La casa en disputa
Si miramos por las ventanas de las distintas casas, ¿qué dinámicas se intensificaron durante la pandemia? ¿Cuáles se modificaron? ¿Qué relaciones existen ahí dentro y cómo condicionaron el trabajo fuera? ¿Cuáles son los límites del trabajo dentro y fuera de las casas? ¿Qué ocurre con los hogares que no forman parte de lo que las estadísticas consideran un hogar “tipo”?
La pandemia expuso desigualdades preexistentes: no todes tienen un techo, ni para todes la casa es un lugar seguro. Por otro lado, modificó las relaciones al interior de cada hogar. Se intensificó el trabajo de cuidados y las casas se convirtieron en escuelas, oficinas y lugares de aislamiento. Cambiaron los hábitos y hubo que adaptarse a una “nueva normalidad”.
Junto a Rita Cabrera (cuidadora de adultes mayores), Pamela Cutipa (trabajadora sexual), Mariana Rojas (enfermera y militante de Nuestramérica), Marta Dillon (periodista e integrante de Ni Una Menos), Estefi Barone (docente) y Sofia De Luca Bustos (trabajadora de la economía popular), reflexionamos sobre lo que pasa al interior de los hogares: la distribución de tareas, las convivencias, los trabajos a los que se les permitió salir desde un primer momento y aquellos a los que se insistió en llamar “no esenciales”, y las redes afectivas y de cuidados que recrearon para enfrentar la pandemia. Con Paula Aguilar (CONICET) indagamos en la creación de la “familia moderna”, en los roles de género estereotipados que aún funcionan como pilares del patriarcado, y en las disputas por redefinir sus fronteras y contornos.
Rocío Liébana (Mala Junta), Ileana Fusco (Casa Anfibia) y RubiFagioli (Colectiva Caracola) compartieron la experiencia de #CuarentenaFeminista, una estrategia que se activó para quienes el aislamiento implicó una exposición constante a la violencia y un peligro para su vida.
Todo hogar es político
A lo largo de la historia, los feminismos se encargaron de politizar aquello que pretendía ser naturalizado y se organizaron para cambiar la configuración de los hogares, las relaciones que allí se tejen y la división sexualdel trabajo en su interior. Desde los años sesenta, la consigna “lo personal es político”funcionó como contraseña entre feministas para cuestionar todo lo que pretendía quedar resguardado en una supuesta “esfera privada”.
Las casas son, desde siempre, una unidad económica: en su interior hay producción e intercambio. Quién produce qué y cómo se intercambia el producto de ese trabajo fue modificándose a lo largo de la historia, junto con las ideas de esferas pública y privada, hasta llegar a la construcción actual del hogar tipo (Fraser, 2016).
Lo que se esperaba constituyera un hogar-familia ideal era un varón proveedor y un ama de casa dispuesta para la crianza y los quehaceres. En la noción de hogar funciona la utopía de la vida social. Sin embargo, las fronteras del hogar se trazaron con muchas críticas, resistencias, disputas y tensiones. ¿Era este el único modo posible de organizar la sostenibilidad de la vida?(Paula Aguilar, CONICET).
A pesar de esa imagen estereotipada que vemos repetirse en publicidades, en el diseño de políticas públicas y en todos los ámbitos, cada casa es un mundo.
El hogar se configuró históricamente como el núcleo material y simbólico de la domesticidad moderna. No es asimilable a la familia. Las cualidades y el modo de organización que adoptan los hogares va más allá de los lazos de parentesco. Un hogar puede estar conformado por una o por varias familias y eso también varía de acuerdo con las clases sociales, regiones y costumbres (Paula Aguilar, CONICET).
Para los distintos tipos de hogares, la carga de cuidados y trabajo doméstico es muy diferente. En la gran mayoría de los casos el aislamiento reforzó la carga familiarista de los cuidados y de los vínculos en general. Obligó a reducir al mínimo el contacto con otres y por ende, a limitar toda forma de gestión de los cuidados que exceda los límites físicos del hogar, es decir, a priorizar unas relaciones por sobre otras.