Argentina | 43 mujeres acusan al Opus Dei de hacerlas trabajar gratis como empleadas domésticas durante años

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¿SERVIDORAS DE DIOS?

Por Nicolás Cassese y Paula Bistagnino

Un grupo de 43 mujeres de origen humilde acusa al Opus Dei (Obra de Dios, en latín), una institución católica, de haberlas hecho trabajar gratis y durante años como empleadas domésticas.

Dicen que las reclutaron engañadas cuando eran adolescentes con la promesa de continuar su educación. Pero que la instrucción fue en escuelas de tareas domésticas que tenía la organización, donde les enseñaron a limpiar, cocinar, planchar y el resto de los asuntos de la casa. Según su testimonio, su escolarización fue parcial, o nula, y luego trabajaron como empleadas de limpieza, cocina y servicio para los miembros de la Obra y sus invitados en los centros que el Opus Dei tiene en todo el país y alrededor del mundo. Por esa tarea, acusan, nunca cobraron un peso. Las mujeres hoy tienen entre 40 y 60 años, y el período que denuncian de instrucción y trabajo no remunerado en la institución fue entre 1980 y principios de los 2000.

Todas ellas eran numerarias auxiliares, una de las categorías de pertenencia a la Obra, y su vínculo excedía lo laboral. Habían hecho compromisos de pobreza, castidad y obediencia. Sus tareas de servicio doméstico, les explicaron, eran una ofrenda a Dios, su misión como cristianas en el mundo. El Opus Dei les proveía de casa en residencias aledañas a los centros de la Obra, comida y algunas salidas de esparcimiento.

En una entrevista con LA NACION, Catalina María Donnelly, directora de la rama femenina en Buenos Aires del Opus Dei, asegura sentirse triste por las acusaciones y dispuesta a pedir perdón. Igual dice que, según su registro, siempre pagaron el trabajo de las numerarias auxiliares. Admite, sin embargo, que pudo haber habido lo que ella llama “informalidad” en la remuneración. “Quizás la que dirigía la residencia [donde vivían las jóvenes] hacía una caja común y de ahí se enfrentaban todos los gastos”, explica.

“Hoy en día es inentendible y está muy mal hecho, pero en ese momento se hizo como se hacía en las familias”, considera.

El sábado 18 de marzo, LA NACION se encontró con siete de las 43 mujeres en un departamento de Palermo. Todas habían sido numerarias auxiliares, pero abandonaron el Opus Dei desilusionadas. Las siete aseguran haber sido engañadas y dicen que cuando al fin lograron irse -algo que les resultó muy difícil por la presión psicológica a la que las sometían, la falta de educación y el corte abrupto a las que las obligaban con su familia y amigos- se encontraron quebradas de espíritu y sin dinero.

También coinciden en que jamás dispusieron con libertad de un sueldo. Una sola de ellas dice que durante un tiempo firmó recibos y cobró por su trabajo. Pero le entregaba todo el dinero a la directora del centro.

Visitación Villamayor, que prefiere usar el nombre de Tita, dice que se la llevaron a los 15 años. Era de una familia de diez hermanos en el interior de Paraguay. No hablaba castellano y le prometieron una beca en Asunción para hacer el secundario. “Todos los días esperaba que empiece el colegio, pero lo que te enseñaban era a cocinar, planchar y servir para lo que a ellos les convenía”, recuerda.

Alicia Torancio tenía 16 años cuando la convencieron de abandonar a su familia humilde de campo, en Corrientes. A los 22, estaba a cargo de una cocina que alimentaba a alrededor de 70 personas pertenecientes al Opus Dei. Fue demasiada presión. Pronto comenzó una espiral de angustia y depresión. Llegó a pesar 45 kilos y terminó internada en un neuropsiquiátrico luego de un intento de suicidio. “No me iba porque me dijeron que ese sufrimiento era mi cruz”, dice.

