La columna de Pedro Brieger | El final triste de Moreno

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El final triste de Moreno

Por Pedro Brieger, director de NODAL

Poco antes de dejar la presidencia Lenín Moreno dijo que quería dedicarse al humor, algo que lo caracterizó después de quedar postrado cuatro años a raíz de un disparó que recibió en 1998.  En efecto, durante un tiempo Moreno se hizo conocido por su actitud positiva hacia la vida y la utilización del humor para sobreponerse al difícil momento que había atravesado y que lo marcó para siempre.

Mucha agua ha pasado bajo el puente desde entonces y seguramente será más recordado por su presidencia en Ecuador a la que llegó de la mano de Rafael Correa, luego de haberlo acompañado durante seis años como vicepresidente, y hacer todo lo contrario a lo que por entonces pregonaba.

Cuesta creer que en el futuro logre hacer reir a muchas personas después de su triste paso sin pena ni gloria por la presidencia de Ecuador. En realidad, con mucha pena.

El caso de Moreno es muy particular. Si bien es cierto que numerosos líderes políticos una vez que llegan al gobierno tiran por la borda sus promesas electorales, por lo general los giros de 180 grados suelen hacerse en nombre de los mismos principios que enarbolan sin reconocer que están haciendo lo contrario de lo que prometieron. Pero perseguir a quien acompañó durante 6 años como vicepresidente y renegar de la ideología que lo llevó a la presidencia no es muy común.

Sólo para citar algunos casos podemos recordar que en la Argentina, en nombre del peronismo, en la década del noventa del siglo pasado Carlos Menem dejó de lado sus promesas electorales y llevó adelante políticas neoliberales sin renegar del peronismo, o de su propia lectura del peronismo. En México, quienes ejercieron la presidencia en nombre del PRI (Partido Revolucionario Institucional) en las últimas décadas se alejaron de los históricos principios de este partido, pero nunca renegaron del mismo ni persiguieron a quienes los habían precedido o encumbrado.

Lo de Moreno fue muy diferente. El día que asumió la presidencia, el 24 de mayo de 2017, en su discurso de posesión citó a Lenin, el líder de la revolución rusa. Poco tiempo después comenzó una campaña en contra del socialismo del siglo XXI del que fue parte desde la vicepresidencia durante seis años. “Hemos salido de ese engaño, el falso socialismo del siglo XXI, ese socialismo no existió jamás”, dijo en 2019. Y dejó de citar a Vladimir Ilich Lenin.

Moreno persiguió a Rafael Correa de manera implacable para inhabilitarlo políticamente e impedirle su regreso al país; encarceló a Jorge Glas, su compañero de fórmula en 2017 al poco tiempo de asumir, destruyó su partido Alianza País e intentó desmantelar todo lo construido por la llamada “Revolución Ciudadana”, en cuyo nombre llegó al poder. Paradojas de la historia, contó con el apoyo de los partidos de derecha que antes cuestionaba. Para colmo de males reprimió y provocó la muerte de varios manifestantes que protestaban contra la liberalización del precio de combustibles en 2019.

También en política exterior dio un giro de 180 grados. Entre otras cosas, avaló el golpe de Estado contra Evo Morales y la entrega del periodista Julian Assange que estuvo refugiado por años en su embajada en Londres, mientras que su gran “contribución” a la integración regional fue cerrar la sede de la UNASUR, en la mitad del mundo, cerca de Quito. Si durante años Moreno era conocido por sus ideas de izquierda, una vez en la presidencia pasó a ser otro aliado de la derecha latinoamericana.

Moreno será recordado como alguien que solo destruyó y que ni siquiera se presentó a la reelección porque no tenía nada para ofrecer, ni sucesión, ni legado. Nada. Y es muy probable que ni siquiera le quede el buen humor que lo caracterizaba.

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