Desarrollo sustentable: idea-fuerza, oxímoron o agenda del capitalismo – Por Juan Emilio Sala
Por Juan Emilio Sala*
En este texto busco introducir tres acepciones interrelacionadas con el concepto de desarrollo
sustentable1 (DS), que conviven tanto en la literatura científica como en sus prácticas
asociadas.
1. El DS como idea-fuerza
El concepto de DS nace en 1987, con la presentación por parte de la Comisión Mundial sobre el
Medio Ambiente y el Desarrollo de las Naciones Unidas del informe “Nuestro futuro común”,
presidido por la exprimera ministra de Noruega Gro Harlem Brundtland. Allí se define al DS
como “la estrategia de uso de los recursos naturales que garantiza la satisfacción de las
necesidades de las generaciones de hoy y las de mañana por igual”.
El llamado Informe Brundtland buscó contrastar el posicionamiento del desarrollo económico
de principios de los años 80 con la sustentabilidad ambiental, al analizar, cuestionar e intentar
reencauzar estas políticas “globalizantes” a partir de reconocer que el crecimiento de las
sociedades (sobre todo en el Norte global) se estaba llevando a cabo a un costo ambiental
demasiado elevado. El Informe Brundtland es un emergente de la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre el Medio Humano, que tuvo lugar en junio de 1972 en Estocolmo, y de “Los
límites del crecimiento”, informe encargado al Massachusetts Institute of Technology (MIT)
por el Club de Roma y publicado en 1972, poco antes de la primera crisis del petróleo.
El sustrato común es una llamada de alerta y una idea-fuerza: el crecimiento económico,
poblacional y de los niveles de consumo de los países más desarrollados está superando los
límites biofísicos planetarios. Entonces, se sostiene, es necesario conciliar el desarrollo
económico con la sustentabilidad ambiental para garantizar así también la sustentabilidad
económica y social en el mediano y largo plazo. Esa es la noción de DS como idea-fuerza.
2. El DS como oxímoron
Un oxímoron es la combinación en una estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de
significado opuesto, que da origen a un nuevo sentido (por ejemplo, “un silencio
ensordecedor”). Para entender por qué decimos que la categoría de DS es un oxímoron
debemos revisar otros tres conceptos y sus relaciones.
La palabra “progreso” viene del latín progressus, y en un sentido genérico indica avance. Pero
la raíz de gressus es gradus, que se puede traducir como “escalón”. Por lo tanto, una
traducción más acorde a la etimología de “progreso” sería avanzar a la vez hacia delante y
hacia arriba, como subir una escalera. Comúnmente asociada a esa noción se encuentra la de
“crecimiento económico”: el aumento de la renta o valor de bienes y servicios finales de una
economía, que suele medirse en porcentaje de suba del PBI y se vincula a la productividad. El
crecimiento económico, así definido, se ha considerado históricamente como algo “deseable”.
Entonces, se piensa al “desarrollo” (palabra de raíz latina que deriva de “des-arrollar”, “des-
envolver”) como el resultado de los saltos cualitativos dentro de un sistema económico
facilitados por tasas de crecimiento que se han mantenido altas en el tiempo y han permitido
la acumulación del capital. Así, se instaura globalmente la idea de una articulación sinérgica
entre progreso, crecimiento y desarrollo.
En el paradigma económico imperante desde 1970 (neoliberalismo corporativo-financiero), el
desarrollo presupone el crecimiento económico al infinito. Pero si los informes descritos más
arriba y toda la evidencia científica posterior están en lo cierto, y el planeta y sus recursos son
finitos, el DS no es más que un oxímoron, ya que, en términos económicos, desarrollarse
implica crecer y acumular, y esto es biofísicamente insostenible en el tiempo, además de
éticamente condenable.
La contradicción aparece todo el tiempo y en todas partes. El 25 de septiembre de 2015, la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) lanzó sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible
(ODS). El octavo es, precisamente, “trabajo decente y crecimiento económico”. Según este
ODS, “un crecimiento económico inclusivo y sostenido puede impulsar el progreso, crear
empleos decentes para todos y mejorar los estándares de vida”. El sacrosanto crecimiento
económico que todo lo salvará. ¿Pero no llegamos hasta acá por orientar las políticas públicas
de las naciones tras el mantra del crecimiento?
3. El DS como estructuración de agenda del capitalismo verde
Del 3 al 14 de junio de 1992, en Río de Janeiro, se realizó la Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. La declaración resultante, con 27 principios rectores,
se constituyó en el decálogo de lo que sería la agenda del DS y que daría lugar al nacimiento
del “capitalismo verde”.
Allí comienzan a establecerse los mecanismos para “internalizar” la naturaleza en un sistema
económico global del que siempre fue vista como una “externalidad” –o recurso– inagotable.