A Nidia Ojeda, de Pedro Juan Caballero, en Paraguay, también la mandaron a Asunción a los 13 años. Una vez recibió una carta de un novio que había tenido en su pueblo y la directora del centro donde vivía se la hizo romper. “Nosotros somos tu familia”, le manifestó.

Algo similar le ocurrió a Norma Pedrozo con un talco que su madre le hizo llegar. Trabajaba en Roma como empleada doméstica y era un recuerdo de su infancia en Las Palmas, Chaco, de donde se fue a los 14 años. Se lo quitaron. “No sé por qué no me fui antes, no tuve el coraje. Tenía miedo de que me busquen con la policía”, explica.

A Gladys Rodríguez, correntina, le gustaban las mujeres y cuando lo confesó, su directora espiritual le recomendó incrementar el uso del cilicio y la disciplina, dos métodos de mortificación corporal, para expulsar los “malos pensamientos”.

“Siento que me usaron, que me engañaron y que no me dieron lo que me corresponde, que es lo que corresponde a cualquier persona que trabaja. Yo venía de una familia muy pobre, no tenía las herramientas para enfrentarlos y decirles que no está bien trabajar gratis. Ellos te mienten con el cuento de la vocación y la familia”, acusa Rodríguez mientras comparte facturas con las otras en una tormentosa mañana.

“Fuimos esclavas -se queja Lucía Giménez, otra paraguaya de familia numerosa [eran 11 hermanos]-. Estuve 18 años y nunca cobré un peso por mi trabajo”.

Exmiembros del Opus Dei reconocen que la institución ya hizo arreglos económicos extrajudiciales para atender demandas similares, aunque no de la magnitud expuesta por este grupo de mujeres.

No hay antecedentes de reclamos en la Argentina como el de las numerarias auxiliares. En el mundo, existe solo uno que sentó al Opus Dei en el banquillo de los acusados: una exnumeraria auxiliar francesa, Catherine Tissier, denunció en 2001 a la Obra “por trabajo disimulado y retribución contraria a la dignidad”. Sin embargo, la organización logró desligarse y la condena solo fue sobre la asociación civil. En España, en 2011, otras seis exnumerarias auxiliares iniciaron una demanda, pero no llegó a juicio porque hubo un acuerdo.

El grupo de 43

En febrero de este año, las 43 exnumerarias auxiliares -entre las que estaban las siete que hablaron con LA NACION- se reunieron en una parroquia del barrio de Belgrano y firmaron un poder al abogado Sebastián Sal para que las represente.

Fue el final de un largo proceso que comenzó con la inquietud de Giménez, quien durante años recorrió sin éxito despachos oficiales y oficinas de diferentes abogados denunciando la situación. Al mismo tiempo, se iba construyendo la red de las 43 mujeres mediante encuentros -el primero fue en 2003, en la parroquia Nuestra Señora de la Rábida, a tres cuadras del Congreso- y contactos en redes sociales.

Sal se interesó en el caso y, después de entrevistarlas una por una, contrastó sus relatos con la información en la Anses. Dice que comprobó que los aportes realizados fueron mínimos y en algunos casos inexistentes.

Según sus averiguaciones, de las 43 exnumerarias auxiliares que representa, 20 no registran ningún aporte jubilatorio. Entre las otras 23, la mayoría tiene aportes esporádicos. Ninguna, dice, tuvo un sueldo. Diez de ellas fueron traídas desde Paraguay y nunca tuvieron residencia legal, ni ninguna documentación argentina. La ausencia de vínculo formal para las empleadas domésticas era lo habitual en la Argentina hasta hace algunos años. No así, en cambio, la ausencia de salario.

Sal también asegura que encontró que las condiciones en las que trabajaron para distintas asociaciones civiles ligadas al Opus Dei, el método de contratación que utiliza la organización, eran similares: además de no recibir ningún pago, tenían jornadas de hasta 15 horas, días de descanso esporádicos y traslados compulsivos entre ciudades e incluso entre países. Siempre eran asignadas a tareas domésticas en centros de la Obra.

