Violencias (in)visibles en Bolivia: entre el covid-19, el miedo y las políticas de terror – Por Rosa Quiroga Saavedra

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¿Qué quedará en nuestra memoria personal y colectiva de este 2020? La psicóloga Rosa Quiroga cuenta lo que llegó a ver y lo que no –debido, en parte, a su discapacidad visual- en sus caminatas hacia el mercado entre los meses de marzo y julio en La Paz, Bolivia. Eran días de “cuarentena rígida”, Evo Morales estaba en la Argentina y el MAS todavía no había vuelto al poder.  

Esta crónica es un rompecabezas inacabado de lo vivido entre los meses de marzo y julio del 20201, en La Paz, Bolivia. De aquello que la piel de lejos y cerca experimentó. De aquellas violencias que no son encubiertas, porque son nuestros ojos los que están cubiertos2. Lo vivido, lo que relato aquí, ha dejado huellas marcadas en mi memoria individual y en nuestra memoria colectiva y seguramente esta última, será leída desde los lugares que ocupamos en el mundo. Esta crónica, intenta articular en la palabra, aquello que se ha hecho cuerpo al mirar desde mi baja visión, manifestada en discapacidad visual y expresada en una observación vertical del enfoque de mis corneas.  Hacia unos 8 meses que había regresado a Bolivia y me fui a vivir a La Paz, después de vivir 8 años en Córdoba, Argentina, cuando se anunció la “cuarentena rígida”. Estábamos almorzando en el Tambo, casa de la colectiva Ch’ixi en la ciudad de La Paz y junto a otrxs compas creíamos que esta medida sería pasajera. En ese momento, no alcanzábamos a dimensionar todo lo que después vendría. Pero una voz de alarma alimentó un susto silencioso en cada una de nosotras. Salimos del Tambo, y al caminar se sentía un aire tenso, una aglomeración de autos en las calles, gente cargando bolsos de los mercados, y por la noche solo se escuchaba el silencio del miedo. El gobierno, ¿transitorio?, dictador, “instruía”3 ciertos decretos. El primero de la cuarentena rígida indicaba que policías y militares controlarían las calles, fuertemente armados, para impedir (supuestamente) que el virus ingresará en nuestras vidas4. Las salidas se determinaban por el último número de la cédula de identidad. Cuando lo escuché, pensé “me toca los viernes”. Ese día solía ir al mercado Rodríguez desde Villa Fátima, una distancia aproximada de 5 kilómetros entre subidas y bajadas (cargada con el k’epi5 de mis verduras), en el camino me encontraba con fuertes controles militares, mientras en Netflix la película más vista era “Virus”. Poco a poco aquella voz de alarma, vivenciada en el Tambo, empezó a cristalizar esas violencias (in)visibilizadas. Las fronteras de lo que se “ve”  Los primeros casos de COVID-19 en Bolivia: dos mujeres, mayores de 50 años, que migraron en la década de los 90 a Italia, para trabajar como cuidadoras de ancianos y en trabajo doméstico. No es curioso que hayan sido las llamadas “expulsadas del neoliberalismo”6, quienes fueran identificadas como las primeras portadoras de este virus, las “castigadas por la sociedad”. Ningún centro médico quería recibirlas, las y los vecinos las agredían, las cuestionaban por organizar reuniones familiares a su llegada. ¿Es difícil entender que cuando llegamos “de la migración”, esperamos encontrarnos con viejos/nuevos afectos y celebrar dicho encuentro? Las culpaban por traer el virus. A los pocos días de ese 21 de marzo, se comenzaron a cerrar las fronteras con países vecinos. En ese marco, miles de compatriotas, migrantes en Chile, intentaron regresar a Bolivia. Sin embargo, el gobierno los amontonó en la frontera, en un “campo de concentración”7, llamado centro de aislamiento. Allí, sin agua y con temperaturas bajo cero se refugiaron mujeres embarazadas, otras con sus wawas, hombres jóvenes y no tan jóvenes que habían ido a trabajar, a buscarse la vida. Una vida autosustentable con recursos básicos, (pues, ni a lo básico se accede) miles de personas violentadas por