América Latina: 2021… o el largo 2020 – Por Andrés Mora Ramírez

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Andrés Mora Ramírez *

La continuidad de las principales dinámicas de crisis generadas -y acentuadas- por la pandemia en el año que terminó, es una de las pocas certezas con las que podemos mirar el horizonte de los próximos doce meses, este largo 2020.

En un comentario publicado el pasado 29 de diciembre en el perfil de una de sus redes sociales, el exministro de educación de Costa Rica, Leonardo Garnier, escribió: “¿Se acaba el 2020? No, probablemente el 2020 dure más de lo que quisiéramos en acabarse. Con suerte, irá acabando como a mediados del 2021. Con suerte”.

Lejos de lo que pudiera interpretarse como un exceso de fatalismo, más aún ahora que la aprobación y distribución de vacunas contra la COVID19 en diferentes países del mundo ha traído un soplo de esperanza sobre el posible control de la pandemia, las palabras del exfuncionario son un llamado de atención para mirar con sensatez y realismo el futuro inmediato.

  Especialmente en una región como la nuestra, en la que el shock provocado por esta enfermedad profundizó las brechas y problemas estructurales, que históricamente influyeron en el desarrollo desigual y excluyente de nuestras sociedades.

En este sentido, las perspectivas económicas de la CEPAL no son nada halagüeñas y auguran tiempos muy difíciles para nuestra América: si en 2020 la economía se contrajo -7,3% en América del Sur, -6,5% en América Central y -7,9% en el Caribe, en el 2021 el crecimiento estimado por subregión será de apenas 3,7%, 3,8% y 4,2% respectivamente.

 Como se puede apreciar, el repunte proyectado resultará insuficiente para paliar la complejidad de las problemáticas desatadas en el último año.

Esto con el agravante, como lo reconoció la secretaria general de este organismo, Alicia Bárcena, de que se trata de una dinámica de crecimiento “sujeta a una alta incertidumbre relacionada con el riesgo de rebrotes de la pandemia, de la agilidad para producir y distribuir las vacunas y de la capacidad para mantener los estímulos fiscales y monetarios para apoyar la demanda agregada y a los sectores productivos”.

Otros organismos, como por ejemplo el Banco Mundial, sugieren que América Latina no recuperará los índices de crecimiento que se registraban antes del inicio de la pandemia hasta el año 2023.

Y cuando se escudriña en las implicaciones más específicas de esta crisis, encontramos un escenario social y humano escalofriante. De acuerdo con la OIT, en su informe Panorama Laboral 2020 de América Latina y el Caribe, “la crisis ha tenido un impacto sin precedentes en el mundo del trabajo en América Latina y el Caribe causando la pérdida de empleos, la quiebra de empresas de todos los tamaños y una abrupta caída en los ingresos de las personas. Además, puso en evidencia los déficits de trabajo decente en la región, reflejados en una alta tasa de informalidad laboral”.

En consecuencia, la región cerró el año con un aumento de la tasa de desempleo que alcanzó el 10,6%, lo que corresponde a 30,1 millones de personas que no cuentan con un trabajo formal, estable, que les permita llevar ingresos a sus hogares y contribuir a su realización plena como seres humanos. Las mujeres y los jóvenes han sido los sectores más afectados durante la pandemia, toda vez que su participación en el mercado de trabajo se redujo sensiblemente.

En 2021, a pesar del incipiente repunte económico que se espera, el desempleo podría subir hasta el 11,2%, lo que generará presiones adicionales sobre los mercados de trabajo, la precarización del empleo y, en general, sobre las demandas sociales, alimentarias, energéticas, sanitarias y educativas en su conjunto.

 Así las cosas, la continuidad de las principales dinámicas de crisis generadas -y acentuadas- por la pandemia en el año que terminó, es una de las pocas certezas con las que podemos mirar el horizonte de los próximos doce meses, este largo 2020.

Su gravitación en el desarrollo de los acontecimientos políticos y sociales -con más movilizaciones populares y conflictos por necesidades insatisfechas-, así como en la toma de decisiones por parte de los ciudadanos en las urnas -con elecciones presidenciales en Ecuador, Perú, Chile (con la integración de una asamblea constituyente de por medio), Honduras y Nicaragua-, condicionará las posibilidades de nuestros pueblos de avanzar por los caminos de la emancipación.

Y también en la búsqueda de alternativas o, por el contrario, nos sumirá por un tiempo indeterminado en el pozo de la desesperanza y la resignación, donde crecen los renacuajos del neoliberalismo criollo y del entreguismo cipayo.

El camino es largo, y en ese andar, será decisiva la capacidad de gestión de la crisis por parte de los gobiernos de izquierda y progresistas de la región, así como la claridad programática y la coherencia ética de aquellas fuerzas y liderazgos que aspiran a llegar al poder.

(*) Académico e investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos y del Centro de Investigación y Docencia en Educación, de la Universidad Nacional de Costa Rica.


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