La manipulación mediática sobre la pandemia: uno de los capítulos más vergonzosos del periodismo argentino – Por Cecilia González

Foto: German Sánchez Arias
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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Cecilia González *

Publican datos falsos. Manipulan información. Distorsionan estrategias en aras de sus filias y fobias políticas. Comparan países incomparables. Especulan. Mienten. Hacen campaña contra los gobiernos o los políticos con los que no concuerdan. Publican balances amañados. Las lecturas políticas, basadas en intereses partidarios, desplazan a las científicas. Estimulan la indignacionitis a partir de un doble estándar. Militan contra las cuarentenas, los controles y las restricciones. Y, ahora, contra las vacunas.

El año en el que vivimos en peligro por una emergencia de salud ameritaba que los medios de comunicación asumiéramos la responsabilidad del servicio social que debemos brindar a una sociedad. Prudencia, serenidad, profesionalismo y seriedad tenían que haber sido las premisas de diarios, portales, cadenas de radio y televisión durante estos meses en los que el Covid ha representado la pérdida de millones de vidas en todo el mundo.

Pero la prensa tradicional, mayoritaria y más influyente de Argentina, no cumplió.

El compromiso inicial de: «al virus lo frenamos entre todos» se evaporó. La polarización volvió rápidamente a Argentina luego de unos primeros meses en los que, de manera inédita, el presidente Alberto Fernández logró instalar mensajes (e imágenes) de unidad nacional con el apoyo de la oposición.

Lo más importante para un grupo de medios y periodistas es desacreditar al gobierno, así sea a costa de incrementar los riesgos de una pandemia. Generan climas de escepticismo, de rebeldía, de alarmismo, de obsesión con su villana favorita, con discursos que, muchas veces, abrazan el ridículo.

Bastó que las encuestas demostraran que los altos niveles de popularidad que el presidente tuvo en un breve lapso después de la llegada del coronavirus comenzaban a descender para que gran parte de la prensa retomara su papel opositor con una línea editorial que no se basa en la investigación, la información, los datos, ni la ciencia, sino en antiperonismo puro y duro.

Lo más importante para un grupo de medios y periodistas –por suerte, nunca son todos, hay múltiples excepciones– es desacreditar al gobierno, así sea a costa de incrementar los riesgos de una pandemia. Generan climas de escepticismo (¿la cuarentena sirve o es un fracaso? ¿no es mejor abrir todo para que la economía se recupere?), de rebeldía (instigando las movilizaciones anticuarentena/antigobierno), de alarmismo (todo es un desastre, es el peor país del mundo, hay que huir de aquí), de obsesión con su villana favorita (la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner es la culpable de todos los males), con discursos que, muchas veces, abrazan el ridículo.

Campañas

La irresponsabilidad está a pleno ahora con su campaña para hacer dudar a la población sobre la efectividad de las vacunas, en especial la Sputnik V, a la que han rodeado de un aura demoníaca.

Si no fuera tan grave, sería gracioso que hablen de la vacuna «soviética», de la URSS, del comunismo, de todo aquello que dejó de existir hace tres décadas en ese país. Por increíble que parezca, muchos periodistas se quedaron anclados en la Guerra Fría y abonan a la esquemática narrativa occidental en la que los rusos siempre son los malos.

Sostienen ese relato por más que la realidad los desmienta, ya sea con el reciente diálogo entre Angela Merkel y Vladímir Putin para analizar la posibilidad de que Alemania y Rusia produzcan juntos la vacuna, o el acuerdo entre los fabricantes de Oxford y Sputnik V para hacer ensayos con la combinación de ambas vacunas. Con pleno desconocimiento de los valiosos aportes que la ciencia rusa ofreció al mundo a lo largo de su historia.

Desde que el gobierno de Alberto Fernández anunció la compra de la Sputnik V arreció la desconfianza y la descalificación a priori, basadas, por supuesto, en datos falsos: que si no había informes de los estudios, de las pruebas, de los resultados en los voluntarios, que ningún otro país quiere esta vacuna, que es solo un negocio entre «los comunistas» presidentes de Rusia y Argentina que están manipulados por Fernández de Kirchner, que la vacuna no iba a llegar en diciembre y, cuando llegó, que no servía porque era apenas un «ensayo» o que, de plano, era peligrosa.

La semana pasada, con el arribo de las primeras dosis de la vacuna, la campaña se intensificó. Los titulares se regodearon con supuestos efectos negativos que, oh sorpresa, estaban desacreditados en las propias notas. Que el encabezado no coincida con el desarrollo de la información ya es un clásico, pero ¿también en temas de salud pública? De terror.

Gracias a esa estrategia, la pregunta de moda es: «¿te pondrías la vacuna rusa?» La frase cargada de estigmatización y prejuicio y repetida a diario en muchos de los medios masivos más importantes se disemina en las calles, en los hogares, en los lugares de trabajo. El recelo se expande a costa de poner en riesgo a la población.

Maniobras

Los temas de cobertura de la prensa opositora ya pasaron por comparar el «éxito» de Finlandia, Suiza o Uruguay en el manejo de la pandemia, con el «fracaso» de Argentina; rechazar la llegada de médicos cubanos porque son «espías»; denunciar la falsa liberación en masa de asesinos y violadores con el pretexto del coronavirus; alertar sobre la amenaza estatizadora-comunista del oficialismo y magnificar cualquier crítica negativa (jamás las positivas) de la prensa extranjera al gobierno o al país.

También insisten en que hay un gobierno nazi o dictatorial; se quejan de «la cuarentena más larga del mundo» que no es tal; y advierten que «vamos a ser Venezuela», la amenaza estigmatizante y sin sustento que la derecha ha impuesto a escala internacional.

Ojalá respetáramos a la sociedad y a nuestro oficio. Ojalá volviéramos a cuestiones básicas como criticar, preguntar, contrastar, checar datos, consultar a especialistas, investigar, exigir transparencia en la información oficial y ejercer la autocrítica para desterrar el hábito de hablar sin saber.

En medio de todo ello, las y los periodistas científicos han debido nadar contra la corriente, muchas veces casi en soledad, con impotencia ante las desinformaciones diarias que se instalan a través de las redes y que son retomadas por la prensa que se autoconsidera «seria».

No se trata, por supuesto, de defender a ningún gobierno, no es esa nuestra tarea, ni la de justificar el caos en el velorio masivo del futbolista Diego Armando Maradona, las contradicciones del presidente y funcionarios que no usan barbijos ni respetan el distanciamiento social, la falta de respuesta ante los múltiples casos de violencia institucional registrados durante la pandemia o la sobreactuación épica por la llegada de las vacunas, por mencionar sólo algunos cuestionables episodios.

Pero nuestra labor tampoco es la de atacar sin fundamento y mucho menos la de promover la ira social, la polarización y la negatividad permanente, absoluta, que establece que todo lo que hacen las autoridades está mal.

Ojalá respetáramos a la sociedad y a nuestro oficio. Ojalá volviéramos a cuestiones básicas como contrastar, checar datos, consultar a especialistas, investigar, exigir transparencia en la información oficial y ejercer la autocrítica para desterrar el hábito de opinar sin saber. Como dicen los colegas del portal Faro Digital: Preguntar es tarea del periodismo; sembrar dudas, no.

O sea, lo que siempre debemos hacer. Quizás hoy sea demasiado pedirles a los medios y a los periodistas que, tristemente, priorizan sus intereses económicos y partidarios por encima de la información de calidad que merecen las sociedades.

* Periodista y escritora mexicana residente en Argentina.

RT


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