los Estados (de acá – de allá), miles durmiendo en las afueras de las embajadas de Bolivia en Chile, clamando por un regreso a “casa”. Mientras tanto se habilitaban “vuelos solidarios” cuyos costos no llegaban ni a la “S” de esa palabra. Los días iban pasando, la espera para conocer el número de casos se volvía una monotonía, mientras tanto sabíamos que no había pruebas8, pero no entendíamos de donde salían dichos números. Pasaban las semanas, los casos pasaron de docenas a cientos cada día, el gobierno inició una alianza con las clínicas privadas para la atención médica, una atención a la que accedieron solo unos cuantos. Se alquilaron hoteles de lujo, de 5 estrellas, para convertirse en centros de aislamiento, a los que solo accedió cierta clase privilegiada. Era imposible no hacer una comparación entre estos centros 5 estrellas, con aquel que, en frontera, solo podía vislumbrar las estrellas que las noches de aquel desierto mostraban. Entre “La salud es lo primero”, slogan que el gobierno y sus secuaces usaron para sostener la corrupción, apareció el oportunismo: un “científico” hablando de tecnología en salud (para mí, un pajpaku9), que se involucró en la compra de respiradores traídos de España. Unos 170 resucitadores10 sin software, sin cables, etc., con un sobreprecio exorbitante. El pajpaku hablaba de millones como si fueran monedas, luego se marchó del país y el caso de los respiradores salpicó a un ministro. Éste rápidamente salió en libertad, pero encarcelaron a los técnicos (hasta ahora dicha estafa no tiene solución).  El gobierno de facto11 entregó bonos miserables para los sectores populares e hizo gala en los organismos internacionales de tal medida. Pero ¿cómo puede vivir una familia con 500 bolivianos que no llegan ni a 72 dólares? Se pretendía que con ese bono se viviera tres meses. Asimismo, hablaban de “seguros de vida” para personal policial y médico, un bono de 100.000 bolivianos que no llegan a 15.000 dólares, ¿cómo esa suma miserable representa la vida de una o un trabajador? Y, peor aún, hasta ahora esta suma no ha sido entregada. Y ya murieron cientos. A estas medidas se sumaron otros: uno que supuestamente protegía a las y los trabajadores de posibles despidos, el cual se inauguró con el despido de un grupo de maestros rurales. De este modo el gobierno dictador prometía por televisión y redes sociales lo que desmentía en la realidad y en las experiencias de vida de las y los bolivianos que ya no solo intentaban cuidarse del “virus”, sino también de las políticas de engaño y fraude.  Las estrategias, los lugares y las ausencias  Desde las redes sociales se gestionaron estrategias de trabajo, desde el delivery de comida al vendedor de medicina. Sí, está mal que se venda medicina en Facebook, sin embargo, las dimensiones del contrabando en Bolivia son permisibles y casi legitimas. Claro, la situación sacó provecho, pues el llamado kit-COVID se vendía a precios abusivos. Dado que en las farmacias era un producto faltante.  A este hecho sobrevino la falta de oxígeno. Las familias no accedían al costo de un tanque diario, para sostener el aliento de vida. La muerte fue una salida a la tragedia de cientos de familias, un “lugar” para que los que quedan vivos puedan resistir.  Los pueblos indígenas quedaron totalmente desprotegidos por el Estado. Ninguna ayuda de las tantas donaciones se hizo efectiva. Sin embargo, siguen dando lecciones de vida y resistencia, pues armaron en los territorios recetarios, kits de atención y prevención para el COVID. Rebuscaron en sus memorias y materializaron tratamientos con los cuales muchas y muchos han logrado transitar el virus. Claro que muchos casos más severos no pudieron ser curados y así muchos hermanos y hermanas fallecieron sin atención.  