Este es nuestro futuro: hackers o siervos (o cómo enfrentar la distopía digital) – Por Pepe Escobar

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Por Pepe Escobar *

La economía política de la era digital sigue siendo prácticamente una “terra incognita” para casi todo el mundo; el libro Techno-Feudalismo, del economista de la Sorbona Cédric Durand, brinda un servicio público porque desentraña esta nueva “Matrix” que controla todas nuestras vidas. Durand coloca la era digital en el contexto de la evolución histórica del capitalismo demostrando cómo el “Consenso de Washington” terminó haciendo metástasis en el “Consenso de Silicon Valley”

El libro define la nueva biblia del poder como “la ideología californiana”, muy lejos de los hippies y los Beach Boys. Esta ideología se parece más a la «destrucción creativa de Schumpeter con esteroides”, eso sí que complementada con «reformas estructurales» (estilo FMI), «flexibilización del trabajo” y la mercantilización/financiarización de la vida cotidiana.

La era digital estuvo asociada desde el principio con la ideología de la derecha empresarial. El proceso de incubación fue proporcionado por la Fundación Progress and Freedom (PFF), convenientemente financiada, entre otros, por Microsoft, At&T, Disney, Sony, Oracle, Google y Yahoo. En 1994, la PFF celebró una conferencia en Atlanta que elaboró su Carta Magna: el ciberespacio y la era del conocimiento eran fundamentales para el desarrollo del “sueño americano”.

No por casualidad años antes se fundó la revista Wired, que al igual que PFF, se convirtió en uno de los órganos promotores de la llamada “ideología californiana”. Entre los autores de la Carta Magna Digital estuvo al futurólogo Alvin Toffler y el ex consejero científico de Reagan, George Keyworth. Y antes que nos diéramos cuenta, estos intelectuales orgánicos ya habían conceptualizado el ciberespacio “como un entorno bioelectrónico universal”. En realidad, la Carta Magna Digital fue la hoja de ruta para explorar una «nueva frontera».

Los héroes de Ayn Rand

Tampoco por casualidad el gurú intelectual de esta nueva frontera fue Ayn Rand y su ideología brutalmente primitiva de «pioneros” y mafia. Rand es conocida porque pretendió justificar filosóficamente el egoísmo como bueno, el altruismo como malo y la empatía como irracional. Por tanto, cuando se trata de derechos de propiedad todo el poder debe ser ejercido por los “pioneros” de Silicon Valley (un grupo de narcisos, enamorados de su imagen) que en nombre de la innovación están llamados a destruir todas las reglas establecidas, con una revolución schumpeteriana de “destrucción creativa”. Esta idea de los “elegidos” nos ha llevado a nuestro actual mundo, donde Google, Facebook, Uber y compañía, traspasan olímpicamente cualquier marco legal, imponiendo sus innovaciones como un hecho consumado.

Cédric Durand va al meollo del asunto cuando se trata de la verdadera naturaleza de la “dominación digital”: el liderazgo estadounidense nunca se habría conseguido gracias a los héroes del planeta digital o a las benditas fuerzas espontáneas del mercado. Por lo contrario, la historia de Silicon Valley es la historia de una dependencia prácticamente absoluta de la intervención de estado, especialmente a través del complejo industrial-militar y el complejo aeroespacial estadounidense.

Como ejemplo hay que recordar que el Centro de Investigación Ames, uno de los mejores laboratorios de la NASA, se encuentra en Mountain View y la Universidad de Stanford ha sobrevivido debido a los jugosos contratos de investigación militar. Ya en la Segunda Guerra Mundial, Hewlett Packard creció por la fabricación de dispositivos electrónicos utilizados para fabricar radares y en la década de los 60s, el ejército estadounidense financió la producción de los semiconductores, que aún estaban en una etapa primaria de desarrollo.

Más recientemente un informe del MIT de 2016 elaborado «en asociación» con Oracle (The Rise of Data Capital) explica por qué las redes digitales abren el acceso a un campo virgen repleto de beneficios: «Aquellos que llegan primero y toman el control obtienen los recursos para monetizar en beneficio propio los datos de quienes usan las redes más conocidas”.

Entonces, a partir de esta visión de negocio, todo es posible. Desde las imágenes de la videovigilancia, la banca electrónica o las muestras de ADN todo absolutamente todo implica alguna forma de apropiación de nuestras vidas. Es la lógica extractivista en “todo su esplendor” aplicada al desarrollo del Big Data.

Durand nos da el ejemplo de Android para ilustrar esta lógica extractivista. Cuando Google ofreció gratuitamente el sistema operativo Android para los teléfonos inteligentes, obtuvo una posición estratégica en el mercado, que le permitió superar el ecosistema de Apple. Desde ese momento Google se convirtió en el punto de entrada de Internet para prácticamente todo el planeta. Así es como se ha construido de facto un imperio online, enormemente valioso y espantosamente monopólico.

