Costa Rica | Bicentenario e incertidumbre – Por Rafael Cuevas Molina
Por Rafael Cuevas Molina *
Si hubiera que redefinir en nuestros días la expresión coloquial característica de los costarricenses, esta seguramente ya no se asociaría a la felicidad sino a la incertidumbre, una incertidumbre provocada por el panorama funesto que pintan las reformas que están llevándose adelante como un asalto nocturno y en descampado.
En Centroamérica, en el 2021 se conmemora el bicentenario de la independencia. En Costa Rica, el actual gobierno, que asumió en mayo de 2018, se autocaracterizó como «el gobierno del bicentenario», denominación pomposa que puede llevar al desprevenido lector a pensar en un gobierno que tendría entre sus objetivos centrales potenciar todo aquello que, en 200 años de vida republicana, llevaron a Costa Rica a ser un país que los costarricenses gustan de calificar como «diferente» del resto de la región.
Entre estos rasgos diferenciadores, algunos de los más sobresalientes habrían sido la existencia de un consolidado estado de derecho y una extendida clase media, lo cual le ha proporcionado estabilidad política en, por lo menos, los últimos 70 años. En términos generales, los costarricenses se han mostrado satisfechos con sus condiciones de vida, y es proverbial cómo eso se ha expresado incluso en su lenguaje coloquial, al transformar la expresión «pura vida» en saludo cotidiano que remite al gozo de vivir.
Como en todo el mundo, la pandemia trajo nubarrones a esa celebratoria actitud ante la vida. Creció el desempleo a límites no vistos hace muchos años y los índices de pobreza se dispararon. Se trata, sin embargo, de una situación que no nació con la llegada del Covid Sars-2, sino que ya se encontraba presente desde hacía varios años: un cada vez más grande déficit fiscal y políticas que profundizaban la desigualdad económica y social se cernían como espada de Damocles sobre la cabeza de los felices costarricenses, sin que los gobiernos de turno tomaran medidas.
Producto de una dura contienda electoral, el autoproclamado gobierno del bicentenario abrió muchas espectativas entre quienes lo vieron como un posible gobierno progresista que afianzaría esos rasgos positivos que caracterizaban al país, pero la sorpresa primero, y el desencanto después, cundió cuando dio muestras que ahora sí se tomarían medidas para tratar de resolver los problemas que habían quedado en el tintero, pero en una dirección totalmente contraria a la que la tradición de los últimos 70 años indicaba.
En colusión con los partidos políticos tradicionales, a los que programáticamente había dicho que combatía por corruptos e ineptos, y otros de relativo nuevo cuño como aquellos vinculados al neopentecostalismo, el partido en el poder está llevando adelante un proceso que desmantela hasta sus cimientos lo que queda del Estado benefactor que caracterizó al país durante la segunda mitad del siglo XX. La clase media se convirtió en el objetivo primordial de una serie de políticas que buscan sacar dinero hasta de debajo de las piedras. Una avalancha de proyectos que la saquean ya han sido aprobados o hacen fila para serlo a golpe de tambor.
Para ello, no escatiman pasar incluso sobre las misma Constitución, que es cada vez más frecuentemente interpretada de forma antojadiza por una Sala Constitucional cuya composición ha venido cargando las tintas hacia los afectos a este tipo de medidas.
Si hubiera que redefinir en nuestros días la expresión coloquial característica de los costarricenses, esta seguramente ya no se asociaría a la felicidad sino a la incertidumbre, una incertidumbre provocada por el panorama funesto que pintan las reformas que están llevándose adelante como un asalto nocturno y en descampado.
Quienes esto hacen se aprovechan vilmente de la situación de inmovilidad que afecta los trabajadores por las medidas preventivas en el contexto de la crisis sanitaria, y crean las condiciones para que el año del bicentenario sea el que desdibuje los rasgos que le han dado un perfil original al país.
* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.