Con esa información, contactó a las autoridades del Opus Dei en la Argentina a la espera de una propuesta reparatoria. Como no la obtuvo, pidió una audiencia con el nuncio apostólico, monseñor Miroslaw Adamczyk, quien se la concedió y, luego de escucharlo, le recomendó enviarle una carta al Papa.

Sal explica que están a la espera de que el Opus Dei, o la Iglesia, den alguna respuesta, por eso aún no presentaron una demanda judicial. “Preferimos que sea la misma Iglesia la que aborde esto. Por eso, aún no hicimos una presentación judicial”, afirma. La carta a Francisco se envió a principios de marzo. En tono de denuncia, pide cuatro acciones: “Que el Opus Dei reconozca su error, que les pida perdón a las mujeres, que las compense debidamente y que cese con estas actividades”.

Alumnas de primer año del Icied a fines de la década del 80 (izquierda) y en una clase de costura (abajo); numerarias auxiliares con el entonces Prelado Javier Echevarría, en una de sus visitas a la Argentina, en 1997 (derecha)

Qué es el Opus Dei

El Opus Dei es una de las instituciones más nuevas de la Iglesia Católica, fundada por el sacerdote español y hoy santo Josemaría Escrivá de Balaguer en 1928. El primer aval oficial lo obtuvo en la década del 40, pero la aprobación final y la constitución jurídica como prelatura personal se la otorgó Juan Pablo II en 1982. Esta figura, única en la institución, es una estructura jerárquica que funciona con autonomía de las diócesis y los obispados, y responde a sus propias autoridades en Roma. Por encima del prelado del Opus Dei solo está el papa.
Según declara, el Opus Dei está en 68 países, entre los que suma unos 90.000 miembros. De ellos, explican, solo 2000 son sacerdotes. El resto son laicos. Si bien todos son considerados iguales en su santidad y compromiso, hay distintas categorías o formas de pertenecer.

En la punta de la pirámide están los sacerdotes y los numerarios, que son los miembros célibes que viven con compromisos de castidad, pobreza y obediencia en residencias de la Obra. Los numerarios son universitarios y trabajan en su profesión, sean en el ámbito privado o público, pero entregan sus salarios a la institución y reciben dinero para sus gastos. Otra categoría es la de agregados, que también hacen compromisos de castidad, pobreza y obediencia, pero pueden vivir en sus casas. Luego están los supernumerarios, que pueden formar familia. Su aporte es con dinero, bienes, trabajo y vínculos.

La misma estructura se replica en la rama femenina, a la que además se agrega la categoría de numerarias auxiliares, que son las que llevan adelante el servicio doméstico de los centros, las residencias, las casas de retiro y las administraciones. Esa vocación no puede cambiar: no hay posibilidad de que una numeraria auxiliar se convierta en numeraria, por lo que toda su vida se desarrolla en tareas de cocina, limpieza, atención y mantenimiento.

La autoridad máxima del Opus Dei en la Argentina es el vicario regional, que también dirige las delegaciones de Bolivia y Paraguay. El actual vicario es monseñor Víctor Urrestarazu y el anterior fue Mariano Fazio, muy cercano al Papa, que en 2014 dejó el cargo para ir como vicario general a Roma.

La Vicaría Regional está ubicada en la calle Vicente López 1950, en el barrio de Recoleta. Allí también funciona una de las principales residencias y centros de varones del Opus Dei, el Cudes. En ese lugar se centralizan las decisiones, la información, la documentación y las finanzas de la Obra en el país, que se administran a través de dos consejos: uno de varones, llamado la Comisión Regional -que también funciona en ese edificio-, y uno de mujeres, la Asesoría Regional, que desde 2001 está a la vuelta, sobre la calle Ayacucho al 1600.
En la puerta de al lado de la entrada a la Vicaría y el Cudes, en Vicente López 1954, está la entrada de Laya, la residencia de numerarias auxiliares más grande del Opus Dei en la Argentina. Los edificios se comunican por el subsuelo.

