Ecuador y la tradición latinoamericana de votar por el mal menor – Por María Sol Borja

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Por María Sol Borja *

A menos de un mes de las elecciones presidenciales y legislativas en Ecuador, a celebrarse el 7 de febrero, los dos primeros lugares —según las encuestas más serias— los ocupan dos representantes de tendencias largamente enfrentadas. Por un lado, el exbanquero guayaquileño, Guillermo Lasso, líder de CREO, un partido político de derecha. Al otro, Andrés Arauz, el candidato ungido por la organización política que pretende revivir el legado del expresidente Rafael Correa —el último en entrar formalmente a la contienda, tras el proceso de calificación de las autoridades electorales— y respaldado por la llamada Unión por la Esperanza (UNES), de izquierda. Para Lasso, es su tercer intento de llegar a gobernar el país; lo intentó ya en 2013 —cuando Correa ganó en primera vuelta— y en 2017 cuando llegó a segunda vuelta pero, en una cuestionada victoria, Lenín Moreno, heredero político de Correa, fue el ganador.

Ambos compiten junto a 14 candidatos más. Uno de ellos, Yaku Pérez —representante de Pachakutik, brazo político del movimiento indígena—, quien les pisa los talones a Arauz y Lasso, según las encuestas de diciembre de Perfiles de Opinión. El resto, una oferta variopinta que incluye a un expresidente derrocado por la protesta popular; un cantautor que fue ministro de Cultura en este gobierno; un aspirante a ministro de Minas cuyo plan de gobierno fue copiado, en su mayoría, de Wikipedia; varios respaldados por organizaciones políticas llenas de cuestionamientos cuyos líderes han sido procesados por la justicia; un par con ideas interesantes que se diluyen en el baratillo de ofertas y una sola mujer.

En ese escenario en el que, además, hay una profunda desconfianza en los organismos electorales y un contexto de pandemia que podría disparar los niveles de ausentismo, por lo menos en la primera vuelta, la campaña arrancó como previsto: apelando al miedo. Mucha de la campaña está basada en despertar el terror que, para algunos, significa el regreso de Correa como si la única opción viable fuese la opuesta: Lasso, cercano al Opus Dei, que tiene exactamente la misma postura de Correa en temas de derechos reproductivos. Así, en los extremos, los opuestos terminan pareciéndose.

Las posturas, en muchos otros asuntos, son diametralmente opuestas. Y de eso se alimenta cada campaña. Los lassistas aseguran que si gana Arauz —se asume que será Correa quien realmente gobierne— estaremos como Venezuela. Y esa es la peor de las advertencias que se le puede hacer a un país al que, hasta octubre de 2019, habían entrado dos millones de inmigrantes venezolanos, la mayoría enfrentando condiciones muy precarias. Se exacerba la advertencia cuando Correa, que reside en Bélgica desde el fin de su mandato en 2017 —y que tiene en Ecuador una sentencia ejecutoriada con orden de prisión— defiende a Nicolás Maduro.

Ellos, los correístas, usan la misma fórmula simplista y básica del miedo. La diferencia es que, para ellos, el diablo es otro: la crisis bancaria que, a finales de los años 90, sacudió al Ecuador. El recuerdo de miles de personas apostadas afuera de instituciones bancarias quebradas —muchas jamás recuperarían los ahorros de toda su vida—, de la caída de un presidente que alcanzó a dolarizar la economía, y de la posterior ola de migración hacia Estados Unidos y Europa, aún mueve las fibras más sensibles de quienes lo padecieron.

Allí reaparecen los lassistas para asegurar que el correísmo desdolarizará la economía —otro de los mayores terrores de los ecuatorianos, porque si en algo coincide la gran mayoría, es en el deseo de mantener el dólar como moneda—. Entonces, el correísmo lo niega y acusa a Lasso de haber cogobernado con Moreno, el presidente saliente a quien apenas uno de cada 10 ecuatorianos le cree. El correísmo advierte que un gobierno de Lasso privatizará la salud, la educación y la seguridad social: que afectará a los más pobres y gobernará para las élites. El lassismo, que en un gobierno de Arauz la corrupción se apropiará nuevamente —haciendo alusión a los procesos judiciales en contra de varios exfuncionarios de alto rango— de todas las instituciones públicas y que la justicia responderá a Correa. Y así el país se divide en dos narrativas paralelas sobre una misma realidad.

Pero, en medio de todo esto, son los ciudadanos quienes deben enfrentar la decisión de elegir, supuestamente, entre dos opciones, aunque haya 16 candidatos. El riesgo ahí es que, como sucede muchas veces en nuestra región, elijamos a través del miedo y no a través del análisis de las propuestas o, incluso, de la esperanza.

Es cierto que CREO, el movimiento de Lasso, hizo un pacto legislativo en la Asamblea Nacional con Alianza País de Moreno, pero también es cierto que Arauz está respaldado por un expresidente sentenciado y que ha advertido que ese expresidente no necesitará un indulto de su parte porque “los jueces revisarán la sentencia”. El peligro está en la ceguera de no medir a los candidatos con sus defectos y virtudes, con su pasado a cuestas, sus respaldos y detractores, sus propuestas y acciones. Peligro también en pensar que hay solamente dos representaciones posibles de un modelo de gobierno, aunque las encuestas digan que, por ahora, son los dos candidatos los que más posibilidades tienen de ganar.

Lo mejor que le podría pasar a América Latina es empezar a votar a partir de la convicción: votar por el candidato cuyas propuestas sean más beneficiosas para la ciudadanía, cuyo plan de gobierno nos provea de esperanza y no de miedo. Ningún candidato es perfecto. Sin embargo, debe haber alguno —entre 16— que se acerque un poco más, un poco mejor, al tipo de gobierno que queremos, al tipo de país que buscamos.

* Periodista ecuatoriana y editora política en el sitio gk.city.

The Washington Post


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