Perú: una estrategia de guerra para impedir la hora de lo nuevo – Por Mariana Álvarez Orellana
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Mariana Álvarez Orellana*
Pedro Castillo y Perú Libre llevan las de ganar en la segunda vuelta electoral en el Perú, no solo por la amplia ventaja que le dan las encuestas, sino porque su rival, Keiko Fujimori, sus asesores políticos y de imagen, así como sus ocasionales aliados de la derecha política, están llevando a cabo una estrategia de confrontación, una campaña antivoto, como si se tratara de una guerra, que deben ganar de todas maneras,.
Seguramente las distancias se acortarán al 6 de enero, pero los analistas coinciden en que las estrategias perfiladas en la última semana hacen poco probable que la brecha se cierre del todo. Lo que intenta Keiko es liquidar al rival, someter a los neutrales, indecisos, vacilantes. No busca persuadir a los electores y ganarlos con propuestas positivas. Lo que está haciendo es infundirles miedo, pánico; piensa que así va a captar votos, señala Víctor Caballero.cover
Para impedir el desenlace golpista la victoria de Castillo debe ser holgada. Eso depende, supongo, de buena parte del 33% de indecisos que perciban que el golpe no es opción. Parece ser la posición de Hernando de Soto quien declara que sus conversaciones con Castillo fueron «satisfactorias» y que lo ve «acercarse al centro».
En las venas de Keiko corre sangre de confrontación, de guerra, y su entorno fascista la alienta. Su negocio es polarizar. Su meta, retomar el poder para seguir expoliando las arcas del Estado. No le interesa dirigirse a los electores de centroizquierda ni a los colectivos sociales, ambientales, feministas; y tampoco, pareciera, a los ciudadanos del sur y centro del país, a quienes considera chavistas, comunistas, terroristas.
“El problema es que al considerar que estamos en una guerra, ya los ex militares termocéfalos vienen tocando la puerta de los cuarteles para hacer un golpe militar antes de la segunda vuelta; otros amenazan afirmando que un eventual triunfo de Pedro Castillo llevará al país a un golpe militar para impedir que sea gobierno, recuerda Caballero.
Lo dice nada menos que Mario Vargas Llosa: “no se puede descartar que haya un golpe militar”, y agrega: “probablemente sea un golpe de derecha, eso nos hundiría otra vez en una dictadura militar que vaya usted a saber cuántos años duraría”. Clara amenaza al conato de democracia, al respeto a la voluntad del pueblo y al derecho de elegir al candidato que le guste, no el que se lo imponga la derecha genocida y sus repetidoras de lso medios hegemónicos de comunicación
coverCastillo, por su parte, ha buscado construir una imagen razonable, dialogante, sin ceder a la tentación de concesiones innecesarias o prematuras que diluyan su identidad política. “Se puede normalizar en el ojo público porque es, en efecto, un personaje normal, perfectamente legible desde el llano, perfectamente comprensible para la mayoría ciudadana”, señala Jorge Frisancho.
Y por eso su popularidad subió tan sostenidamente durante la campaña de primera vuelta. Su figura es reconocible fácilmente; maestro de escuela pública, político de rango local o regional, agricultor de pequeña parcela, sindicalista. Es una figura tangible, verosímil, y esa primera impresión cuenta mucho más que las afiliaciones ideológicas.
Por ejemplo, sin subir la voz, señala tranquilamente que los que le quitan sus casas a la gente son los bancos. Así, pese a que la derecha cuenta con los medios masivos de comunicación, con las peroratas de los que aparecen como extremistas son los derechistas, como Beto Ortiz, Mario Vargas Llosa y todos aquellos que aparecen en las portadas de Perú 21.
Es evidente que la irrupción de Castillo ha sido posible precisamente porque plantea con claridad una confrontación en el terreno de la ideología y enuncia un antagonismo fundamental en vez de intentar disfrazarlo y revela el agotamiento de los aparentes consensos de la vida política peruana de las últimas décadas, y le da forma y representación a un bloque articulado sobre consensos distintos, señala Frisancho.
Estos consensos nuevos apuntan hacia la izquierda: nadie que haya votado por Pedro Castillo o piense hacerlo ignora lo que está en juego. El antagonismo fundamental es el que enfrenta a los beneficiarios del “modelo” neoliberal con los que sufren sus consecuencias.
Y viene con contenido: su oferta electoral incluye banderas largamente enarboladas desde la izquierda peruana, como, entre otras varias cosas plenas de valencia política, el cambio de constitución o el control nacional de los recursos primarios. El proyecto que Pedro Castillo representa no tiene todavía forma definida, más allá de esos lineamientos generales, el movimiento social que lo acompaña.Castillo, de sombrero, le habla a la multitud durante un acto en Chiclayo, (Fuente: EFE)
Castillo no aparece como la figura extremista y polarizante, imagen que la derecha pretende imponer en el imaginario colectivo. Y mientras él se dedicaba a comunicar con efectividad, tranquilizando a quienes le temen con promesas verosímiles de respetar la institucionalidad y enfocarse en las necesidades inmediatas generadas por la pandemia y la crisis, sus oponentes vociferan que es un riesgo para la democracia y amenazan con un golpe de estado.
Maneja usos discursivos capaces de darle expresión política al descontento popular y a las contradicciones que definen la vida social y económica, pero no un programa concreto de políticas de Estado. Una ventaja en campaña electoral esta flexibilidad para modular la apuesta según las circunstancias y los momentos, ya que ayuda a ganar elecciones: Castillo puede hablarles a la vez a distintas audiencias, a los convencidos y los todavía indecisos, sin desdibujar los contornos de su mensaje de cambio.
Por primera vez en mucho tiempo en la política peruana, la derecha está perdiendo y parece desesperada por ello. La única arma en su arsenal —extremar la diatriba y el terruqueo, movilizar miedos de clase con creciente insistencia y mostrar los dientes en gesto amenazador mientras llaman a su rival extremista, peligroso y violento— ha perdido efectividad. Ya no mella como antes. Todo parece indicar que este ya no es su momento, sino el de algo nuevo que apenas está naciendo, señala Frisancho.
*Antropóloga, docente e investigadora peruana, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)