Cuba | Homenajes en el centenario de Alicia Alonso, la prima ballerina latinoamericana
Alicia en su centenario
Por Miguel Cabrera
Nuestra Alicia Alonso, quien por casi nueve décadas de vida profesional como bailarina, coreógrafa y pedagoga contribuyó con su arte genial a poner el prestigio de su Patria en el más alto sitial en las cuatro esquinas del mundo, arriba este año al centenario de su natalicio.
Nacida el 21 de diciembre, en el reparto Redención, popular barriada de Marianao, en un modesto hogar formado por Antonio Martínez Arredondo, teniente veterinario del Ejército, y Ernestina del Hoyo y Lugo, refinada modista, nuestra ilustre compatriota encontró en la danza, desde muy temprana edad, la vocación que guiaría toda su vida. Su ruta estelar, iniciada en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, en 1931, se vio obligada a tomar nuevos derroteros al tener que marchar al extranjero por el escaso nivel, los prejuicios y el carácter elitista que enfrentaba el ballet en la Cuba de entonces.
Trazar su órbita artística profesional es tarea ciclópea, pues abarca desde las comedias musicales de Broadway, el Ballet Caravan, el Ballet Theater de Nueva York, el Ballet de Washington y el Ballet Ruso de Montecarlo, hasta sus colosales triunfos como estrella invitada de las más relevantes compañías, festivales y galas de ese género artístico en todo el mundo. Su excepcional rango de prima ballerina assoluta no obedeció a una caprichosa petulancia jerárquica, sino al dominio de un vasto repertorio de 134 títulos que abarcó las grandes obras de la tradición romántico-clásica y creaciones de coreógrafos contemporáneos.
Cuando, el 28 de noviembre de 1995, en el Teatro Massini de la ciudad italiana de Faenza, hizo un alto en su trayectoria como intérprete, ya había logrado establecer un récord difícil de igualar, no solo por el tiempo de vigencia sobre las puntas, sino por el nivel de excelencia con que lo hizo.
Pero, para nosotros sus compatriotas, la grandeza de la Alonso no radica solamente en habernos representado triunfalmente en 65 países, o haber recibido las más atronadoras ovaciones, imposibles de contabilizar, de Helsinki a Buenos Aires, de Nueva York a Tokio o Melbourne, sino por haber puesto todos los honores recibidos, entre ellos centenares de premios y distinciones de carácter nacional e internacional, al servicio de la cultura de su Patria, revirtiéndolos como fruto de un quehacer que ella vio siempre como modesta contribución no solo a su cultura, sino a la cultura danzaria mundial.
Hace más de medio siglo, al regresar a nuestro país cargada de honores extranjeros, no vaciló en declarar: “Toda mi esperanza y mi sueño consisten en no volver a salir al mundo en representación de otro país, sino llevando nuestra propia bandera y nuestro arte. Mi afán es que no quede nadie que no grite: ¡Bravo por Cuba!, cuando yo bailo. De no ser así, de no poder cumplir ese sueño, la tristeza sería la recompensa de mis esfuerzos”.
Esa patriótica postura la había llevado a fundar, junto a Fernando y Alberto Alonso, el 28 de octubre de 1948, el hoy Ballet Nacional de Cuba y, en 1950, la Academia de Ballet que llevó su nombre y tuvo la tarea histórica de formar la primera generación de bailarines con los principios técnicos, estéticos y éticos de la hoy mundialmente reconocida Escuela Cubana de Ballet. Con mano firme supo situar al BNC entre las compañías de mayor prestigio a nivel mundial, y valorizar un sistema de enseñanza que hoy abarca la totalidad de la Isla, así como talleres vocacionales que son la garantía del futuro del ballet cubano. A ello habría que añadir su papel decisivo en la colaboración internacionalista que, en el campo del ballet, Cuba ha logrado extender a casi medio centenar de países de América, Europa, Asia y África.