Las dos direcciones, como por lo menos una veintena más de centros y residencias del Opus Dei, son propiedad de la Asociación para el Fomento de la Cultura. Es una de las por lo menos 17 asociaciones civiles ligadas al Opus Dei en la Argentina. Y de ellas dependen unas cincuenta instituciones entre colegios, clubes, casas de retiros, residencias universitarias y la Universidad y el Hospital Austral. El Opus Dei insiste en que no tiene bienes propios y que todas estas son iniciativas apostólicas de sus miembros, a los que ellos solo prestan asistencia espiritual.

Cultores de la discreción, uno de sus mayores benefactores es el empresario Gregorio Perez Companc, que donó las tierras y parte del dinero para la construcción de la Universidad y el Hospital Austral, en Pilar. Otros nombres vinculados a la Obra son el exjuez de la Corte Suprema Antonio Boggiano, el banquero José Rafael Trozzo y Francisco Javier Trusso, exembajador ante el Vaticano y representante en la Argentina del Banco Ambrosiano.

El instituto de formación

La mayoría de las numerarias auxiliares se formaron en el Instituto de Capacitación Integral en Estudios Domésticos (Icied), que tiene sus equivalentes en todos los países en los que funciona la Obra. El Icied era una escuela de formación en tareas domésticas, o de hotelería, ubicada en el predio más emblemático de la institución, conocido como La Chacra, que queda en Bella Vista, al noroeste del Gran Buenos Aires. Allí estuvo alojado Escrivá de Balaguer en su única visita a la Argentina, del 7 al 28 de junio de 1974. El Icied se había fundado dos años antes, en 1972.

Según la información oficial, hasta 1993 brindaba la formación en “administración de servicios en hogar e instituciones” y los tres primeros años de educación secundaria. Luego, siguió dando la formación técnica en servicios, pero se enfocó en el ciclo polimodal, esto es, los tres últimos años del secundario. En 1994, se transformó en el Instituto de Capacitación para Empresas de Servicios (ICES).

Cerró en 2017 y desde entonces no volvieron a vivir chicas menores ahí, pero siguen dando cursos. “Nos pareció que ya no era adecuado a las circunstancias actuales de la mujer en la sociedad. Yo hubiese preferido cerrarlo antes”, explica Donnelly. En total, según la información de la Obra, pasaron 1080 alumnas por el colegio. La mayoría de ellas, asegura Donnelly, están agradecidas por las oportunidades recibidas.

A modo de respuesta por la acusación de las 43 mujeres, el Opus Dei presentó a LA NACION el testimonio de dos numerarias auxiliares que agradecen las posibilidades de progreso que les dio la Obra. Estela María Rohr tiene 57 años y es de Entre Ríos. Entró al Opus Dei a los 15 años, se capacitó en Holanda y hoy trabaja en el centro de formación profesional en gastronomía que tiene la institución. Dice que la numeraria auxiliar es “la madre de la Obra, la que cuida y guía”. Siempre tuvo un sueldo, pero ese no es el único incentivo. “Hacés las cosas por Dios y te estás ganando el cielo”, asegura. La experiencia de Graciela Corradini, también entrerriana de 57 años, es igual de buena. “El Opus Dei me dio todo. Me siento muy feliz”, aclara.

Las 43 mujeres representadas por Sal, en cambio, tuvieron un paso por la Obra mucho más tortuoso. Varias estuvieron en el Icied, pero no todas. El Opus Dei tiene colegios similares en otros países, como Paraguay, y allí asistieron las exnumerarias auxiliares nacidas en ese país.
La secuencia de captación, formación, trabajo, crisis y posterior salida de la Obra es similar en los relatos de las siete entrevistadas por LA NACION y también en el resto de las representadas por Sal.

Certificado de una exnumeraria auxiliar en Torrealta, otro de los centros de formación del Opus Dei

Captación

La primera instancia era encontrar a las chicas y convencerlas a ellas y a sus familias de las virtudes de los programas que ofrecían en los diferentes países. Para eso, mujeres de la Obra viajaban a zonas carenciadas de la Argentina o Paraguay en diciembre, cuando terminaban las clases, y utilizaban la red de contactos para detectar posibles candidatas.

