UNQ | El arte de transferir tecnología, una clave durante la pandemia

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La pandemia se ubica como un obstáculo y como un desafío: si bien impide el desarrollo normal de procesos que en el pasado estaban aceitados, en paralelo, implica un punto de inflexión a partir del cual es posible repensar nuevos horizontes. En esta conversación, Darío Codner –físico y secretario de Innovación y Transferencia de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ)– describe en qué avanzó el área que gestiona y en qué se vio afectada; al tiempo que abre sus perspectiva y reflexiona, a nivel macro, sobre el devenir de la geopolítica de las vacunas, la apertura de patentes y la limitación del acceso a las dosis por parte de las naciones periféricas.

Durante la pandemia, muchas actividades se vieron afectadas. ¿Cómo le fue a la Secretaría de Innovación y Transferencia Tecnológica?
-Nuestra Secretaría tiene por objeto valorizar los resultados de investigación y las capacidades de la Universidad para luego trasladar sus efectos benéficos a la sociedad, a las empresas o al Estado. Hemos sentido el impacto; la pandemia nos afectó, incluso, algunos trabajos debieron interrumpirse e intentaremos continuarlos después. También hay que decir que si bien redujimos nuestra actividad, no se dejaron de hacer cosas. Muchos proyectos de investigación fueron motorizados por la convocatoria Covid-19 que impulsó el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Nuestra institución, a través de sus recursos humanos y sus propuestas de calidad, consiguió financiamiento para diversas líneas de trabajo.

-¿Y cuál fue el rol de la Secretaría en este sentido?
-Poder administrar y canalizar el esfuerzo de los investigadores e investigadoras en diferentes sentidos, tanto en la búsqueda de trazas de coronavirus en aguas cloacales de Quilmes y otras localidades del conurbano, así como también en los análisis que el equipo de Cronobiología llevó adelante para medir los efectos de la pandemia en el sueño. Estuvimos a cargo de las negociaciones y de los procesos de formalización del vínculo en relación al diseño del kit de diagnóstico (Ela-Chemstrip) junto con la UNSAM. También acompañamos la creación del laboratorio de testeo de Covid-19, el armado del centro ambulatorio para pacientes leves y otros logros significativos de la institución. En 2020, asimismo, trabajamos para concretar una patente que la Universidad y el Conicet tienen para el control biológico de hormigas plaga. Realizamos asesoramiento de toda clase para prepararnos para un momento de normalidad que aún no llega y que aguardamos con ansias.

-He visto que hay un proyecto colectivo muy interesante con otras universidades y el Conicet. Me refiero a un producto bebible.
-Sí, en este momento estamos cerrando la concreción de una licencia con una empresa que producirá y comercializará un producto bebible en base a quínoa, que la UNQ co-desarrolló con el Conicet y con las Universidades de La Plata, Lanús y Luján. Por su carácter nutritivo, el objetivo es que sea elaborado para ser distribuido de manera amplia y garantizar el acceso a diversos sectores de la sociedad. Incluso hay cooperativas interesadas en producirlo por cuenta propia para su gente. Así que aquí estamos, con algunos proyectos interesantes en puerta y con la mirada atenta a lo que ocurre en el marco mundial con el reparto de vacunas.

-Bueno, usted es un especialista en transferencia tecnológica. ¿Qué hay de la geopolítica de las vacunas?
-La distribución equitativa de las vacunas es algo que ya se discutía previamente, cuando todavía no había ninguna aprobada ni mucho menos siendo aplicada. No es casual que, en el presente, aquellas naciones que tienen a cargo su producción sean las que cuentan con las tasas más altas de aplicación. Me refiero a potencias como Estados Unidos, Reino Unido, China, Corea, Alemania e incluso India, que en el rubro es muy fuerte. Era evidente que así sucedería: aquellos que las fabrican son los que más distribuyen en sus poblaciones. Cada una de las plataformas vacunales tiene sus características específicas. La de AstraZeneca, por ejemplo, al ser la que menos requisitos logísticos plantea y al ser la menos costosa, tiene y tendrá un gran despliegue por el mundo y por los países de la región.

-La distribución es un tema fundamental porque el 10% de las naciones concentra casi el 90% de las dosis…
-El mundo está en alerta por este tema. En España, por caso, un grupo de científicos y académicos se organizaron para manifestar su preocupación al respecto de la distribución. Ni hablar de lo que sucede en Sudamérica o en África. El tema es que, a la larga, será insostenible: es un virus y para frenar la propagación hay que inmunizar a la población mundial. Muta tan rápido que llevará al cierre intermitente de fronteras y a una división social, donde los que mejores condiciones tengan estarán inmunizados y el resto no. Se parece a una película de ciencia-ficción, pero no lo es tanto.

-Desde muchos espacios se está pidiendo por la liberación de las patentes de las vacunas. ¿Ello ayudaría? ¿Qué implicaría en concreto?
-Las patentes sirven para otorgar propiedad privada o pública sobre una tecnología. Los Estados son los encargados de decidir si abren o no una patente para que, luego, los laboratorios del resto de las naciones puedan realizar su propia producción. Ahora bien, una cosa es liberar una patente y otra muy distinta es su transferencia: existe un trabajo muy arduo que implica enseñar a otros todo lo que necesitan saber para llegar a buen puerto. Hace falta tener recursos humanos formados e infraestructura.

-Liberar una patente de una vacuna es como liberar la fórmula de una gaseosa. Es clave, pero no alcanza para producirla y fabricarla en masa de inmediato.
-Exacto. El hecho de liberar las claves del manual de uso para hacer una vacuna no implica que todas las naciones del mundo tengan las capacidades de hacerlo. Brasil y Argentina podrían hacerlo, pero quizás otras como Bolivia o Uruguay no. En una situación de pandemia, cuantos más centros productores haya más posibilidades de salir de esta situación habrá. En el presente, la producción está concentrada en muy pocos países y, para colmo, se stockean: compran muchas más dosis de las que necesitan. Las vacunas se convirtieron en un activo estratégico nacional, por ello, para que la cosa sea equitativa, se debe distribuir la capacidad productiva, un riesgo para las biotecnológicas que hoy se apoderaron del negocio.

-Argentina no solo cuenta con las capacidades para eventualmente producir una vacuna sino que ya lo hace.
-Sí, nuestro país ya produce la fórmula de Oxford/AstraZeneca. El laboratorio mAbxience, de Hugo Sigman, fabrica la sustancia activa que luego envasa México (el laboratorio Liomont). Entre Argentina, Brasil y México podrían abastecer a toda la región sin problemas, pero hay un juego geopolítico liderado por compañías que dominan el mundo. Argentina es una singularidad en el planeta porque cuenta con una industria farmacéutica local que abastece a más del 50% de las necesidades domésticas de medicamentos. Como hasta el 2000 no hubo una adhesión explícita a la ley de patentes de medicamentos, se facilitó el negocio de privados y provocó que el empresariado local mantuviera su negocio sin que las gigantes farmacéuticas absorbieran sus activos.

-Es vital, entonces, estrechar los lazos de cooperación con las naciones vecinas al menos.
-Es que, en un marco como este, la cooperación es económicamente más rentable que la competencia. Habría que ir hacia un acuerdo internacional de transferencia tecnológica para resolver situaciones tan cruciales como esta que ponen en juego la salud y la estabilidad de todo el planeta. Si las vacunas transforman el mundo, es fundamental que su acceso equitativo esté regulado a partir de pactos políticos globales.

Fuente-Universidad Nacional de Quilmes


 

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