En una ocasión como la de este día, resulta imperioso deber afirmar que hubo otras Alicias, que están más allá de esas hazañas y de sus milagros escénicos como Giselle, Odette-Odile, Swanilda, Lisette, Kitri, Aurora, Carmen, Yocasta, La Diva, Carolina, Ate o Lizzie Borden, por solo citar los más familiares. Es la Alicia guía y mentora, la que con su don aglutinador logró convocar en La Habana, en 26 festivales internacionales de ballet, a las más célebres personalidades de la danza, en una fiesta de arte y amistad que cumple más de medio siglo; y está también la que vimos entregar lo mejor de su magisterio, lo mismo en escenarios de la más alta prosapia que en rústicas tarimas en plazas públicas, fábricas, escuelas y unidades militares, consciente de que al pueblo, cualquiera que este sea, siempre se asciende y nunca se desciende.
Los que tuvimos el privilegio de estar a su lado, conocimos también al extraordinario ser humano que había en ella, quien, por coraje y férrea disciplina, no se dejó derrotar nunca por quebrantos físicos, vicisitudes o incomprensiones.
Una vez, 50 años atrás, cuando comenzó para mí el privilegio de su cercanía, le pregunté por qué disfrutaba tanto festejar cada cumpleaños. Sin vacilar, me respondió: “Porque es la reafirmación de que estoy viva y de que me queda mucho por hacer”.
Ella fue, es, esa mujer única y múltiple, real y mítica, a la que muchos admiraron como leyenda intangible a la que rendimos tributo, en el triste momento en que coinciden el año del centenario de su nacimiento y el primero de su partida física. Fue ese ser humano que, con su gran sentido del humor, no prestaba atención al devenir de los calendarios como no fuera para poner en agenda las nuevas coreografías que planeaba crear, los pocos lugares que le quedaban por conocer o los muchos planes que pensaba realizar.
Recordamos a la Alicia nuestra, la que, aunque bañada de cosmopolitismo, añoró siempre oír el canto de nuestros gallos, la que gustó del olor a salitre de su Malecón habanero, donde deseaba comer mariquitas de plátano frito, la que valoró la mariposa y el coralillo como las flores más exquisitas, o se fascinaba con los adelantos científicos y los misterios del cosmos, la que afirmaba, sin dubitación alguna, que un día tendría entre sus manos un puñado de “debris” del polvo de estrellas que hace millones de años dio origen a la Luna, para hacerse un broche y lucirlo en su pecho el 21 de diciembre del 2170, cuando festejaría los 250 años que seguramente iba a vivir.
Hoy no quiero recordarla con tristeza, sino como sabia y visionariamente la definió Juan Marinello, “un ímpetu tenaz, frenético, heroico, disparado contra la enfermedad y contra el tiempo hacia la perfección incansable”.
Alicia Alonso: expresión del cuerpo y el alma
Por Roxana Rodríguez Tamayo
Tal vez pocos imaginaron que aquella muchachita de grandes y expresivos ojos pardos, entusiasta en los juegos activos e inquieta danzarina desde la más temprana infancia, llegaría a ser una excelsa artista universal, cuya impronta indeleble ha marcado a varias hornadas de creadores, y deviniera paradigma de talento, consagración y magisterio para las generaciones presentes y venideras.
Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez y del Hoyo, para Cuba y el mundo, Alicia Alonso (1920-2019), nació en La Habana un 21 de diciembre. Era apenas una niña cuando ingresó en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, institución cultural patrocinada por medios privados que contribuyó con especial relevancia –aunque de manera incipiente– al desarrollo del movimiento profesional de la danza teatral en la mayor de las Antillas, al fundar nuestro primer centro académico para la enseñanza del ballet.
Allí, en breve lapso, la jovencita despuntó entre sus compañeras de clase y luego de una notable interpretación en un montaje de La Bella Durmiente, impresionó favorablemente a los públicos y la crítica; a partir de aquel momento encarnó los roles protagónicos de las piezas danzarias concebidas en Pro-Arte.
“Desde el principio pude contar con la comprensión de mi madre, Ernestina del Hoyo, quien me respaldó en todo lo que me proponía en relación con el ballet. Papá se resistió primero, por aquello de que no alcanzaba a imaginarme ‘mostrando las piernas en el escenario’, pero finalmente el entusiasmo y el orgullo por los triunfos de su hija se fueron imponiendo”, confesaría en una entrevista concedida a la revista Opus Habana, a mediados de 2011.