“En mi caso usaron una numeraria auxiliar que era de mi barrio y viajó a reclutar”, dice Villamayor. Irse con ella a Asunción a los 15 años, explica, era la única manera que veía para salir de la pobreza. La experiencia con Lucía Giménez fue idéntica. “Aparecieron en diciembre. Yo estaba rebelada con mi mamá, quería ser libre. Me hablaron de un colegio en Asunción y me fui. Esa fue mi equivocación”, recuerda.

”Yo estaba rebelada con mi mamá, quería ser libre. Me hablaron de un colegio en Asunción y me fui. Esa fue mi equivocación” LUCÍA GIMÉNEZ

El propio Opus Dei detalla cómo funcionaban los viajes de promoción del colegio. “Nació como una iniciativa socioeducativa, con el objetivo de promover el valor del trabajo doméstico y la dignidad de las personas que lo llevan a cabo”, cuenta la primera directora del Icied, la supernumeraria Ana María Sanguineti, en un documento reciente publicado en la Revista del Instituto Histórico San Josemaría Escrivá. Desde entonces y hasta hoy, para quienes forman parte del Opus Dei, el Icied es motivo de orgullo.

El documento explica cómo se buscaba a las chicas: “Sobre todo mediante viajes a las zonas rurales más apartadas del interior del país. Interesaba, concretamente, ofrecer la oportunidad de acceder a este tipo de estudios a quienes de otro modo quizá no la tuvieran. La selección de las localidades se hacía sobre la base de los contactos con que se contaba: maestras rurales, sacerdotes y otras personas conocidas”.

Entre los lugares de los que trajeron adolescentes, se menciona a Almada, Urdinarrain, Maciá, La Paz y Gualeguay, en la provincia de Entre Ríos; a algunos lugares de la provincia de Córdoba; a Quitilipi, del Chaco; a Chajarí, de Corrientes; a Santa Rosa, de La Pampa; a Santa María, de Catamarca, y a Famaillá, de Tucumán, entre otros.

“Estos desplazamientos fueron llevados a cabo, en sus inicios, por algunas mujeres del Opus Dei y por cooperadoras y amigas conocedoras del proyecto. Desde que se creó el Patronato del Icied −en 1972− también este prestó todo su apoyo en la tarea de promoción del Instituto, haciéndolo conocer entre sus parientes, amigos y conocidos”, dice el documento.

Iniciación y educación

Una vez en las escuelas del Opus Dei, además de los cursos de formación en tareas domésticas, las alumnas hacían prácticas profesionales en residencias de la institución. Según las exnumerarias auxiliares que hablaron con LA NACION, esto significaba que, aun siendo menores de edad, comenzaban su régimen de trabajo gratuito como empleadas domésticas de la Obra.

Las mujeres también dicen que la educación curricular prometida nunca llegaba. Sí en cambio la formación espiritual en la doctrina del Opus Dei. Un elemento central era la lectura de Camino, el libro en el que Escrivá condensó la misión de la Obra y el “plan de vida”: las reglas que cada miembro debe seguir. Tiene 140 páginas, 46 capítulos y 999 postulados o “consejos”, como los llamó Escrivá.

“Te dicen que tenés vocación de numeraria auxiliar: que vos te vas a santificar haciendo los trabajos de la casa, que es tu hogar, y para tus hermanas y hermanos, que son tu familia” BEATRIZ DELGADO

Las jornadas eran extensas desde el comienzo. Al entrenamiento y el trabajo se le sumaba una rutina de formación religiosa: misa cotidiana, charlas y confesión semanal con un sacerdote. “Ahí es donde te dicen que tenés vocación de santa. Yo no vi mi vocación, pero el sacerdote me decía que sí, y así fue que pedí la admisión”, dice Beatriz Delgado, que entró a los 18 años.

