Argentina | El oculto costado autogestivo de los famosos superbarbijos – Por Rolly Villani

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Por Rolly Villani

Científicos argentinos que diseñaron un producto masivo con alta tecnología eligieron a las
cooperativas como herramienta para que los beneficios de ese conocimiento financiado por el Estado
llegue a los sectores más vulnerables.

Hay muchas historias que demuestran que la crisis pandémica apuró procesos que se venían dando pacientemente. Es el caso de un equipo conjunto de investigadorxs de las universidades de Buenos Aires y de San Martín, cuyo desarrollo terminó fortificando vínculos entre la academia y la economía autogestionada, además de explorar un canal inédito para que los beneficios de la investigación científica beneficien a los sectores más vulnerables de la sociedad.

“El caso de los superbarbijos puso sobre la mesa el dinamismo y la capacidad de movilización que tienen las empresas cooperativas, contra el prejuicio extendido de que son organizaciones lentas e ineficientes”.

La historia fue bastante promocionada en los medios porque “los superbarbijos” aparecieron como una herramienta esperanzadora en el combate contra el (temor al) virus. Lo que no tuvo tanta repercusión, vaya casualidad, es la pata social-productiva del proyecto que fue ejecutada por cooperativas textiles y que tuvo y sigue teniendo un impacto muy importante en la comunidad.

Integrantes del Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental (3iA) de la UNSAM y del Instituto de Física de Buenos Aires (IFIBA -UBA) desarrollaron una tela de tres capas tratadas con antivirales, lo que la convierte en una barrera casi infranqueable para el coronavirus. El desarrollo fue liderado por Griselda Polla y Roberto Candal (3iA) y por Silvia Goyanes y Ana María Llois (UBA). Por el 3iA también participaron lxs investigadorxs Patricio Carnelli, Lucas Guz, Belén Parodi y Alicia Vergara Rubio.

Por su alto valor agregado, son barbijos cuyo precio en el mercado oscila entre 300 y 400 pesos y, según Ana Quaglino, Secretaría Adjunta de Extensión, Cultura Científica y Bienestar de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, “a los investigadores les interesaba que además del circuito comercial, estos barbijos pudieran llegar a quienes no pueden pagar su costo”. De manera que cuando se firmó el convenio, la empresa KOVI, encargada de fabricar la tela especial, se comprometió a entregar de forma gratuita el 10% de lo producido a comedores, merenderos y organizaciones sociales que enfrentan la pandemia en contextos adversos.

“Ahí nos comunicamos con Filosofía y Letras, porque yo sabía que Filo tenía trayectoria de trabajo con cooperativas y recuperadas”, dice Quaglino. El convenio no definía cómo sería la llegada de la tela en forma de barbijos a quienes lo recibieran como donación, de manera que hubo que pensar ese mecanismo. Ivanna Petz, responsable de extensión de Filosofía y Letras explica: “el programa Facultad Abierta, que trabaja junto a las empresas recuperadas, junto con el de Pueblos Originarios y la Cátedra Libre de DDHH son, desde mi punto de vista, tres espacios que logran estructurar una visión de Extensión Universitaria que se opone a una extensión pensada como la transferencia de conocimiento a los “no iluminados”. Estos tres programas, dice Petz, “buscan contrarrestar esa mirada desde una práctica sumamente interesante porque se piensa y se construye en vinculación con otros y se construye con otros”.

Desde esa perspectiva, el Programa Facultad Abierta propuso el vínculo con algunas cooperativas textiles para que fabricaran primero los barbijos y la posibilidad de que pudieran comercializar una parte de lo producido redondeó la idea, porque de esa forma se podían pagar el trabajo de lxs cooperativistas como los hilos, los elásticos y otros insumos.

“Es una primera experiencia muy prometedora que pone a la economía autogestionada como actor de un proceso junto a las universidades y el Estado”.

Así lo cuenta Silvia, integrante de la Cooperativa de Trabajo Darío Santillán: “Nos dieron 200 metros de esa tela, con la que hacemos más o menos cinco mil barbijos y tenía esta cláusula que nos parecía muy piola, de que 2500 los donamos a los merenderos y comedores de los barrios populares y los otros 2500 los vendemos a un precio económico (no puede superar los 150 pesos por convenio) para que las compañeras puedan cobrar la mano de obra”. La Cooperativa Darío Santillán trabaja junto a MeCoPo, Mercado Cooperativo Popular, cuyo coordinador, Agustín, cuenta que son artículos “muy fáciles de vender, sobre todo teniendo en cuenta el sector en el que comercializamos nosotros, que son los sectores populares, y no se superpone nunca con el mercado al cual llega la otra parte de estos barbijos”.

El caso de los superbarbijos puso sobre la mesa una cuestión que casi siempre olvidan quienes subestiman a la economía popular: el dinamismo y la capacidad de movilización que tienen las empresas cooperativas, algo que permitió que en muy poco tiempo los tapabocas así confeccionados hayan llegado en forma de donación a varios puntos del país. En ese aspecto, tuvo un rol muy importante la Red Textil Cooperativa, una organización que nuclea pequeñas cooperativas en todo el país. Joaquín Fernández Sancha, su coordinador, dice: “a la UBA le interesaba que los barbijos tuvieran buena distribución, que no quedaran en un solo barrio, así que los repartimos en distintas zonas, en cooperativas de la Plata, Dock Sud, Laferrere o Florencio Varela. Cada una de esas cooperativas va confeccionando los barbijos a demanda de los vecinos de la zona”, dice. Quaglino confirma: “cuando nos conectaron con la Red Textil Cooperativa nos pareció que era lo que necesitábamos por ser una red de cobertura nacional”,

Las telas, cuyas propiedades fueron testeadas satisfactoriamente por el INTI, son de algodón y poliéster adicionadas con un polímero amigable con el ambiente que facilita la retención de agentes activos basados en plata y cobre. Esta combinación de tecnología avanzada y materiales accesibles en el mercado local permite trabajar con cierto margen de independencia respecto de los problemas de importación.

Ya llegó la segunda tanda de tela y se están confeccionando los barbijos que siguen llegando a quienes los necesitan. Hasta el momento el modelo funciona satisfactoriamente para todas las partes y promete esa integración tantas veces reclamada. “Es muy interesante esta cooperación, nos parece que hay que avanzar mucho, –dice Joaquín de la RTC– lo que falta es una mesa de trabajo que reúna a los investigadores, las universidades, las empresas que fabrican y nosotros que confeccionamos, como para empezar a pensar proyectos a mediano plazo”.  Quaglino, por su parte, evalúa que “desde Exactas es una primera experiencia de articulación con cooperativas, al menos con estas dimensiones tan grandes, y es un aprendizaje muy interesante,  entendemos que es un círculo virtuoso que tiene mucho por recorrer”.

Barbijos humahuaqueños

En esta idea original de llegar a todos los rincones del país con los beneficios del superbarbijo, el Centro Universitario Tilcara cumplió un papel importante. El CUT es una sede de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA que, según Ivanna Petz, fue hasta hace un tiempo “un enclave de la investigación” y la idea de articular procesos de producción, tanto de conocimiento como de productos tangibles e inmediatos como los barbijos funcionó como una herramienta para desandar ese concepto. “Sumar esta tarea al centro de Tilcara fue bien interesante, estamos articulando con cooperativas que produzcan los tapabocas en toda la Quebrada: La Quiaca, Humahuaca, Maimará y Tilcara”, dice Petz. Al respecto, Ana Quaglino aporta: “En Jujuy se coordinó con familias que los elaborarán y creemos que es una experiencia que tiene mucho potencial”.

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