Hoy el punto clave es que cualquiera que sea el negocio de origen (Google, Amazon, Uber) todas sus estrategias de conquista del ciberespacio apuntan al mismo objetivo: tomar el control de los “espacios de observación y captura de datos”.

Los chinos y su versión el Big Data

El economista francés ofrece un análisis finamente equilibrado del sistema de crédito chino -un sistema híbrido público / privado- puesto en práctica en 2013, bajo el lema “dar valor a la sinceridad y sancionar la falta de sinceridad”.

Para el Consejo de Estado, máxima autoridad gubernamental en China, lo que realmente importaba era fomentar comportamientos considerados responsables en el ámbito financiero, económico y sociopolítico, y sancionar lo que no lo es. Se trata de la “confianza”. Beijing lo define como «un método para perfeccionar el sistema de economía de mercado socialista, mejorando la gobernanza social».

El término chino “shehui xinyong” (confianza) es habitualmente mal traducido en Occidente. Significa mucho más que «crédito social», se trata «confiabilidad», en el sentido de integridad. De ninguna manera es un sistema orwelliano. Sus prioridades son la lucha contra el fraude, la corrupción, las violaciones a las reglas ambientales, y la falta de respeto a las normas de seguridad alimentaria.

La gestión cibernética de la vida social se está discutiendo seriamente en China desde la década de 1980. Incluso se podría decir que está inspirada en el principio maoísta de una política de masas: estudiar las ideas dispersas y no son sistemáticas de la mayoría, para a continuación condensarlas en ideas generales y sistemáticas. Luego volver a las masas para difundirlas y explicarlas, asegurándose que el pueblo la asimilen y plasmen en la acción”.

Durand va un paso más allá del de Soshana Zuboff

El núcleo de la tesis de “La era del capitalismo de vigilancia” de Soshana Zuboff tiene como objetivo demostrar cómo las plataformas digitales se han convertido en «feudos» que se benefician de un vasto «territorio digital» poblado de datos con servicios que hoy en día se consideran indispensables. Y al igual que en el feudalismo, estos grandes señores dominan el territorio, ganándose la vida con un poder social derivado de la explotación ilimitada de sus siervos (esta vez digitales).

Es la concentración total del poder. Peter Thiel (un ideólogo incondicional de Silicon Valley) ha reconocido en sus escritos que el objetivo del emprendedor digital es exactamente esto: evitar toda competencia: “el capitalismo y la competencia son antagónicos. La competencia es para perdedores «. Así que ahora nos enfrentamos no a un mero choque entre el capitalismo de Silicon Valley y el capital financiero, sino a un nuevo modo de producción: una supervivencia turbo-capitalista; un capitalismo rentista donde los gigantes de Silicon dominan sus haciendas y también dominan al Estado. Esa es la opción “tecno-feudal”.

Ahora, el libro de Durand revela que la crítica teórica y política de la era digital está aún en pañales. No existe una cartografía de todos los dudosos circuitos de extracción de ingresos. No hay un análisis de cómo se benefician del casino financiero, especialmente de los megafondos de inversión que facilitan la híper-concentración. O cómo se benefician de la explotación extrema de los trabajadores en la llamada irónicamente “economía cooperativa”.

La concentración total del mundo digital está llevando a un escenario ya soñado por Stuart Mill, un planeta donde toda la tierra de un país pertenece a un solo dueño. Hoy , nos dice Cédric Durand, la dependencia generalizada de los gigantes digitales se parece demasiado a ese mundo: «el futuro caníbal del liberalismo parece estar dominado por la era de los algoritmos».

¿Hay salida posible?

La tentación es radical: un crossover (cruce) entre Blake y Burroughs. Tenemos que ampliar nuestra comprensión y dejar de confundir el mapa (la carta magna digital) con el territorio (nuestra percepción).

William Blake, en sus visiones proto-psicodélicas, creía que en el futuro el mundo estaría dominado por una especie de deidad autoritaria que imponía la conformidad a través de una especie de código fuente de influencia masiva. Su idea aparentemente loca aparece hoy como una anticipación de la era digital.

Por su parte, William Burroughs conceptualizó el Control como un conjunto de manipulaciones a través de los medios de comunicación (las redes sociales lo horrorizarían): “Las figuras de la autoridad se ven por lo que son: máscaras muertas y vacías”. Para romper el Control, según Burroughs tenemos una alternativa: piratear e interrumpir sus programas principales.

Este es nuestro futuro: hackers o siervos.

* Analista de : Asia Times / Observatorio de la crisis.

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