Guatemala | «La llorona» de Jayro Bustamante es la única película latinoamericana candidata a los Globos de Oro
Por primera vez Guatemala tiene una película finalista para los Globos de Oro
Por Daniel Cholakian – Nodal Cultura
El cine de Guatemala ha crecido lenta pero sostenidamente en la última década. Con documentales que denunciaron los crímenes de lesa humanidad como La isla (2009), o con ficciones que buscaron nuevos temas y propuestas estéticas como Gasolina (2008) y Las marimbas del infierno (2010) de Julio Hernández Cordón, las películas guatemaltecas han ganado espacio y reconocimiento en el circuito internacional del cine.
Jayro Bustamante es parte de ese movimiento. Con su primera película Ixcanul (2015), llevó a la pantalla la lengua del pueblo maya, la voz de las mujeres indígenas y el modo de dominación a la que son sometidas. En su opera prima mostró un especial talento para la construcción del espacio narrativo a través del manejo plástico y sonoro, como a la representación del espacio evocado, que es físico, simbólico e histórico.
Durante 2019 el cine de Bustamente fue una de las más destacadas apariciones en los festivales internacionales de cine, siendo el único realizador que participó de las selecciones oficiales de dos de los más importantes: llegó a Berlín con Temblores y a San Sebastian con La llorona.
Este miércoles se conocieron las candidaturas a los premios Globos de Oro que entrega anualmente la Asociación de prensa extranjera de Hollywood y su última película, La llorona, es una de las 5 películas seleccionadas en la categoría “Mejor película en lengua extranjera”. Es la primera vez que una película guatemalteca ocupa obtiene esa distinción y es la única película latinoamericana en competir por el premio entre las películas estrenadas en 2020.
El resto de las candidatas son Druk de Thomas Vinterberg (Dinamarca), La vita davanti a sé de Edoardo Ponti (Italia), Minari de Lee Isaac Chung (Estados Unidos) y Deux de Filippo Meneghetti (Francia)
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El llanto que llega desde la noche más oscura
En La llorona la acción la impulsan las mujeres y las voces, las lenguas, los silencios, las identidades étnicas, religiosas y de clase permiten construir un relato no lineal. La película de Bustamante logra a través de expandir los límites del realismo a través de una puerta abierta al terror psicológico.
El mito de La llorona es uno de los más extendidos en toda América Latina, con diferencias y especificidades propias desde México a Argentina. El relato toma la historia de una mujer que cada noche sale a llorar por sus hijos desaparecidos o muertos. A través de los tiempos tuvo diversas adaptaciones culturales o religiosas y también sumó inclusión de personajes históricos reales. Aunque la madre llora por su responsabilidad en la muerte, en esta película el mito se altera para cambiar la identidad del victimario.
En la película, la responsabilidad de la tragedia de madres e hijxs es de quienes perpetraron el genocidio del que fue víctima el pueblo maya Ixil en los primeros años ’80. La llorona es la madre que llora por sus hijos e interfiere en el sueño del genocida, a la vez que una voz que les habla desde sus conciencias aterrorizadas del general y su familia. El propio hogar lo convierte en un caos y una pregunta se dispara: ¿Qué puede aterrorizar al hombre que infundió el terror en la población a través del genocidio?
El terror amenaza desde el testimonio en lengua maya de una mujer indígena, que pone en jaque al orden de la impunidad. Esa mujer y su palabra, es “lo otro” externo y amenazante. En el terror como género ese “otro” interpela la normalidad y el orden.
A Enrique Monteverde –alter ego de Efraín Ríos Montt- el mundo se le derrumba cuando no puede evitar ir a juicio y escuchar y ver a las mujeres indígenas víctimas de las violaciones sistemáticas y las matanzas colectivas. Y más aún cuando es condenado por genocidio. No importa que pueda eludir con argucias el cumplimiento de la condena. Lo que importa es que ha dejado de ser impune, ha dejado de ser el general, el hombre poderoso, el que ordena el mundo dentro y fuera de su casa.
El orden y el desorden, lo claro y lo oscuro e incluso la naturaleza de lo tenebroso -real o imaginario- son elementos que el director maneja con minuciosidad.
Bustamante construye un edificio narrativo donde muchas situaciones a lo largo de la película se emparentan. El plano inicial donde la esposa del general, familiares y esposas de otros acusados rezan como en una letanía, dialoga con el primer plano de la mujer indígena contando en su lengua, con una cadencia particular, la forma en que fue violada por el ejército cuando ingresaron a su pueblo (relato que es casi idéntico al que recibe Ernesto al comienzo de Nuestras madres). Con dos muy lentos zoom hacia atrás que se repiten en ambas planos cuenta también los mundos del hogar ordenado y del orden de la justicia. La violencia no se hace evidente en las imágenes, se construye entre las textualidades que dialogan en la mente del espectador.
Para aportar a la lectura política, y Bustamante trama lo terrorífico con lo documental, no es menor que entre quienes presencian el testimonio en el juicio esté sentada Rigoberta Menchú, premio nobel de la paz, víctima ella misma y su familia de las violaciones de la dictadura.
Aquel plano inicial se resignifica hacia el final de la película. El rezo colectivo ordenado, contado en un plano casi simétrico, se convierte en una invocación caótica y desesperada a dioses de tradiciones ancestrales como única posibilidad de salida frente al terror que se desató en la casa del dictador. El terror imaginario que representa La llorona se le impone a quien hasta entonces era el terror real, el dictador ahora enloquecido por sus propios miedos.
Bustamente modifica el registro visual y sonoro con paciencia a lo largo de la película, atravesando géneros y tradiciones para permitir que lo sombrío, lo inenarrable del terror dictatorial, se haga reconocible.