En espera de algo – Por Teresa Díaz Canals

Foto: Del Ensayo Toy Story Cuban Style/Lidice González Parrado y Yamel Santana (Yams) Valdés-Hernández
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Por Teresa Díaz CanalsEstar de otra manera

Fue en un aula donde comprobé la fragilidad de la palabra. En ella se puede encontrar lo más sublime y lo más peligroso. Un día les relaté a mis estudiantes con mucho entusiasmo la anécdota donde Máximo Gómez, al finalizar la Guerra de los Diez Años, se entrevistó con el general Arsenio Martínez Campos. Este último le pidió un objeto al prestigioso jefe de las filas mambisas para llevarse de recuerdo. El Generalísimo no tenía nada que obsequiarle, vestía harapos. No obstante, decidió quitarse un pañuelo rojo que acostumbraba usar en el cuello con el que cubría una vieja herida y se lo ofreció al representante de la monarquía española.

Con ese hecho intenté demostrarles a mis alumnos en la asignatura de Ética la importancia de la categoría respeto, un ejemplo fidedigno de cómo puede manifestarse incluso hasta entre enemigos irreconciliables. Inmediatamente después de mi intervención, se levantó una mano con un periódico al final del recinto. La estudiante lanzó la siguiente pregunta: «Profesora: ¿y esto cómo se interpreta?». Se acercó y me enseñó una caricatura de una mujer gorda que, agachada, enseñaba sus nalgas. En esa parte del cuerpo, el dibujante había escrito las siglas de la Organización de Estados Americanos, OEA.

Me quedé impávida. En un instante la alumna echó por tierra todo el ímpetu del ejemplo que había utilizado. Tomé el penoso dibujo después del impacto y exclamé: «¡Esto es un ejemplo de politiquería barata!». Por suerte, observé sus caras y sentí que la respuesta les satisfizo; que mi ejemplo tomado de nuestra historia, pese al mal gusto del chiste divulgado por un órgano de prensa nacional, resultó válido.

Ese ya lejano día no pude quedarme tranquila después del incidente mencionado. Llegué a la casa y pasé un correo. Le pedí al periódico que presentara excusas ante la desfachatez que publicaron: conté lo sucedido y, muy dolida, expliqué que para que las nuevas generaciones adquieran una verdadera cultura, necesitan una conjunción de la formación otorgada por la enseñanza escolar y, además, una educación –si se quiere difusa, desdibujada, que se respira en el ambiente– en los ejemplos que se ven, en el tipo de diálogo que se mantenga, de literatura que se lea, de película, de pintura, de música, que se disfrute. No hubo respuesta.

Hay otros ejemplos, como el que describí en un ensayo: salió en primera plana también de un periódico nacional, una mano mostrando el símbolo de lo que entendemos por un pene y en letras grandes: «Esta es nuestra respuesta al imperialismo». Una conjunción perfecta de vulgaridad, machismo y política.

Cada 27 de enero se conmemora el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto provocado por la Segunda Guerra Mundial. Ojalá esta fecha se convirtiera en una jornada de reflexión acerca de la necesidad de poner fin a cualquier tipo de discriminación y terror.

A propósito de actos discriminatorios, salvando las enormes distancias, sabemos del penoso incidente sucedido ante las puertas del Ministerio de Cultura hace algunos días. Para empezar, no comparto que la respuesta del máximo representante de un organismo del Estado a un grupo de jóvenes fuera un chabacano manotazo. Tampoco que la fuerza policial desplegara su violencia, que detuvieran de manera brutal a jóvenes por pensar diferente, por aspirar a una vida otra, a estar-de-otra-manera. ¿Y dicen que es poeta el ministro?  Un poeta sabe muy bien, como señala Fina García Marruz, que «la poesía es una paciencia y un súbito como el conocimiento del amor».

La poetisa escribió un maravilloso ensayo que constituye un hondo pensar y sentir la justicia. Ojalá los responsables de la divulgación, cuando mejoren las condiciones económicas, puedan hacer otra edición mucho más amplia de El libro de Job, pues Ediciones Vigía, de Matanzas, como su fabricación fue artesanal, asumió una muy limitada. En él expresa: «“No teman”, fue lo más consolador que dejó dicho Cristo a los que nada tienen que ver con la fuerza […] la “resistencia pasiva”, acaso solo empleada como formidable arma táctica por Ghandi, implica una pasividad que el occidental siempre rechazará como inoperante, es por eso más bien el signo de la suprema actividad del espíritu, obrando a fondo, al nivel de la raíz misma de la acción…».

En su libro de cuentos El llano en llamas, Juan Rulfo subraya: «Es algo difícil de crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta». Y en la novela Pedro Páramo, el escritor mexicano anota: «Vivimos en una tierra en que todo se da…pero todo se da con acidez…A mí se me ha olvidado el sabor de las cosas dulces».

Pude atender el viernes 29 al programa televisivo Palabra precisa. Fueron invitados a intervenir tres destacadas figuras de la cultura cubana, muy admirados. Lo adecuado en este caso es que, si se iba a tratar el tema del diálogo –me parece excelente que se llevara a la pequeña pantalla– hubiera estado presente alguna representación de la otra parte aludida. Tuvo mucha razón Pierre Bourdieu cuando escribió que «la peor censura es la ausencia».

Era predecible la respuesta de los distinguidos invitados. Sin embargo, el juego conspiró a favor de la palabra autorizada. La censura más lograda consiste en colocar en lugares donde se habla a personas que solo tienen que decir lo que se espera que digan…

«Estoy en el baile extraño»

La ética es la forma de relacionarse consigo mismo y con el otro en un cierto marco normativo. Ahí es donde aparece la ética de la libertad. Siempre el ser humano no tiene que encajar, ajustarse, reconciliarse. Sobre todo la clase gobernante debe tener presente que la realidad y el deseo no pueden fusionarse totalmente, las verdades no son absolutas, no hay formas únicas de vivir, de existir, de pensar.

Una ética del ahora, de la compasión, es también dar testimonio de esta crisis, del sentimiento de imperfección que nos provoca una situación hostil; de ese escepticismo no porque no se crea en nada, sino porque no se cree en nada absoluto, en esos principios inmutables que cada día nos repiten machaconamente en escuelas, en Farvisión, en los noticieros, en los diarios.

Para los latinoamericanos que me juzgan como una ignorante, pues me remito exclusivamente a la situación de Cuba y no comparo la misma con el complejo escenario de otras regiones del mundo, respondo a la manera martiana: defiéndame mi vida. En mi biografía profesional constan mis recorridos, pero me fastidia el pavoneo. Me incomoda sobremanera que una izquierda ortodoxa disminuya nuestros conflictos, nuestras tragedias, nuestros sufrimientos.

Esos cubanos que estuvieron obligados a la emigración, esos que murieron en el mar devorados por tiburones, esos que fueron silenciados y avasallados por el oportunismo y la mediocridad, merecen nuestro infinito respeto. Todavía somos testigos de la existencia de una masa fanática dispuesta al linchamiento, inercia de una alegría enunciada en conga y en charanga bullanguera que oculta la tristeza de su intolerancia, rostro de una utopía trasnochada convertida en prisión.

Es importante ver las cosas tal como son y no tal como nos hubiera gustado que fueran. Repito con André Gide: «En cuanto interviene la mentira, me encuentro a disgusto; mi papel consiste en denunciarla. Es a la verdad a la que estoy atado; si el partido se aparta de ella, yo a un tiempo me aparto del partido».

Joven Cuba


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