UNQ | Entrevista a la directora del Diploma de posgrado en Historia Pública Alejandra Rodríguez

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Durante mucho tiempo, el conocimiento de la historia fue para pocos. Desde aquí, la democratización de las condiciones de acceso y participación (que empujaron figuras como Felipe Pigna y espacios como Canal Encuentro) fue clave para que, a partir del cambio de siglo, más personas se animaran a curiosear acerca de los entramados que conectan al presente con el pasado. Un pasado que estaba ahí, al alcance y presto para ser analizado. Pero con el boom y su conquista masiva, sobrevinieron las voces de la academia que aseguraban que “a esa historia le faltaba rigurosidad”, en definitiva, que estaba floja de papeles. El conflicto, entonces, quedó planteado.

Ahora bien: ¿para quiénes son los conocimientos de la historia? ¿Quiénes conforman los públicos? Si se cuenta a través de los medios, ¿resigna precisión y se espectaculariza? ¿Lo entretenido y lo riguroso no pueden convivir en armonía? ¿Cómo hacer para llegar a todos y todas? En todo caso, ¿es deseable? En este marco, desde La ciencia por otros medios, conversamos con Alejandra Rodríguez, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), quien desde hace años concentra sus esfuerzos en la divulgación de la historia.

-Desde su perspectiva, ¿qué es la divulgación de la historia?
-El concepto de divulgación que me gusta compartir tiene vínculo con pensar en el ‘para qué’ y el ‘para quién’ hacemos historia. La historia se fue profesionalizando cada vez más y ese proceso estuvo muy bien, pero el problema como efecto colateral fue que los diálogos y los debates se circunscribieron a un número pequeño de especialistas. Ello trae un conflicto porque los historiadores no somos dueños de la historia, sino que se construye de manera social y cultural, y por lo tanto, va mucho más allá de nosotros.

-Esa idea es muy interesante, lo mismo puede pensarse para el campo científico: los científicos no son dueños de la ciencia.
-Tal cual. Incluso, en tanto ciudadanos, los historiadores tenemos obligaciones con las sociedades. La divulgación de la historia surge como producto de la necesidad de compartir aquellos conocimientos que fuimos construyendo con esos otros. Ya no podemos conformarnos con que se enteren nuestros colegas especializados, sino que estamos interpelados por una inquietud mayor. En paralelo, y esto tiene su punto de partida durante la década de los 70’s en el mundo anglosajón, está la historia pública. Desde aquí, podemos focalizarnos en todas las formas a partir de las cuales la historia se instituye en la vida cotidiana.

-¿Por ejemplo?
-Circula de muchas maneras: en los museos, en los festejos y las conmemoraciones patrias, en el cine y la literatura, en la televisión y los otros medios. Existen múltiples ámbitos sociales por donde los discursos históricos viajan y eso, desde la divulgación, interesa muchísimo como un campo de reflexión en sí mismo. Y, claro está, como un espacio de intervención: el historiador profesional tiene mucho que decir por la enorme cantidad de relaciones que tiene nuestro pasado con nuestro presente.

-¿Cómo son las prácticas de divulgación en el presente? La figura que siempre se destaca es Felipe Pigna…
-El boom de la historia y su presencia en los medios masivos de comunicación se produce a partir de la crisis de 2001. Ante un escenario crítico como el que se vivía, a nivel social comenzó a brotar el interrogante de ¿cómo llegamos a una situación como esta? ¿Qué nos pasó? Entonces, a partir de allí, aparecen figuras como Pigna por parte de la historia y otras que provienen del periodismo a intentar explicar un poco qué era lo que estaba ocurriendo y qué aspectos era importante reponer. En este sentido, pienso que fue un paso importantísimo el que se dio al conquistar nuevas audiencias, que en el pasado nunca habían leído ni se habían interesado por nada que tuviera relación con la historia de nuestro país. Entiendo los debates que se producen en torno a la rigurosidad, pero me parece que cuando se trabaja para públicos más amplios no se puede recurrir a la cita al pie de página. El anacronismo es una forma de resolver esos baches: no sabemos cómo hablaba un hombre del siglo XVIII, entonces, la imaginación histórica entra a jugar. También intervienen, por supuesto, las subjetividades.

-Tanto las subjetividades como la imaginación histórica están presentes en los textos académicos.
-Por supuesto. Aunque sean otras las reglas de certificación y de escritura en juego, también hay una selección de palabras, de verbos y adjetivos, de registros, y de tonos.

-¿Cómo perciben sus colegas a la divulgación?
-No podría dar una respuesta única, el campo es muy heterogéneo. Existe un núcleo duro que está muy cómodo en la frontera de la academia y no siente la necesidad de compartir sus conocimientos hacia afuera; pero al mismo tiempo hay muchos historiadores e historiadoras que se plantean la comunicación como objetivo. Mientras algunos pueden concretarlo, otros lo sienten como una deuda a saldar. Las políticas públicas que hubo durante el kirchnerismo, la apuesta por un canal como Encuentro o Paka-Paka, abonaron a la reflexión sobre la necesidad de divulgar. Desde el Bicentenario hasta el presente pienso que existió una apuesta más grande de los historiadores a colocarse al servicio de la comunidad.

-¿Cuáles son los públicos de la historia?
-Existe un público muy grande. De hecho, durante la última encuesta de hogares sobre consumo de libros, el segundo lugar fue ocupado por los de historia, o bien, por las novelas históricas. Algo similar sucede con las ficciones televisivas, se trata de productos que suelen ser muy consumidos. Las preguntas por conocer de dónde venimos, quiénes somos o saber sobre nuestros orígenes, son inherentes al ser humano. Desde esta perspectiva, tiendo a pensar que está bueno construir diferentes narrativas en diversos soportes, tras aceptar que la autoridad del historiador está compartida. El especialista, por sí solo, no tiene habilidades para llevar adelante discursos comunicables de la disciplina.

-¿Cómo se incorpora este enfoque en el Diploma de posgrado en Historia Pública y divulgación social de la Historia que usted dirige?
-El Diploma surgió de la iniciativa de pensar en cómo agregarle a todo ese bagaje de formación que traen los historiadores, algo teórico y práctico que les sirva para poder comunicar y aprender a hacer historia con los otros. No solo se trata de comunicar lo que sabemos, sino también de ser facilitadores, de ir construyendo narrativas con comunidades diversas. Que los otros que no provienen del campo se sientan incluidos y no solo pensados como meros destinatarios. De hecho, se trata de aprovechar una situación que estaba en germen: los historiadores suelen trabajar a la par en espacios por fuera de la academia. Me refiero a colegios, museos, o bien, en asesorías con producciones mediáticas. La idea del Diploma, en este sentido, fue crear un espacio que contribuya a pensar todas estas cuestiones y a generar acciones concretas. En la actualidad estamos por abrir la tercera cohorte, así que estamos muy contentos.

Fuente-Universidad Nacional de Quilmes


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