Quien en el decurso se convirtió en la prima ballerina assoluta decidió perfeccionar su formación en los Estados Unidos, donde se nutrió de la savia de excepcionales profesores europeos afincados en Nueva York. Comenzó una etapa de aprendizaje y creación de extraordinaria riqueza.
Al Ballet Theatre de Nueva York (actual American Ballet Theatre) se integró a partir de 1940 y en su trayectoria creativa fueron decisivos los vínculos que entabló con los célebres coreógrafos Michel Fokine, George Balanchine, Leonide Massine, Bronislava Nijinska, Antony Tudor, Jerome Robbins, Agnes de Milles.
Nace una escuela
Para aproximarse a la figura de Alicia Alonso, a su grandeza y trascendencia como artista, se precisa una mirada plural e integradora a su obra, pues no es posible admirar, valorar a la bailarina como el portento inigualable que fue, sin antes reflexionar de manera sistémica sobre la validez y el virtuosismo de su quehacer como pedagoga y coreógrafa.
Cuando ella fundó en 1948 el Ballet Alicia Alonso –devenido Ballet Nacional de Cuba (BNC) al triunfo revolucionario de enero de 1959– junto a un grupo de sobresalientes creadores que incluía a los hermanos Alberto y Fernando Alonso, ya la artista perfilaba su intención de desarrollar el movimiento de ballet profesional en la Isla.
La idea de que los bailarines antillanos debían viajar a otras tierras para alcanzar elevados niveles técnicos e interpretativos resultaba inadmisible para la creadora; por ello, mientras trabajaba en los Estados Unidos y crecía como estrella mundial, alternaba con actuaciones en La Habana sin desatender a la compañía recién fundada, en tanto modelaba su estilo al entrar en contacto con los saberes de distintos sistemas de enseñanza.
Aprehendía, experimentaba, bebía de las influencias que le aportaban valiosos representantes de célebres escuelas de la época: rusa, danesa, inglesa, italiana; y seleccionó de aquellas los elementos que mejor se avenían a sus particularidades físicas y necesidades de expresión. De manera inconsciente, pero permeada de búsquedas y afirmaciones sobre preocupaciones estéticas, estilísticas, sentó las bases metodológicas de lo que a la postre se convirtió en la tan elogiada escuela cubana de ballet.
Así, en 1950, la tríada de los Alonso (Alicia, Fernando y Alberto) concibió un centro académico en la mayor de las Antillas, resuelto a articular las esencias del ser cubano, su temperamento e idiosincrasia, su identidad y cultura. Desde entonces la principal artífice del BNC ha dejado una impronta de sencillez, superación y aprendizaje constantes en varias generaciones de bailarines.
“No me podía imaginar que mi vida iba a cambiar drásticamente y que a su lado aprendería y me desarrollaría profesionalmente, asimilando sus sabias enseñanzas y admirando su extraordinaria energía y la fuerza de un carácter incorruptible”, confiesa el Premio Nacional de Danza 2019, Adolfo Roval –bailarín solista, maître y regisseur– vinculado desde 1952 a la compañía.
Maestra concienzuda y pertinaz, la mentora del BNC siempre se sintió en la responsabilidad de conocer a sus discípulos a fondo, apoyarlos y ofrecerles el máximo de conocimientos. Svetlana Ballester, una de las más prestigiosas maîtres del colectivo danzario en los últimos 20 años, confiesa que “tenerla todos los días en clase era un orgullo, una enseñanza y un gran ejemplo”. Recuerda que era muy joven cuando participó junto a José Carreño en el New York International Ballet Competition, en junio de 1987.
