El contexto de una ultraderecha internacional – Por Omar Rincón

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Omar Rincón *

La ultra derecha es un fenómeno global que ha perdido el pudor de llamarse autoritaria y militarista y que se organiza en nombre de dios, patria y familia para luchar contra la agenda de los derechos, los feminismos, los cuerpos diversos y esa falacia del calentamiento global.

Pero a su vez, las ultraderechas son fenómenos nacionales que responden a unos modos de la historia y cultura política de cada país. Por eso, este especial periodístico investiga la derecha en seis países de América Latina (Chile, Argentina, Brasil, Colombia, República Dominicana, México).

No es un ensayo político ni académico, sino que está basado en reportería a referentes de la derecha y a analistas políticos. Mucha reportería para hacer una radiografía de cómo es y cómo hacen política las derechas en América Latina.

Cass Mudde, profesor en la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Georgia y autor de The far right today (2019), dice que “el fenómeno de las extremas derechas no puede analizarse únicamente de manera global sino que debe, necesariamente, apelarse a lo específico de cada país” porque la ultraderecha de un país no es la misma que la de otro.

En América latina, más allá de las especificidades de cada país, la derecha se ha convertido en un movimiento de la clase media y las élites rurales que ante la precariedad quieren conservar sus privilegios; el enemigo diabólico a temer es Maduro y el chavismo venezolano; la agenda política está marcada por el miedo: miedo a la delincuencia y la inmigración.

Steve Bannon, el asesor político y comunicacional de Trump y la derecha internacional, afirmaba en el 2018 que “el mundo se verá obligado a elegir entre dos formas de populismo: el de derecha o el de izquierda. El centro está desapareciendo, eso es un hecho” , y asumía que tanto Trump como Bolsonaro encarnaban una revuelta en contra de las elites globalistas, un movimiento soberanista que da “voz a la gente”,  “revaloriza el concepto de ciudadanía” y que por eso “no importa tu raza, religión, género, preferencia sexual ni nada de eso.

Lo que le importa es la ciudadanía”. Este de derecha se trata de hacer a todos capitalistas, de hacer posible “un capitalismo para todos”

Bannon dice que las banderas que los guían son el nacionalismo económico, el individualismo (la libertad individual), la seguridad nacional, el desmantelamiento del Estado administrativo burocrático, acabar con el capitalismo de amigotes y lograr que “la clase trabajadora” tenga algo que decir. Y concluye que “lo que los trabajadores quieren es un día de pago honesto para un día de trabajo honesto, no quieren que el mundo compita con ellos por su trabajo”.

El analista político e internacionalista uruguayo Álvaro Padrón  plantea que existe una ultraderecha internacional que articula, coordina y financia en América Latina. Y que parte de su éxito es asumir que llamarse de ultraderecha no es una palabra que solo usan “los buenos” mientras reivindican lo inaceptable sin pudor: la dictadura, la tortura e ir con todo contra la agenda de derechos, los feminismos, las sexualidades diversas y el calentamiento global.

Así mismo, plantea que la ultraderecha da votos planteando una fakepolitics llena de mentiras demagógicas como que son los enemigos de las élites (cuando sus políticos vienen y son de las élites) o que son nacionalistas contra la globalización mientras promueven el capitalismo financiero y de plataformas.

El discurso común crea un canon:

*Primero la patria;
*Dios por encima de todo;
*La familia tradicional mejor que el Estado;
*Un nuevo enemigo: comunistas, mujeres y los derechos humanos;
*Superioridad moral: nos dicen que no hay izquierda ni derecha, solo buenos y malos, y ellos son los buenos.

La estrategia política y comunicacional siguen un mismo patrón:

*Polarizar los debates en torno al miedo y al odio; victimización frente a lo legislativo, la justicia, los medios y los movimientos feministas y de derechos humanos.
*Entreveran y confunden todo: dicen lo que suena bien al espectáculo para luego hacer todo lo contrario en vivienda, salud, educación, empleo; usan el dialogar para no hacer.
*Su agenda moral obliga a todos a hablar siempre de ellos y en sus términos.
*No discuten los hechos: acusan a quien los cuestione, llevan el debate a lo buenos humanos que son.
*Crean un cinismo de los buenos que se ríen de los progres, los derechos humanos y las luchas feministas y medioambientales.
*Usan las redes digitales para ganar viralidad sin periodismo ni crítica.
*Los medios como actores políticos (la oposición o los militantes)
*Estética precaria y simple (usan bien los memes)

Este es el contexto de una ultraderecha internacional plenamente consciente de su lucha y su poder electoral y de desestabilización de la democracia como fundamento de los derechos y las libertades que habíamos ganado en el siglo XX.

* Profesor Asociado de la Universidad de los Andes y director de FES Comunicación, programa de medios y comunicación de la Friedrich- Ebert- Stiftung para América Latina y el Caribe.


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