Pero la internalización no fue de cualquier manera, sino como commodity. Así, la naturaleza se
vuelve una mercancía más que entrará a fluir “libremente” en los mercados financieros en
distintas formas: bonos verdes, bonos azules, pago por servicios ecosistémicos. Y las ONG
conservacionistas internacionales comienzan a utilizar a las fuerzas desreguladas del mercado
para salvar a la naturaleza de… las fuerzas desreguladas del mercado. Irónica tautología propia
del capitalismo en decadencia.
Surge, entonces, un nuevo oxímoron: “economía verde” o “bioeconomía”, el concepto de
moda en los discursos de sustentabilidad, particularmente a la luz de la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible de 2012, conocida como “Río+20”. Ante la
crisis económica global y la percepción de que las políticas de sustentabilidad no se
implementan de forma efectiva, los dirigentes políticos han puesto sus esperanzas en la
“ecologización” de la economía: “sound ecology is good economics”, sostienen.
Para decirlo de una forma bastante simplificada, consiste en sustituir la extracción de petróleo
con la explotación de la biomasa (cultivos alimentarios, textiles, pasturas, residuos forestales,
aceites vegetales, algas) para vislumbrar un futuro pospetrolero en el que la producción
industrial (de plásticos, sustancias químicas, combustibles, fármacos, energía) deje de
depender de los combustibles fósiles para derivarse de materias primas biológicas
transformadas mediante plataformas de alta tecnología basadas en la bioingeniería.
Muchas de las más grandes corporaciones y de los gobiernos más poderosos ya apuestan al
uso de nuevas tecnologías para la transformación de la biomasa en productos de alto valor
Pero mientras la maximización de la ganancia sea la piedra angular de la sociedad adquisitiva y
de la economía capitalista, las corporaciones mantendrán su interés en la escasez como
creadora de valor económico.
Entonces, si las restricciones políticas, económicas y culturales no se consideran, las
estrategias de la economía verde no pueden tener éxito en poner fin a la degradación del
ambiente y reducir la pobreza.
Conclusión: ¿lo que nace en Noruega, muere en Noruega?
Un ejemplo icónico de la contradicción en los términos que representa el DS enmarcado en la
actual configuración del sistema-mundo ocurrió el 2 de diciembre de 2020, cuando la primera
ministra de Noruega, Erna Solberg, publicó en la revista Nature2 un texto en el que sostuvo
que “las ciencias oceánicas pueden impulsar el empleo y el bienestar”. Allí, intentó explicar por
qué enfocó su “voluntad política detrás del conocimiento científico en beneficio del océano y
la humanidad”, y presentó un informe presidido por ella y realizado por el Panel de Alto Nivel
para una Economía Oceánica Sostenible. En ese documento, los 14 países miembros del panel
acordaron gestionar de manera sustentable el 100 % de sus zonas económicas exclusivas
(aguas nacionales) para 2025, utilizando el océano sin sacrificar su salud.
Tan solo dos meses después, dos de los expertos consultados para el informe, Henrik
Österblom y Robert Blasiak, denunciaron en la misma revista Nature3 que, pasadas apenas
unas semanas, Noruega había anunciado la concesión de 61 nuevas licencias para la
exploración de petróleo y gas offshore, y que planeaba permitir la minería de los fondos
marinos a partir de 2023. Valientemente, estos autores sostuvieron que dichas medidas
contradicen de forma flagrante todo lo contenido en el informe, propiciando una actitud
antiética respecto de los compromisos asumidos y compartidos. Incluso, le recordaron a la
primera ministra Solberg que el informe por ella presidido sostiene que “continuar o
incrementar la exploración offshore de petróleo y gases es conceptualmente difícil de alinear
con una economía oceánica sustentable”.
El ejemplo deja en evidencia que la categoría de DS no es más que el recurso discursivo
estratégico que se inventó el capitalismo para patear hacia adelante la verdadera
transformación socioecológica que necesita la humanidad. ¿Será, entonces, momento de
sepultar el concepto de DS en Noruega, donde nació? Al menos en nuestros territorios
latinoamericanos y del Sur global, debemos desacoplarnos de la agenda estructurada por este
concepto, para generar, de forma independiente y soberana, nuestras propias trayectorias de
desarrollo que garanticen la justicia socioambiental.
*Coordinador del Consejo Asesor Científico del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación
de la Nación en el marco de la Iniciativa Pampa Azul. Investigador del Conicet en sistemas
socioecológicos y ecología política.
Notas:
1. Hay quienes prefieren la traducción “sostenible” e incluso hay un debate académico en
torno a esto, pero a este autor le parece completamente intrascendente la distinción. 2.
“Norway’s Prime Minister: Ocean science can boost jobs and wellbeing”, en Nature 588, 9
(2020). 3. «Oil licences undermine Norway’s ocean leadership», en Nature 590, 551 (2021).