“Habíamos viajado solos, sin un maestro, y allá estaba Alicia como miembro de un jurado compuesto por reconocidísimas personalidades de la danza. Por ética, no podíamos tener contacto con ella. Al final, José obtuvo medalla de oro y yo de bronce. Sé que Alicia se sintió muy feliz y orgullosa de nosotros”. La artista comentó a BOHEMIA que al regresar de aquel viaje les programaron dos pas de deux en el Gran Teatro de La Habana, en una función donde bailaba la célebre bailarina.
“Además de su aliento antes de salir a escena, estuvo observándonos sentada justo al lado del jefe de escena y contrario a lo que pueda pensarse, no sentíamos presión, sino un gran apoyo de su parte”, añade la artista que colaborara con Alicia Alonso en diversos montajes del repertorio romántico, clásico y contemporáneo.
Al perder el sentido de la vista, la gran bailarina debió aprender a bailar y enseñar de otra forma, no obstante continuó siendo maestra eminente, comprometida hasta la médula con la docencia y el arte. “En ocasiones, parecía que solo escuchaba la música, pero realmente estaba bailando aunque estuviera sentada, se detenía en el gesto que no estuvo completo o en el movimiento que quedó por terminar con la expresividad que requería el personaje”, rememora el joven primer bailarín Rafael Quenedit Castro.
Y mientras lamenta no haber tenido más tiempo, por su corta edad, para escuchar sus consejos, relata: “Siempre nos insistía en que éramos artistas, no deportistas, que cada movimiento que hiciéramos tenía que tener un sentido, un significado… había que expresar no solo con el cuerpo, sino con el alma.
“Tuve el honor de acompañarla en varios actos donde le hicieron homenajes. Sentir su mano apoyada sobre la mía, estar a su lado, escuchar sus comentarios… me hicieron un hombre dichoso, no solo por ser parte de la escuela que ella construyó y dejó como legado para las futuras generaciones de cubanos, sino por tener la suerte de conocerla. Creo que esa experiencia nos hará sentir mejores artistas y mejores personas”,
Durante más de cuatro décadas, incluso en paralelo con el ejercicio de bailarín, Javier Sánchez trabajó de forma directa y sostenida junto a Alicia Alonso, como asistente de montaje en varias obras. De esa relación profesional y afectiva, el artista infiere: “Todos los días de su vida se preocupaba por formar maestros, bailarines, técnicos que supieran preservar con su trabajo, sobre la base de principios éticos y morales, el alto nivel artístico del BNC”.
La creación: esencia de la diva
En la misma medida en que recibió ovaciones como bailarina en los más acreditados escenarios del mundo, su labor coreográfica exhibió un desempeño prominente. Unas 50 piezas, de extraordinaria riqueza y diversidad temática y formal, componen su acervo en este ámbito.
Según se ha documentado, la artista cubana debutó como coreógrafa en 1942, cuando creó una comedia ballet titulada La condesita, con música original de Joaquín Nin, y presentada en el teatro Auditorium de La Habana. A partir de ese instante vinieron distintas obras de intenso y renovador aliento que se ganaron la aceptación de los públicos.
En 1950, para el Ballet Alicia Alonso concibió Ensayo sinfónico, inspirada en las composiciones del pianista y director de orquesta alemán Johannes Brahms, y que en su estreno se consideró una creación coreográfica audaz; tanto fue así que al año siguiente integró el repertorio del American Ballet Theatre, de Nueva York.
A lo largo de su existencia generó nuevas obras y adaptó otras con absoluto ingenio y talento. Entre las más reconocidas se hallan su versión coreográfica de Gisselle, por la cual en 1966, de conjunto con la interpretación personal de la pieza, conquistó el Grand Prix de la Ville de Paris. Dicha versión ha trascendido en el tiempo por encima de otras también valiosas y forma parte del repertorio de acreditadas agrupaciones foráneas.
Asegura la primera bailarina Viengsay Valdés, actual directora general del BNC, que “las puestas en escena de los clásicos, realizadas por Alicia, fueron creadas sobre la base de elementos coreográficos originales heredados de la tradición y, sobre todo, de la autoridad y absoluto dominio que ella poseía en ese tema. Estas versiones se distinguen por tres aspectos esenciales: la autenticidad del estilo, la coherencia de su dramaturgia y la riqueza del vocabulario coreográfico.