La admisión es el primer paso para ser parte de la Obra y consiste en una carta de puño y letra que las aspirantes le escriben al prelado. “Te dicen que tenés vocación de numeraria auxiliar: que vos te vas a santificar haciendo los trabajos de la casa, que es tu hogar, y para tus hermanas y hermanos, que son tu familia”, agrega Delgado. Al año, se hace la oblación, que es la primera incorporación a la institución. El tercer y último paso es a los cinco o seis años -que en general coincide con la mayoría de edad- y se llama fidelidad.

“Te ponés una alianza y hacés una promesa de que es para toda la vida. Y te dicen que es tu casamiento con Dios”, relata Giménez. En esa instancia, las entrevistadas cuentan que se hace una invitación a firmar un testamento en favor de alguna de las asociaciones civiles del Opus Dei: “No podría decir que te obligan, pero te persiguen y cansan diciéndote que ‘cómo no le vas a entregar todo a la Obra, que es tu nueva familia’. Y que no hacerlo es ‘de mal espíritu»’, afirma Giménez.

Régimen de trabajo y vida cotidiana

El resumen de la historia laboral de Villamayor en la Anses es una página en blanco. Para el Estado argentino, ella nunca trabajó. Pero Villamayor dice que empezó a trabajar a los 15 años, en 1985, y durante casi una década hizo tareas no remuneradas de empleada doméstica como numeraria auxiliar.

Siempre según los registros que consiguió Sal en la Anses, de las otras seis mujeres entrevistadas por LA NACION, Ojeda recibió aportes durante siete de los 20 años que estuvo en la Obra; Rodríguez, durante los últimos dos de los siete años; Giménez tuvo aportes irregulares durante cuatro de los 19 años; Torancio, tres de los 13; Pedrozo, cuatro de los 20, y Delgado, cuatro de los 23. Todas, sin embargo, coinciden en que nunca dispusieron de su sueldo.

Laya, el centro de numerarias auxiliares de Recoleta, es el más grande. Atiende la sede principal del Opus Dei y la mayor residencia universitaria, el Cudes. Allí, la dinámica del día era idéntica para todas. Su jornada empezaba a las 6 de la mañana, cuando sonaba el despertador. Lo primero que tenía que hacer, al abrir los ojos, era ponerse de rodillas, besar el piso, mirar hacia arriba, decir una oración corta y terminar con serviam, “serviré”, en latín. Así, comenzaba la jornada laboral, que podía tener hasta 15 horas.

“Después de la oración, había que asearse, ponerse el uniforme, tomar un vasito de café y empezar con la primera limpieza que te tocara” TITA VILLAMAYOR

“Después de la oración, había que asearse, ponerse el uniforme, tomar un vasito de café y empezar con la primera limpieza que te tocara. A las 7.40 te ibas a cambiar otra vez y bajabas al oratorio para la santa misa. Recién entonces te tocaba desayunar”, recuerda Villamayor.
Después, otra vez a cambiarse y venía la segunda etapa de limpieza para algunas y cocina para otras. De ahí, a almorzar. “Nosotras comíamos siempre en un lugar aparte de los numerarios y las numerarias, con otra vajilla y otra comida”, explica Villamayor. Luego del almuerzo, otra vez a cambiarse y al oratorio a rezar el rosario. Seguía una tertulia de media hora: “Hablás de distintos temas, pero siempre de cosas de ahí, o de Escrivá, porque mucho más no sabés, si apenas salís”, relata.

El resto de la jornada era volver a la limpieza, al oratorio y a la misa de la tarde. A las 20, cenaban. Después, servían la cena para las numerarias y los numerarios. Seguía otra media hora de tertulia. Y a las 22.30, a la cama.

Ninguna numeraria auxiliar elegía dónde vivir y trabajar. “Lo decidían tus directoras y vos estabas siempre dispuesta a que te manden a cualquier lado. Era parte del compromiso de obediencia que hacías. No te podías negar”, cuenta Pedrozo.

