El sindicalismo industrial en pandemia – Por Daniel Yofra, especial para NODAL

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Por Daniel Yofra

Una de las evidencias que nos deja la pandemia es que para que el capitalismo funcione se necesitan personas que trabajen. Sin seres humanos con fuerza de trabajo, las industrias no funcionan.

Es importante resaltarlo, porque desde hace algunos años se propagan discursos que aseguran que la tecnología indefectiblemente reemplazará a las personas, las máquinas se impondrán y el futuro del trabajo será prácticamente sin obreros.

Esta situación extrema nos demuestra que esa afirmación tan tajante es por lo menos discutible. Se necesitaron trabajadores y trabajadoras en las fábricas de alimentos, en el transporte, en los hospitales. Incluso, como en la actividad de nuestra organización, las que no eran indispensables para la vida sino para la economía nacional, como la generación de divisas a través del comercio exterior.

En todos los países del mundo, la mayoría de los trabajadores y trabajadoras de esas industrias fuimos declarados esenciales.

Eso supuso, desde el comienzo de la pandemia, una lucha adicional: las condiciones de trabajo que aseguren que no nos contagiemos.

Resultó complejo asumir que a pesar de que la mayoría de la sociedad debía quedarse en sus casas para evitar contraer COVID-19, nosotros teníamos que exponernos por ser esenciales. Por eso fue vital la existencia en la actividad de producción de aceite de Comités Mixtos de Seguridad e Higiene.

Fue la representación sindical en los lugares de trabajo la que garantizó esas condiciones de trabajo. Normalmente es difícil que una persona en su puesto de trabajo individualmente se oponga ante empleador a realizar una tarea riesgosa. Es ahí cuando la acción colectiva, a través de los delegados de base, se torna indispensable.

Por otro lado, tan evidente como nuestra esencialidad fue la persistencia patronal por mantener su rentabilidad a través de pagar salarios por debajo de su valor.

En esta actividad, nuestra organización sindical desde hace años plantea que el salario debe pagarse de acuerdo al valor de la fuerza de trabajo, que en Argentina está definido por la Ley de Contrato de Trabajo: “Salario mínimo vital, es la menor remuneración que debe percibir en efectivo el trabajador sin cargas de familia, en su jornada legal de trabajo, de modo que le asegure alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y esparcimiento, vacaciones y previsión” (Art. 116 LCT).

Así, la esencialidad de nuestro trabajo no fue acompañada por una retribución justa. Fue notorio que las empresas, por lo menos en nuestra actividad, prefirieron la confrontación a la razonable negociación salarial. Fue por eso que el año 2020 terminó con una huelga nacional aceitera de más de veinte días, junto a otras organizaciones representativas del sector, hasta que doblegamos el poder del capital.

Podemos decir hoy que nuestro trabajo en la pandemia es esencial, pero más esencial es la conciencia de clase, la unidad en la lucha y la determinación en la utilización de las herramientas principales de las organizaciones, como la democracia obrera y la huelga.


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