“El legado de Alicia nos aporta un espíritu de trabajo, una pasión por la danza. Es el ejemplo de la constancia, la dedicación, la autoexigencia, el amor a este arte y estas son cualidades esenciales para cualquier bailarín del mundo”.
A la relación coreógrafo-intérprete prestó especial atención la diva de la danza mundial, quien siempre tomó como su regla de oro intercambiar con el bailarín sobre la historia del personaje, los distintos giros y sentidos de cada frase coreográfica.
Refiere el también destacado maître de primer nivel Javier Sánchez que “acostumbraba a preparar la coreografía con gran concentración, analizando no solo la medida de la música, sino el estilo que debía tener el ballet; y cuando se comenzaba a trabajar en el salón, la obra ya casi estaba concebida en un alto porcentaje”.
De acuerdo con este docente sobresaliente, la artista era indetenible a la hora de crear; volcaba en el proceso toda su experiencia y nunca se detenía en la búsqueda de composiciones musicales, temas, y argumentos novedosos. “Siempre tenía en cuenta los detalles que conformaban la puesta en escena de un ballet, sin supeditar ninguno a otro. Desde el comienzo, ofrecía a quienes trabajábamos con ella una visión total de lo que pretendía hacer”.
La originalidad, sagacidad, creatividad e imaginación, de la eterna mentora del BNC y su escuela, todavía sorprenden. La acreditada bailarina y maître Ana María Leyte Cáceres evoca que cuando preparaban en su hogar la primera escena del ballet Cascanueces, “llegó a la casa la doctora Isolina Aragón y no entendía al vernos moviendo sobre la mesa pomitos de especias. Le explicamos que trabajábamos la mise-en-scène y los pomitos eran grupos de bailarines que Alicia movía para que yo transcribiera exactamente cómo debía ser su desplazamiento en el escenario”. La visitante quedó impresionada de cómo Alicia resolvió, por medio de la inventiva y elementos inmensamente sencillos, una situación técnica puntual.
No existe instante en que la primera bailarina Sadaise Arencibia no deje de sentirse halagada y orgullosa cuando al referirse a su rol en Carmen le comentan ‘me recordaste a Alicia’. Igualmente, reconoce que varios de sus méritos profesionales se los debe a la prima ballerina assoluta, referente cardinal en la creación de ese personaje. Relata que mientras preparaba el personaje de Gisselle quiso rescatar cargadas de la versión coreográfica de Alicia Alonso que ya no se ejecutaban durante el adagio del segundo acto, las cuales poseen una belleza indiscutible y están impregnadas del sentido etéreo propio de un ballet como ese.
“En aquel entonces mi pareja de baile era Miguel Ángel Blanco, extraordinario partenaire, y yo sentía que él era ideal para llevar a cabo este anhelo. Me le acerqué a Alicia con esa inquietud y rápidamente accedió, o más bien me exigió que lo hiciera exactamente del modo en que ella acostumbraba a ejecutar esa parte. A partir de ahí se volvieron a retomar esas cargadas.
“Alicia ubicó a Cuba en el panorama danzario internacional desde que debutó en Giselle en los Estados Unidos. Justo en ese país, donde se iniciaron su fama y su leyenda indiscutibles, recibió también sus últimas ovaciones e hizo sus últimas apariciones en público en 2018. Quiso el destino que me cupiera el altísimo honor de estar a su lado, acompañándola en ese instante único e irrepetible, saludando tras culminar una función de Giselle protagonizada por mí, el ballet que la llevó a la gloria desde el primer momento”.
Cada persona que tuvo el privilegio de estar cerca de la prima ballerina assoluta tiene su propia anécdota, tan singular y genuina como su obra y el ser humano que fue, cuya excepcionalidad va más allá de su técnica pulida, correcta, perfecta; de su histrionismo en los roles que encarnó con especial virtud y donaire; de su magisterio y talento creador a toda prueba.
El doctor Miguel Cabrera, durante cinco décadas historiador del BNC, sintetizó la preponderancia de su figura al expresar que “se convirtió para siempre en una gloria de la cultura cubana y una contribuyente a la cultura danzaria mundial”.