La mortificación o penitencia era parte de la vida cotidiana de las numerarias auxiliares. Utilizaban el cilicio, una vincha de metal con pinches que se ajusta sobre el muslo durante dos horas por día, y la disciplina, un látigo de cuerdas que termina en varias puntas enceradas con el que se golpeaban las nalgas mientras rezaban. “Yo siempre rezaba el avemaría porque es más corto”, se ríe Giménez.

El domingo era el día de descanso y muchas veces lo ocupaban en dar una vuelta para hacer apostolado. “Tenías que tratar de atraer nuevas vocaciones. Así que ibas por el barrio y tratabas de invitar a las chicas que eran empleadas domésticas. Llevabas un papelito, les dejabas, les contabas del Opus y Dios, las invitabas a charlas”, cuenta Villamayor.

Una vez al año tenían el retiro anual. “Eran como las vacaciones”, dice Pedrozo. Se hacían en La Chacra o en otras casas de retiro en la provincia de Buenos Aires. “Para las numerarias auxiliares seguía siendo agotador. Además de todas las charlas, cursos, misas, tenías que seguir limpiando y cocinando. Nosotras íbamos a los retiros de los numerarios y las numerarias a atenderlos a ellos”, agrega Villamayor.

No manejaban dinero. “Si necesitabas algo para asearte, había una perfumería y pedías las cosas”, comenta Giménez. Usaban ropa de donaciones de las supernumerarias: polleras abajo de la rodilla y camisa con mangas que no fueran transparentes.

Crisis y salida

La salida de las siete exnumerarias auxiliares que conversaron con LA NACION -lo mismo que la de la mayoría de las otras representadas por Sal- fue traumática a causa del vínculo asimétrico que se generó entre la institución y ellas. Inmersas en esa realidad, en muchos casos desde su adolescencia, y con escaso contacto con el mundo -dicen que les controlaban los libros, los programas de televisión y los diarios y revistas que consumían- a todas les costó abandonar el esquema de vida recluida en el que estaban, por más que, al final, este les resultase tortuoso.

Sus referentes dentro del Opus Dei, señalan, contribuyeron a esta dificultad poniéndoles barreras psicológicas que impedían su independencia. Carecer de dinero, de educación formal, de roce social y de vínculos familiares o de amistad fuera de la Obra también sumó a la sensación de cárcel en la que, dicen, estaban sumidas.

El caso más extremo de este proceso de derrumbe es el de Torancio. Con 43 años, vive en Ramos Mejía, es consultora psicológica y está en pareja con un abogado. Nada de su hablar sereno y pausado permite inferir el calvario que resultó su paso por el Opus Dei.

«No me iba porque me dijeron que esa era mi cruz, que tenía que ofrecerla por los pecadores. Nos hicieron un lavado de cerebro con guante blanco” ALICIA TORANCIO

A los 23 años, agotada por la carga de trabajo, cayó en un pozo depresivo. La mandaron a una psiquiatra que pertenecía a la Obra y le recetó antidepresivos, pero cada vez estaba peor. Dormía de día y deambulaba por los pasillos de la residencia por la noche, se alcoholizaba con las bebidas que robaba de la cocina y se llevaba cuchillos al cuarto. Tenía pensamientos suicidas. “No me iba porque me dijeron que esa era mi cruz, que tenía que ofrecerla por los pecadores. Nos hicieron un lavado de cerebro con guante blanco”, acusa.

El más grave de los episodios fue un intento de suicidio con un cóctel de pastillas. Le hicieron un lavado de estómago y la internaron en un neuropsiquiátrico durante dos semanas. Fue el final de sus 13 años en el Opus Dei. Su hermana la pasó a buscar y nunca más volvió.

Hoy está más dolida que enojada. “¿Por qué me abandonaron, si eran mi familia?”, se pregunta. Asegura que su reclamo tiene un objetivo económico, pero no es el único. “Quiero ayudar a otras chicas que están en la misma situación. Que entiendan que sí hay una salida”, dice mientras traga saliva y contiene las lágrimas.

La Nación


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