«Botín de guerra» un gran documental sobre la apropiación de los niños durante la dictadura

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En Contexto
Este 24 de marzo se cumplen cuarenta y cinco años del último golpe cívico-militar que asoló a la Argentina entre 1976 y 1983.
La dictadura impuso la absoluta limitación a las libertades cívicas, el cercenamiento de toda actividad política y llevó a cabo un plan sistemático de violación de los derechos humanos que produjo la desaparición de treinta mil personas. Implementó un programa económico que barrió con los derechos sociales y económicos conquistados en los tiempos del Estado de Bienestar, aumentó exponencialmente la deuda externa e inició un proceso de desindustrialización, destrucción del mercado interno y apertura económica que sentó las bases en las que anclaría el modelo neoliberal.
En el plano cultural, pese a la avanzada represiva, al clima de opresión y censura, a la destrucción del tejido social y del espacio público, existieron numerosas y ejemplares expresiones de resistencia y creación artística e intelectual.

“Ojalá ayudemos a recuperar más nietos”

Cuando en 1999 David Blaustein filmó el documental Botín de guerra, luego del necesario Cazadores de utopías, que marcó una perspectiva del cine político y una visión de la década del ’70, se propuso reflejar la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo de una manera prácticamente inédita para aquella época. Y lo logró con una contundencia argumentativa, temática y estética que aún hoy, cuando se lo vuelve a ver, no cabe duda de que inició un camino en la diversidad de largometrajes realizados sobre las consecuencias de la dictadura que vinieron después. Botín de guerra –que mañana podrá adquirirse con la edición de Página/12– fue precursora en más de un sentido. “Yo creo que probablemente sea la primera historia integral de las Abuelas”, explica Blaustein en diálogo con este diario. Y recuerda que, luego de estrenarse, en 2000, se mantuvo ocho semanas en cartel, algo inusual para un documental. Y obtuvo numerosos galardones, entre ellos el Premio del Jurado Ecuménico del Festival de Berlín. “Fue una película que recorrió el mundo –señala el cineasta–. Y la experiencia de haber ido allí con Estela de Carlotto fue para mí inenarrable.” Blaustein también recuerda el recorrido del film por el interior del país como “una experiencia fascinante”.

Uno de los aspectos más emotivos de Botín de guerra es que testimoniaron algunos de los nietos que recuperaron su identidad. “Cuando nosotros empezamos la película, ni remotamente imaginábamos la posibilidad de entrevistar a los nietos restituidos”, confiesa Blaustein. El cineasta cree recordar que hasta ese momento “habían tenido experiencias individuales en televisión, pero a mí me daba un pudor enorme entrevistar a los nietos. Lo dije en ese momento y lo digo ahora. Hoy los nietos son diputados nacionales, jefes de La Cámpora, funcionarios. Hay una cantidad de experiencias excepcionales”. En aquella época, claro, no tenían el mismo nivel de exposición. Así lo certifica Blaustein: cuando él y su equipo empezaron a rodar la película, fueron las Abuelas quienes les transmitieron a los nietos la confianza y el compromiso de que sus testimonios no iban a ser manipulados. “Y eso nos empezó a dar más seguridad a mí en lo personal y a los propios nietos”, señala el director. En Botín de guerra, algunas Abuelas cuentan cómo recuerdan ese momento terrorífico en que los grupos de tareas atacaban las casas donde estaban sus hijos y el terrible sufrimiento ante la noticia de la desaparición. También hay relatos de los primeros días sin ellos, llenos de desesperación, y de cómo transformaron ese dolor en la búsqueda de sus nietos, que habían nacido en los centros clandestinos de detención durante la dictadura. Luego, a medida que se iban conociendo entre ellas, decidieron agruparse. Un dato llamativo: primero pensaron denominarse Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos, pero la gente las empezó a llamar Abuelas de Plaza de Mayo y, finalmente, quedó este nombre. Los recuerdos de los sueños de sus hijos se enfrentaban a las pesadillas de estas mujeres a medida que se iban enterando de que sus nietos habían sido robados por los genocidas y sus cómplices, como parte de un plan sistemático de robo de bebés y niños.

