la presidencia tras ganar las elecciones presidenciales en primera vuelta con el 53% de los votos válidos.

En el triunfal discurso inaugural, el nuevo mandatario hizo énfasis a que “no seré el presidente de los que votaron por mí, tampoco seré el presidente de un sector, el presidente de un grupo, mucho menos el presidente de un partido político”.

En contraste, Nayib Bukele ofreció ser “el presidente de todos los salvadoreños, de cada uno de los salvadoreños, los siete millones de salvadoreños que viven acá y los tres millones que viven fuera. De 10 millones de salvadoreños, los representaré a cada uno de ustedes”.

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Pero sus acciones son alejadas de este discurso. En la práctica, el mandatario ha revelado una considerable intolerancia a quienes opinan distinto a él.

Excusado en su alta popularidad, ha tendido a humillar y descalificar a sus opositores, alegando que solo son un bajo porcentaje y ha bromeado que son insignificantes.

En septiembre de 2019 ante críticas a un despliegue policial, Bukele lamentó los comentarios de distintos ciudadanos y añadió: “Solo sirven para criticar y buscar defectos. Son un asco, sépanlo. Gracias a Dios y solo son el 4%”.

Esta intolerancia ha sido característica no solo del mandatario, sino de su equipo. Cada vez que Bukele o un alto funcionario lanza ataques hacia algún crítico, sus mandos medios o sus “influenciadores” hacen eco con insultos más fuertes. Esta cascada llega luego a fanáticos del mandatario o cuentas falsas que incluso hacen amenazas serias a los blancos del oficialismo.

En dos años, esto ha sido particularmente agresivo hacia mujeres, que también reciben amenazas de violencia sexual de hordas de tuiteros, reales o falsos, que se identifican como seguidores del presidente.

“Tendremos un gobierno del pueblo y para el pueblo”

Eso prometió Nayib Bukele en su discurso, pero dos años después ha mostrado que su idea de pueblo es solo una fracción que le apoya.

Además de esto, ha cerrado puertas para que la ciudadanía sepa cómo se emplean sus recursos y cuáles son la prioridades de la administración pública.

La toma del Instituto de Acceso a la Información Pública (IAIP) y el sistemático bloqueo de información dejan entrever que para el oficialismo, ese “pueblo” que dicen defender no tiene un acceso real a saber cómo se está gobernando.

Además, ofreció hacer de El Salvador un “ejemplo para el mundo”, pero sus conductas antidemocráticas le han ganado numerosas condenas que están convirtiendo al país en un paria cada vez más aislado en el convierto de las naciones.

Elsalvador.com


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