Alicia en el espejo de sus personajes
Por Marilyn Garbey
Es muy pequeño el mundo de aquí abajo:
Se muda para el aire que le falta
Carilda Oliver Labra
En pleno siglo XXI el ballet sobrevive a todos los embates imaginados. El público lo aplaude, surgen nuevas figuras cuyo virtuosismo desata pasiones, los concursos devienen sucesos, y la crítica sigue muy de cerca la manifestación. En ese contexto la leyenda de Alicia Alonso se acrecienta.
La historia del ballet registra nombres de mujeres que marcaron la época en que vivieron. Con harta frecuencia en tan selecta lista solo se incluyen a europeas y norteamericanas, pero no es posible excluir a la bailarina cubana. Miguel Cabrera, historiador del Ballet Nacional de Cuba y espectador de primera fila de la obra de Alicia, ha dicho: “En estos albores del siglo XXI, la Alonso ha pasado a una rara y singular categoría, aquella solo alcanzable por elegidos que, como ella, supieron ver en el trabajo la senda válida del genio. Mujer única y múltiple, real y mítica”.
Al amparo de su centenario, su paso por los escenarios y los caminos que abrió a la danza en esta zona del mundo cobran nuevos sentidos. En reunión extraordinaria de ministros de Asuntos Exteriores de la Conferencia Iberoamericana fue declarado el 21 de diciembre, fecha del natalicio de la Alonso, como el Día Iberoamericano de la Danza.
Alicia es Giselle
Alicia es inspiración
Dani Hernández, primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba
Desde el romanticismo, en la escena del ballet las bailarinas parecen seres irreales. Son mujeres jóvenes de cuerpo estilizado y torso estático, que se desplazan sin aparente esfuerzo al interpretar personajes de mujeres sacrificadas que sufren por amor. Ejecutan con precisión milimétrica movimientos no naturales, y calzan sus pies con zapatillas de puntas reforzadas que constituyen su único contacto con la tierra.
Giselle, coreografía de Jules Perrot y Jean Coralli, es una de las obras cumbres del romanticismo. Desde su estreno en 1841, y hasta hoy, es un reto para las bailarinas, ya que exige perfección técnica y madurez interpretativa. Ese es uno de los personajes que Alicia encarnó magistralmente. Se trata de una campesina enamorada del príncipe Albrecht; un amor imposible por razones clasistas, que concluye con la locura de la joven, transformada en Willis después de la muerte y confinada a un mundo de fantasmas.
El novelista Alejo Carpentier fue testigo de la función de Giselle por el Ballet Nacional de Cuba, que tuvo lugar en la Ópera de París en 1972: Antes de que se alzara el telón, millares de ojos muy habituados a ver cosas portentosas estaban presentes para ver y juzgar, dispuestos, de antemano, a no dejarse asombrar por nada. Continúa el autor de El siglo de las luces: “Apareció Alicia en Giselle. Hubo una expectación intensa y poco a poco, imponiendo su gracia calculada, su armonía humana, su ciencia que nunca parece ciencia, su poder de trascender el gesto para llevarlo al plano de la emoción pura, Alicia se apoderó del público”.
Aseguraba Carpentier que en el segundo acto llegó el triunfo definitivo: “Al final, fueron tantas y tantas llamadas a escena, que no tuve ánimo de contarlas, sin que el público de la Ópera de París, dejando por un día de ser el público escéptico y frío de siempre, abandonara sus localidades para poder aplaudir a la estrella hasta su último gesto de agradecimiento”.
Alicia es Carmen
Alicia es compromiso
Grettel Morejón, primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba
Para mostrar al mundo que era capaz de desdoblarse en escena y asumir con maestría un lenguaje danzario diferente al más clásico, Alicia fue Carmen en la extraordinaria coreografía de Alberto Alonso. Ella la estrenó en Cuba en agosto de 1967, en el coliseo habanero que hoy lleva su nombre. Carmen es la mujer apasionada, amante de la libertad, que se rebela ante las imposiciones sociales.
