Uruguay | De la violencia simbólica a la violencia a secas: el hostigamiento al Frente Amplio – Por Inés Cortés y Sebastián Valdomir
Por Inés Cortés y Sebastián Valdomir *
El escenario político instalado a partir de la derrota electoral del Frente Amplio –que dicho sea de paso cumplió 50 maños de su fundación- en la segunda vuelta de noviembre de 2019, no es en nada parecido a lo que se imaginaron los ideólogos y creadores de la “Coalición” multicolor cuando prepararon el “Compromiso por el País”.
Se puede decir -y de hecho se repite una y otra vez- que ello se debe a la pandemia de la COVID-19, que vino a trastocar todos los planes y proyectos pensados de antemano por blancos, colorados, independientes y cabildantes. Pero esto es una imagen recortada de la realidad. La pandemia, sí es un “hecho social total”, en el sentido que concentra buena parte de la atención pública en sus impactos a todo nivel.
Pero hay más cosas que suceden que no son fruto de la pandemia, que están lejos de ser directamente consecuencia sanitaria de la pandemia. Sigue habiendo muchos procesos -sociales, políticos y económicos- que no son afectados por el estado actual de pandemia, y que “vuelan bajo” para no salir demasiado en el radar de la atención ciudadana.
Este nuevo ciclo de gobierno invierte la correlación del sistema de partidos. Entre 2005 y 2020 el Frente Amplio gobernó con mayorías parlamentarias propias, sin contar con ninguna formación partidaria o parlamentaria externa. Hoy, todos los restantes partidos se unieron electoralmente para derrotar en las urnas al FA, que de hecho es el único partido de oposición (cuando antes había por lo menos cuatro partidos de oposición distintos), y funcionan conjuntamente como sustento parlamentario del Poder Ejecutivo.
Esto no es un aspecto menor; el único partido de oposición al gobierno es además el principal partido político en términos de adhesión electoral, viene de gobernar por tres períodos consecutivos, todo el resto del sistema de partidos se debió unificar para derrotarlo en las urnas y buena parte de la agenda del actual gobierno se basa en desmontar políticas e instrumentos creados por el Frente Amplio cuando fue gobierno.
Por eso, extraña que “lo nuevo” del actual gobierno de la Coalición sea una copia tan fiel de lo que hicieron antes cuando colorados y blancos gobernaron coaligadamente (hasta el 2004 y durante la década de los ´90). Hasta ahora no innovaron en nada, siguen prendiendo el señalero siempre para doblar hacia el mismo lado, defendiendo los mismos intereses de siempre, con las mismas prácticas de siempre, con los mismos personajes, con idénticos resultados.
Véase la Ley de Urgente Consideración, el Presupuesto Quinquenal, los primeros pasos en los gobiernos departamentales administrados por el Partido Nacional.
Además, hay un aspecto hasta ahora no muy mencionado, en el que tampoco innovaron en nada, se trata del ejercicio de formas variadas de violencia simbólica hacia el FA, de la descalificación destructiva, casi a límite del “si no existieran sería mejor”.
Las redes sociales, como ámbito deliberativo y de intercambio de posturas, ha devenido en espacios de furia y degradación donde no existen prácticamente los momentos de escucha. La lucha por alcanzar “likes” y “destrozar” al rival o el “enemigo” marcan la lógica de intercambio.
Este fenómeno de polarización política en redes, estudiado por diversos académicos (Fioirina et al, 2005; Calvo, 2015; Aruguete, 2019), se reproduce y agudiza con actores políticos y líderes internacionales que alimentan dicha dinámica.
En este contexto, la Política (con mayúscula, entendida como un instrumento de administración de conflictos) en lugar de desalentar dichas disputas y tratar de alejarse de ellas, alentando un debate democrático y tolerante, en muchos casos elige radicalizar y fomentar estos intercambios de violencia. Así, nos encontramos con actores político-institucionales (internacionales y nacionales), que ejercen la violencia simbólica y política para con sus contrincantes ideológicos.
Existe actualmente una radicalización discursiva antidemocrática de las derechas a nivel global, con una traducción local.
