El ritual de la dominación masculina en el debate presidencial ecuatoriano – Por Natalia Sierra

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Contexto de Nodal
El domingo 7 de febrero se realizarán las elecciones generales en Ecuador. Más de 13 millones de personas están habilitadas para votar por la renovación del Poder Ejecutivo y el Legislativo. Por la presidencia competirán 15 candidatos y una candidata. El correísmo postula a Andrés Arauz, exministro de Rafael Correa. El oficialismo lleva a Ximena Peña como candidata presidencial por Alianza País. El empresario Guillermo Lasso, el expresidente Lucio Gutiérrez y el dirigente indígena Yaku Pérez son otros de los principales candidatos. De los 137 asambleístas a elegir, 15 son nacionales, 116 provinciales y 6 para organismos internacionales. Además se votará por 5 parlamentarios andinos.

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Natalia Sierra*

El debate presidencial fue una repetición de la práctica de violencia propia del mundo dominado por la masculinidad patriarcal. Un grupo de hombres que competían por mostrar quién es el más apto para dirigir el estado (léase el más macho, el más dominante, el que tiene derecho a llevarse el privilegio del poder político).

Ni las mejores teorías feministas, ni los discursos políticos feministas, ni mi propia experiencia como mujer me revelaron con tanta claridad la lógica de la dominación masculina, como la obra de danza Enter Achilles del grupo DV8. El arte tiene el don de mostrar desde la belleza las peores pulsiones humanas que definen todo sistema de dominación, y tocar más que nuestra consciencia nuestro cuerpo sintiente.

Recuerdo que, al acabar de contemplar esa bellísima obra, primero sentí mucha tristeza e inmediatamente indignación, al darme cuenta que en el juego de la competencia masculina, las mujeres somos el pretexto objetivado para que los hombres compitan por mostrarse, no a nosotras, sino entre ellos quién es el más fuerte, el más macho, el más violento, el que se llevará el privilegio de la dominación.

El recurso estético para mostrar esta complicidad de la dominación masculina cerrada en sí misma era la presencia, no de una mujer sino de unan muñeca inflable a la cual los machos golpeaban, maltrataban, insultaban y violaban para mostrarse machos frente a los otros machos.

La presencia de la muñeca inflable y no de una mujer real mostraba que, en el mundo de la dominación masculina, la mujer solo es un pretexto para que los hombres se muestren el amor y el odio que sienten, unos por otros, en su juego competitivo por el control de su mundo y sus privilegios. Comprendí que sus rituales masculinos de fuerza y violencia no son para mostrarse ante las mujeres, sino ante ellos mismos en una suerte de autoreferencialidad falocéntrica del mundo masculino.

No interactúan con la mujer, interactúan entre ellos con la mediación subyugada de lo femenino, simplemente, las mujeres no existimos en ese universo de dominación y competencia y sin embargo somos las víctimas de ese perverso juego de violencia machista.

El debate presidencial fue una repetición más de esta práctica de violencia propia del mundo dominado por la masculinidad patriarcal. Un grupo de hombres que competían por mostrar quién es el más apto para dirigir el estado (léase el más macho, el más dominante, el que tiene derecho a llevarse el privilegio del poder político). La sociedad a la que aludían de manera retórica es la muñeca inflable, un pretexto para realizar su ritual de poder y violencia política.

Sentí que, en ese ritual masculino de la política estatal, la sociedad realmente no importa, está allí para que los machos candidatos desplieguen su violencia y poder, para que ostenten su fuerza entre ellos mismos y así, más allá de sus peleas y confrontaciones, afirmen la dominación masculina del Estado frente a la sociedad.  Cuando acabó el debate presidencial, nítidamente un ritual masculino, como parte de la sociedad me sentí como la muñeca inflable golpeada, burlada, estafada, violada en nuestras necesidades, quereres, aspiraciones, esperanzas, angustias y dolores.

Hay que decir que la única mujer que estuvo allí, estaba obligada a ser un macho más, que obviamente no alcanzaba a desplegar la violencia de los hombres, sobre todo de los que hacen esfuerzo por ser más violentos, para mostrarse que son machos de verdad; o aquellos que por sus prácticas sociales ya han entrenado su violencia machista dirigiendo grandes empresas financieras, equipos de futbol, dirigiendo el mismo estado al que quieren volver, queriendo parecerse a su macho alfa, etc.

También hay que decir que había algunos otros que se quedaron al margen de esta violenta competencia, que no lograron ubicarse en el centro del poder masculino y por eso no son “verdaderos machos” o no son “importantes”, la próxima vez tendrán que mostrar más su masculinidad violenta para que tengan chance en esta competencia, con lo cual alimentarán la dominación masculina.

Así como la mujer tiene que decidir liberarse y dejar de ser el pretexto objetivado del ritual masculino con el que se sostiene la dominación machista que nos oprime como mujeres, y nos impide existir autónomamente en relación de equidad con los hombres y no en dependencia y subyugación; así la sociedad tiene que decidir liberarse y dejar de ser el pretexto objetivado del ritual político electoral, con el que se sostiene la dominación patriarcal del estado en contubernio con la dominación capitalista y colonial.

Cuando la sociedad, en su diversidad de pueblos y culturas, decida caminar hacia su autonomía política respecto al Estado patriarcal, hacia su autonomía económica respecto al mercado capitalista y hacia su autonomía cultural respecto a la colonización occidental, entonces habremos trazado las coordenadas de un mundo más justo y libre.

*Catedrática de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica de Quito 


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