La columna de Pedro Brieger | La decadencia de Brasil

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La decadencia de Brasil

Por Pedro Brieger, director de NODAL

El presidente Jair Bolsonaro atrae todas las miradas por sus dichos y por su forma de actuar, dejando en segundo plano la decadencia que vive Brasil, que excede su figura. En términos generales, cuando se habla de decadencia se entiende que hay estancamiento (económico y social), deterioro, pérdida de importancia, desmejoramiento y/o avasallamiento de las instituciones. En síntesis, un retroceso respecto del lugar que tenía Brasil poco tiempo atrás en el imaginario propio y en el mundo.

En medio de la pandemia Bolsonaro saca a la luz la decadencia con sus contradicciones, o sus burlas del COVID y de las vacunas. Esto fue muy claro cuando cuestionó al gobernador Joao Doria de San Pablo por la compra de vacunas de China, burlándose primero de su efectividad para luego salir desesperadamente a buscarlas.
Brasil ya no se sienta con la misma autoridad a la mesa de los grandes como sucedía antaño cuando el presidente Lula da Silva era una pieza fundamental de las grandes economías emergentes nucleadas en los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Demás está decir que Bolsonaro no recibe los elogios que Barack Obama le prodigaba a Lula como el presidente más popular del planeta.

A poco de comenzar el gobierno de Dilma Rousseff en 2011 la BBC de Londres destacaba que Brasil se había convertido en la sexta economía del mundo después de dos mandatos consecutivos de Lula y de Fernando Henrique Cardoso. El gran problema del establishment brasileño y de sus partidos de centro y de derecha, es que Lula aspiraba retornar a la presidencia en las elecciones de 2018 para gobernar mínimamente cuatro años más y completar un ciclo de 20 años del Partido de los Trabajadores en el poder. Había que evitarlo aunque los gobiernos del PT estuvieron muy lejos de llevar a cabo transformaciones revolucionarias. Pero, para quienes ostentan el poder económico, político, jurídico y mediático en Brasil ningún gobierno de izquierda es tolerable, ni siquiera si mantiene los lineamientos básicos de las políticas neoliberales.

Dado que en 2016 no había condiciones para un golpe de Estado al estilo del que derrocó a Joao Goulart en 1964 lo que se puso en movimiento fue el entramado político-jurídico-mediático para desalojar del poder a Rousseff y luego encarcelar a Lula e impedir su candidatura presidencial en 2018. Como bien señaló la propia Rousseff frente a quienes apoyaron el golpe en 2016 y ahora se arrepienten y quieren impulsar un juicio político contra Bolsonaro, aquello fue “el huevo de la serpiente” que llevó a la presidencia a Bolsonaro y a la tragedia que vive hoy Brasil. Enceguecidos por su odio al PT y la izquierda apoyaron a quien fuere para sacarlo del poder y del control del Estado.

Pocos años atrás en Brasil se pensaba que el país tenía suficientes méritos para ingresar como sexto miembro al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Tenía altos niveles de industrialización, desarrollo científico y tecnológico y universidades de excelencia. Brasil era la locomotora de UNASUR y desde allí impulsaba sus vínculos con África por un lado y con el mundo árabe por el otro. Los proyectos eran tan diversos y ambiciosos que incluso el famoso arquitecto Oscar Nieymer diseñó los planos de una biblioteca conjunta árabe-suramericana con sede en Argelia. Ahora, esos proyectos duermen el sueño de los justos. Bolsonaro coincidió temporalmente con Donald Trump, ante quien se presentó como si fuera el presidente de un pequeño país que depende su destino del acercamiento a las políticas de la Casa Blanca. Para colmo de males, lo apoyó en las elecciones mientras Joe Biden lo criticaba por su política de desprecio hacia la preservación de la Amazonia, tema que también motivó que la Unión Europea frenara acuerdos con el Mercosur.

Resulta sencillo echarle la culpa a Bolsonaro. Pero él es, apenas, la expresión caricaturesca de la decadencia brasileña.


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