En el caso uruguayo, senadores, ministros y varios de los “dirigentes” con mayores responsabilidades institucionales han desplegado un verdadero arsenal de odio y violencia simbólica (que no es otra cosa que violencia política mediada) contra el Frente Amplio.
Si uno/a busca en Google “Frente Amplio” en la pestaña “noticias” -le invitamos a que lo intente-, se despliegan una serie de artículos de prensa en los que se relevan los discursos de muchos actores políticos institucionales vinculados a la coalición del gobierno agrediendo al Frente Amplio.
En tan solo un par de semanas como período de búsqueda, digamos, entre diciembre y lo que va de enero, el arsenal de insultos abruma. Basta enumerar unos escuetos titulares para dar cuenta de ello:
· El Frente Amplio culminó el año pandémico con el mismo aullido que lo empezó (Columna de opinión del Senador Da Silva en Montevideo Portal).
· Desesperados y empecinados (Columna de Opinión del Ministro de Trabajo Pablo Mieres en Montevideo Portal).
· El Frente Amplio es un niño de ojos vendados que le erra a la pelota (Ministro de Trabajo, Pablo Mieres en El País).
Los artículos antes mencionados son apenas una muestra de una producción sistemática de artículos de desprestigio, ninguneo y caricaturización del Frente Amplio por parte de quienes deberían estar pensando, escribiendo y gestionando una de las peores crisis sanitarias y económicas del último tiempo.
El odio desplegado por estos actores intenta “anular” al sujeto/objeto odiado (Frente amplio) como alternativa política. Se vuelven herramientas del odio político, la ridiculización del otro, la construcción de imágenes alteradas del mismo, el refuerzo de prejuicios y la asociación de lo que ese otro representa con los males de “lo público”, cayendo en la responsabilización y culpabilización del FA, de todos los males del Uruguay.
Se genera así una polarización y radicalización discursiva que afecta el modo en que se desarrolla el debate público y contribuye a producir imágenes sesgadas, estereotipadas y hasta falsas de la realidad, debilitando ni más ni menos que la democracia y el sistema político nacional.
La tríada que se forma de actores institucionales del gobierno, medios masivos de comunicación -con una inclinación discursiva claramente de derecha-, y el “trolleo” en redes de los seguidores del gobierno más radicalizados, termina generando un clima de hostilidad y violencia política, de odio que comienza como algo simbólico y discursivo pero que se traduce luego a la esfera material (en acciones).
La agresión en el interior del país a militantes políticos del Frente Amplio; la vandalización reiterada de Comités de Base; la destrucción de memoriales y marcas de la memoria creadas durante la gestión frenteamplista junto a organizaciones sociales de derechos humanos, son la cristalización práctica de un odio que comenzó siendo simbólico, odio infundado y desmedido, generado y fomentado por actores político institucionales de derecha.
En otros casos, la demonización no se detiene solamente en un partido político, sino que se extiende a otras expresiones de la organización social del campo popular, como sindicatos, cooperativas, agrupaciones culturales, expresiones artísticas, movimientos ciudadanos, etc.
El Frente Amplio cumple en este 2021, 50 años de existencia, pero su recorrido histórico y político viene de mucho más atrás, desde los tiempos de la resistencia a la colonia y la búsqueda de emancipación sudamericana.
Ningún “cordero se salvó balando” y no viene al caso ponerse en el lugar de víctima, pero sí, conviene tener claro que si no se cuestiona y se pone límite al hostigamiento hacia un partido fundamental del sistema político como lo es el Frente Amplio, la que termina siendo afectada es toda la República, no solo la ciudadanía que se identifica como frenteamplista y de izquierda.
La izquierda nacional -política y social- tiene el desafío de repensar(se) críticamente en estos años. Las “fronteras” a la interna de la izquierda están marcadas, le cuesta (a la izquierda) pensar los feminismos, junto con el movimiento obrero, junto a organizaciones de derechos humanos, junto al movimientos por la tierra/ambientales y junto a la izquierda política.
Sin embargo, para la derecha estas fronteras son difusas, combaten todas estas manifestaciones populares como parte del mismo fenómeno político-social. Y le tiran a todo.
* Cortés es politóloga, diputada suplente por el Frente Amplio. Valdomir es sociólogo y diputado del Movimiento de Participación Popular del Frente Amplio