En los mercados, frente a las ausencias, emergieron como respuesta las plantas medicinales. El “Matico” que contiene ivermectina y el eucalipto que libera los pulmones. Se despertó la ansiedad por comer “sano”, al intentar hacer un escudo con nuestro cuerpo para enfrentar al COVID. La Wira Wira para la garganta, la miel, el jengibre, la cúrcuma, el ajo y el limón. De repente se extendían las voces que nos decían que debíamos alcalinizar el cuerpo, que debíamos consumir zinc, o hacer gárgaras con bicarbonato o sal. Y así el saber y la memoria se convirtieron en un lugar de cuidados.  Aparecieron otras sustancias, entre ellas, el Dióxido de Cloro, con muchas críticas entre malas y buenas. Tocó elegir el bando para consumirlo. La fe en la palabra de quienes lo consumieron y se salvaron motivó al consumo. Y, es que, frente a un sistema de salud devastado y un Estado ausente, se entendía que la dosis hacía al veneno. La angustia, ocupó este lugar. Caminar entre la muerte Caminaba por la ciudad, al pasar por el hospital obrero observé sus instalaciones en decadencia con una cadena que no permitía ningún ingreso, y con un cartel que decía “exigimos bioseguridad”. En otra caminata, largas caminatas en La Paz, entre subidas y bajadas, esquivando las aglomeraciones (cuando la cuarentena no era tan rígida), encontré en dos días tres cuerpos tirados en las calles. Un día antes el noticiero anunciaba el levantamiento de 75 cadáveres y en Cochabamba habían descubierto un crematorio clandestino. Nunca sabremos cuantos cuerpos se cremaron ahí.  Los hornos crematorios y los cementerios no dieron a abasto, empezaron a exhumar cuerpos para habilitar tumbas. Sin embargo, las despedidas, los duelos fueron quebrados: el ritual, el lavado de ropa, la novena, las misas, el lavado del cuerpo, el funeral, las almas no están en paz. No las despedimos y esa ausencia lastima dejando un profundo dolor. Y a los cuerpos que fueron exhumados se les quebró la “paz en su tumba”12 Murió una enfermera, en Santa Cruz, que dejó dos wawas y un mensaje desgarrador suplicando que no las abandonen. En Oruro habilitaron fosas comunes, donde depositaron varios cuerpos entre ellos el de un joven médico que trabajó en el hospital, a cuyo padre no le avisaron de la muerte de su hijo y reclamaba el cuerpo de su hijo ya muerto.  Los casos, también, explotaron en el Beni, en la zona amazónica. Porque muchos de las y los jóvenes migrantes de venían de Chile eran de este departamento. La situación de frontera, el “campo de concentración” que se había vendido como solución de nada había servido. Los casos y las muertes eran imparables, la televisión mostraba los nichos improvisados. Eran incontables las cruces que se veía en esas imágenes. En La Paz, médicas y médicos voluntarios entendieron que era el momento de dar y se armaron brigadas de salud dirigidas al Beni. Muchos murieron otros regresaron devastados.  De los conscriptos se tiene una invisibilidad total. No sabemos cuántos enfermaron y cuantos murieron. La ausencia de este dato me genera sospecha. La clase militar en Bolivia sostiene altos niveles de subordinación y violencia con los soldados. Cabe aclarar que el servicio militar es obligatorio e incluye, en la mayoría de los casos, a jóvenes de comunidades o estratos sociales muy bajos. Cada año se registran distintos tipos de maltratos e incluso muertes sin resolver de estos jóvenes de 18 a 25 años. Por otra parte, de la policía tampoco hay un registro certero. Recuerdo que un día de salida al mercado me detuve porque vi una caravana encabezada por una mujer de pollera, vestida de luto, junto a Paquito13, y algunos policías (de rango bajo14). La caravana, que no pasaba de 20 personas, iba pidiendo monedas o una ayuda para el “hermano policía muerto” y colaborar, así, con su entierro.  