Los nietos, en tanto, cuentan cómo se enteraron de que eran hijos de desaparecidos y cómo vivieron el proceso de recuperación de identidad. Algunos también expresan la vivencia del primer reencuentro con sus familiares biológicos. Y otros, incluso, tienen recuerdos del momento de terror en que secuestraron a sus padres. Todos son testimonios desgarradores, emotivos, pero también esperanzadores. Blaustein señala que vivió los momentos en que los nietos testimoniaban en la película “con muchísima responsabilidad”. Y dice que hoy “los nietos tienden a tener una perspectiva mucho más abierta, sobre todo los últimos”. Tuvo la oportunidad de escucharlos hace poco en la serie que está realizando Paula Romero Levit para el Canal Encuentro, de la cual Blaustein y Marcelo Schapces son los productores. “Cuando veo y escucho los testimonios de los nietos nuevos, lloro todo el tiempo, porque el cambio cualitativo es tan brutal, la manera de exponer los conflictos, de razonar, de hablarle a la sociedad argentina es infinitamente distinta a la nuestra.” Blaustein considera que “es menos traumática, es más socializable, más cultural y mucho más asimilada”.

Otro de los aspectos que el cineasta se propuso en Botín de guerra fue mostrar a las Abuelas “como mujeres comunes y normales que, de repente, se transforman a partir de la desaparición de sus hijos y a partir de poder rescatar a sus nietos. Esta sensación de abrir la puerta y salir a comerse el mundo porque había un objetivo que era encontrar a los nietos”. A su vez, el relato de las historias personales se combina con la narración de la historia pública de la Argentina en Botín de guerra. “Ese fue el gran hallazgo de la película –considera su creador–. Y que no eran bronce, que no había que mirarlas desde arriba de un pedestal, sino mostrarlas desde el lugar de mujeres comunes, de mujeres del pueblo que, de repente, la brutalidad y la injusticia las convirtieron en esas mujeres que empezaron a gastarse los zapatos dando la ronda alrededor de la Plaza. Y me parece que es muy reivindicable el relato cinematográfico de la película. Nosotros intentamos todo el tiempo hacer un documental que tenga un relato cinematográfico que aporte a nuevas estéticas de la memoria.”

Si bien cuando Blaustein filmó Botín de guerra las Abuelas eran conocidas en todas partes, el conocimiento público del derecho a la identidad se fue intensificando en los medios con posterioridad, sin que esto afecte la genuina vigencia de lo que relata el documental. “Ahí hay dos cosas –-explica Blaustein–. Primero, la sabiduría de las Abuelas. Si me preguntan qué es lo que caracteriza a las Abuelas, digo que es una profunda sabiduría y una enorme intuición: la sabiduría para saber qué era lo que había que hacer en cada etapa y en cada coyuntura. También saber cómo con el paso del tiempo los nietos iban teniendo distintas edades, y para cada una de esas edades, en la medida en que pasaba el tiempo, había que cambiar de estrategias políticas, culturales y comunicacionales.” En segundo lugar, Blaustein considera que a estas estrategias que planteaban las Abuelas para encontrar a los nietos “les faltaba un tema importantísimo, que era la ayuda del Estado. La llegada de Néstor Kirchner y Cristina permitió profundizar políticas públicas para que el Estado sea un sector dinámico esencial”.

El final de Botín de guerra es también histórico desde el punto de vista musical, cuando comienza a sonar “Sin cadenas”, la canción de Los Pericos (uno de sus miembros es hermano de un nieto recuperado) interpretada por el Bahiano, Gustavo Cerati, Ciro Pertusi, Gustavo Cordera y Pedro Aznar. ¿Cree Blaustein que la reedición de Botín de guerra puede ayudar a que más jóvenes recuperen su identidad? “Ojalá, es el único objetivo”, confiesa el director, al borde las lágrimas.

Página/12

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