El investigador Pedro Simón reseñó la actuación de Alicia en el singular personaje, subrayando cómo la bailarina se sublimaba en cada función: Su Carmen es compleja y no se nos da nunca en su totalidad, porque cada noche crece en una nueva dimensión, ensaya una magia distinta. Y añade de inmediato: Si pretendiéramos una constante, nos detendríamos quizás en el hecho de que encontramos siempre la misma intensidad interior, igual conjugación de reciedumbre y feminidad, agresiva y delicada a la vez”.
Concluye el director del Museo de la Danza: Su ejecución no elude dificultades técnicas, el virtuosismo no está ausente, pero en él no es donde se debe buscar la razón concluyente, verdadera, esencial. En Carmen, la Alonso pone en máxima tensión las enormes posibilidades teatrales de sus rasgos, la constante expresividad de su cuerpo. Un rostro que posee el atributo de una incesante transmisibilidad y una proyección emocional continua. Este perenne proyectar es extensivo a los diseños de su cuerpo en cada momento de la ejecución”.
Alicia y Tula
Alicia es perseverancia
Annette Delgado, primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba
En 1998, ya retirada de la escena como bailarina, Alicia Alonso creó el ballet Tula, inspirado en la vida y obra de la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda, una mujer que transgredió los cánones de su época. No fue por azar que Alicia se inspiró en la Avellaneda. Son muchos los hilos de semejanza entre la escritora y la bailarina: mujeres de recia estirpe, artistas consagradas a su profesión; ambas tuvieron que sortear obstáculos para crear.
En su tesis de diploma, la estudiosa Gabriela Pando expone: “Al realizar tal elección, Alicia asume una posición en defensa de la mujer, porque hasta hoy se sigue pensando en la mujer solo como encargada del matrimonio y la maternidad. Alicia, como las pioneras de la danza, se rebeló contra esos parámetros, salió del espacio doméstico y asumió el arte como herramienta de expresión. Con el ballet Tula, Alicia recreó la realidad de la Avellaneda y de millones de mujeres de este siglo”.
Alicia es danza
Alicia rompió todos los esquemas del ballet, tanto es así que forjó su leyenda en Cuba, una pequeña isla del Caribe donde no había tradición danzaría, tras renunciar a su estancia en el American Theater Ballet de Estados Unidos. Ella es el rostro visible de la Escuela Cubana de Ballet, la única que ha florecido en América Latina y que ha legado al mundo bailarines de altísimo nivel. Fundó, junto a Fernando y Alberto Alonso, el Ballet Nacional de Cuba, agrupación con más de sesenta años de trabajo, con el cual se presentó en los más exigentes escenarios y con el que conquistó el reconocimiento del pueblo cubano.
Quienes la conocieron aseguran que la danza era la razón de ser de Alicia, y su hoja de vida lo confirma. Es sabido que prefirió perder la visión a dejar de bailar, y también se sabe de sus esfuerzos para seguir en escena tras la dolorosa pérdida. Entrenamientos rigurosos para mantener el peso exigido por la danza clásica, acondicionamiento del escenario para que pudiera desplazarse sin peligro de lesiones, ejercicio férreo de voluntad para seguir bailando, fueron partes de su cotidianidad.
Ella fue aplaudida y reconocida en vida. Reyes, campesinos, músicos, pintores, estudiantes, poetas, militares, jefes de Estado, niños, teatristas, mujeres, hombres, periodistas, amas de casa, obreros, académicos: el mundo enteró se rindió ante su grandeza. Alguien contó que el día de su muerte los choferes de guaguas de La Habana, que habitualmente ponen música a todo volumen, apagaron el radio en señal de luto.
Tal vez Sadaise Arencibia, primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba, quien tuvo el privilegio de compartir tiempo de vida con nuestra prima ballerina assoluta, pueda explicar la aureola que la acompañará por siempre: «Las palabras no alcanzan para calificar a Alicia. Son las pasiones y las emociones que desbordó su genialidad las que la definen como un ser excepcional».