Convivir con el miedo El miedo se respiraba cada vez más cerca, de repente las noticias tenían nombres de gente querida y esto se nos metía en todo el cuerpo: el papá de un compañero y unos amigos habían fallecido, la mamá de otro amigo, el compañero de colegio, los tíos de una amiga y su mamá una semana después. Todos muertos. Cada vez, la muerte estaba más cerca, se la sentía como una manta de luto que cubría las espaladas del Illimani15 Los conflictos sociales y políticos no daban tregua. Hubo enfrentamientos entre grupos armados, unos financiados por los narcos, otros por políticos del gobierno de facto. Ambos se legitimaban y se azuzaban haciendo enfrentamientos y gala expresionista de las armas. Los podíamos ver en la TV.  Los feminicidios ascendieron a 80 en esos entre marzo y julio. Muchos de estos cometidos por policías o militares, miles de denuncias por violación a niñas, mujeres desaparecidas, infanticidios (más de 40 casos). Sabemos que los asesinos y los violadores hicieron cuarentena con las víctimas ¿Qué terror habrán vivido esas mujeres y esas wawas?    Me fui hace 8 años de mi país. La migración me sigue cobrando los costos sociales de haberme ido y de haber regresado. Me desacostumbré a la violencia cotidiana, crecemos con la pobreza en las calles, con ancianos y ancianas suplicando ayuda, viendo niños y niñas trabajando desde muy pequeños, vemos a muchas madres vendiendo refrescos para salvar el día con sus wawas. No es que no duela. Es que el ojo se acostumbra, el ojo deja de ver, y se vuelve obtuso. Quizás sea mi baja visión que me hace estremecer hasta el tuétano, al escribir estas violencias, aquí cronicadas, que son apenas unas pinceladas de lo que no vemos. 


Rosa Quiroga es psicóloga por la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) de Cochabamba, Bolivia y estudiante del doctorado en Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Investigó sobre migraciones bolivianas y sistemas alimentarios. Participa de distintos colectivos feministas. Facebook: Rosa E Quiroga 


Rompecabezas, que dejare incompleto, para quizás dar continuidad en otra crónica. Pues las experiencias de lo vivido merecen más letra. Estás crónicas fueron escritas meses antes de las elecciones presidenciales de Bolivia, de mediados de octubre de 2020.  2 Profundamente agradecida a Angélica Alvites Baiadera por leerme, por las sugerencias, por el cariño del lado subalterno. 3 Palabra más “usada” por Jeanine Áñez, quien ante la ausencia de poderes estatales hábilmente se autoproclamo como presidente. 4 Apelo al sarcasmo, pues mientras se escuchaba que se otorgaban millones de bolivianos para las fuerzas armadas los médicos aun no accedían a condiciones mínimas de bioseguridad. 5 Palabra quechua usada para referirse a algún tipo de carga que se lleva en las manos o la espalda. 6 Son llamadas así por María Galindo en un documental del mismo nombre. 7 María Galindo utiliza esté termino para referirse a estos espacios dadas las condiciones en las que eran tratadas las personas. 8 Todos los días, el CISPREN laboratorio anunciaba que no habían pruebas PCR.  9 Término usado para describir un farsante, un estafador de la palabra. 10 Recuperado de http://www.cipi.cu/articulobolivia-la-gran-estafa-de-la-cuarentena https://www.paginasiete.bo/sociedad/2020/8/25/denuncian-que-gobierno-compro-324-respiradores-con-us-millones-de-sobreprecio-265707.html   11 Me atrevo a llamarle así, pues durante los conflictos del 2019 la política partidista de Bolivia y todos sus políticos y políticas, en alianza con el empresariado cruceño, militares, policías, grupos armados y seguro organismos internacionales negociaron la democracia. Y la figura de Janine Añez es un rol casual que fue de utilidad para dicha negociación.  12 En Bolivia, el descanso de los muertos es de un alto valor simbólico cultural, sacar esos cuerpos de sus nichos resulta de una violencia simbólica pues los llevaron a fosas comunes, esto significó quebrar con muchos rituales socioculturales que están alrededor de la muerte. 13 Paquito es el personaje tipo mascota de la policía boliviana. Un disfraz de perro. 14 La pobreza, la necesidad de ayuda acompañaba esta caravana. 15 Cerro tutelar que guarda el cuidado de La Paz.  Revista Bordes


 

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