Chile ante una eventual nueva fase globalizadora: De las llamas a las brasas – Por Paul Walder

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Por Paul Walder *, especial para NODAL

La última actividad del gobierno de Michelle Bachelet el 2018, a horas de entregarle el mando del país a Sebastián Piñera, fue la firma del TPP-11, el súper tratado comercial transpacífico que entonces ya contaba con la ausencia de Estados Unidos debido a las políticas de Trump para atraer las inversiones estadounidenses al interior de las fronteras. Desde entonces, en este rincón en el sur del mundo, la otrora fiebre por suscripción de acuerdos de libre comercio ha gozado de una tregua.

Y desde entonces el TPP, que requiere la ratificación del Congreso para su puesta en marcha, ha permanecido en estado de latencia hasta nuevo aviso. Las extremadamente frágiles condiciones políticas del gobierno de Piñera lo llevaron a quitarle la urgencia el 2019 para su votación por parte del senado.

Todos los gobiernos chilenos de la postdictadura, sin excepción, han abrazado el modelo de mercado y el comercio exterior como motor para el crecimiento económico. En estas tres décadas, junto con consolidar el orden de mercado estos gobiernos han firmado casi 30 tratados comerciales y de inversiones con diferentes países, bloques y regiones de diversa profundidad. Una deriva que ha llevado a un consenso entre socialdemócratas, liberales y conservadores en torno a una política económica inscrita como sello del estado chileno.

El breve gobierno de Donald Trump ha sido para Chile una interrupción en el intenso y compulsivo proceso de apertura de mercados, periodo que probablemente podría reanudarse a partir del 20 de enero cuando el demócrata Joe Biden se instale en la Casa Blanca. Aun cuando no hay información oficial y pública sobre qué hará Biden en política económica y comercio exterior, declaraciones del más alto nivel emitidas desde Chile auguran una vuelta, o el deseo de un regreso a los más activos años de la globalización. En noviembre, cuando ya todo apuntaba al triunfo más o menos seguro de Biden, el canciller chileno, Andrés Allamand, en una entrevista de prensa afirmó que el gobierno tiene interés de volver a impulsar el TPP-11, acuerdo que está en vigencia desde el 2018 solo con la suscripción de  Japón, México, Singapur, Nueva Zelanda, Canadá, Australia y Vietnam, un mercado de más de 500 millones de habitantes.

Todo esto no es más que especulación. Porque la incertidumbre se ha instalado en los procesos económicos y políticos. No solo se trata de los efectos globales de la pandemia, que en nuestra región latinoamericana significa, entre otras consecuencias, un aumento trágico en los niveles de pobreza, sino de altos grados de entropía en las relaciones políticas y sobre el curso que seguirá el orden mundial y regional. Un recambio en Estados Unidos no resuelve la confusa escena mundial.

La revuelta chilena, reacción al orden de mercado

La revuelta popular chilena no ha sido solo una reacción al gobierno de Sebastián Piñera sino al orden neoliberal y a sus tensiones acumuladas por décadas. La rebelión no fue por un alza en las tarifas del metro de Santiago en 30 pesos para los estudiantes, sino la expresión del repudio a un régimen económico concentrador, desigual y discontinuo.

Es por ello que sería una contradicción palmaria si el actual gobierno o uno futuro pretenda liberar y ampliar la agenda de apertura financiera y comercial. Chile no resiste más libre mercado desregulado ni más estímulos globalizadores.

En este límite se desarrolla hoy la política chilena. Y por primera vez en estas tres décadas es el orden neoliberal consensuado por toda la clase política el que está en tela de juicio. Aquí está el núcleo de la crisis, el detonante de la revuelta popular que cambió de la noche a la mañana el 18 de octubre del 2019 la política de la postdictadura.

Es el lugar del choque, la arena política. En el plebiscito del 25 de octubre pasado, y pese a la abrumadora mayoría que votó por una nueva constitución mediante una convención constituyente, la clase política intenta impedir que una nueva constitución pueda remover los tratados de libre comercio. Una fuerte señal en cuanto estos numerosos TLC son parte estructural del orden neoliberal y este, a su vez, es representación del estado (también neoliberal) chileno. Tratados de inversiones en las áreas más dinámicas, y por cierto rentables, de la economía chilena que no pueden ser alterados sin las penas del infierno, en este caso en la imagen terrenal de tribunales internacionales. De la minería a las autopistas, desde la agroindustria a las forestales, desde la banca a las pensiones. Este es, ni más ni menos, el punto del estallido social. Alta rentabilidad a costa del trabajo asalariado mal pagado y la explotación indiscriminada de los recursos naturales. Aquí se estrella Chile.

Desigualdad, concentración de los ingresos y la riqueza por un lado y bajos salarios por otro. Una escena de por sí llena de contradicciones expresadas por la revuelta, las que la pandemia no ha hecho otra cosa que empeorar. El aumento desatado del desempleo ha llevado a millares de familias a caer nuevamente en la pobreza y a no menos a quedar en situación de alta vulnerabilidad. Estudios preliminares apuntan a la actual condición de las clases medias, llenas de deudas y con problemas de pago de servicios.

Globalización y neoliberalismo

Tras décadas de tratados de libre comercio, la economía chilena se ha adaptado a sus mercados externos. Una estructura productiva armada por las grandes inversiones e industrias a la medida de sus intereses. De esta manera, la economía chilena es más primaria que hace décadas, afirmación que está refrendada por estas cifras. Del total de exportaciones realizadas este año, un 55 por ciento corresponde a minería, un 14 a la industria frutícola, 9,2 a pesca, 7,1 son exportaciones forestales y un 2,7 por ciento a vino embotellado. En suma, un 88 por ciento de las exportaciones chilenas corresponden a productos de muy escaso valor agregado. Los bajos salarios y la concentración de la riqueza están estrechamente relacionados con este régimen económico.

Una primera observación a la escena mundial es que el cambio de presidentes en Estados Unidos nos regresaría al mundo conocido de la globalización pese a todas sus grandes distorsiones y falencias, expresadas estas en revueltas sociales en numerosos países. Es posible que hallemos matices, pero los poderes en el Partido Demócrata que apoyan a Biden son muy conocidos. El economista Walden Bello escribió hace unos días en la revista Counterpunch: “Tras la ofensiva de Trump sobre el libre comercio, el equipo de Biden presionará para reponer la globalización, pero lo hará con cautela: terminando la guerra comercial con China pero absteniéndose de impulsar nuevos acuerdos comerciales”.

Y agrega: “En resumen, una política económica centrista suavizará los bordes duros del neoliberalismo en gran parte a través de la manipulación monetaria keynesiana, pero no cambiará la orientación política neoliberal predominante llevada a cabo por el establishment del Partido Demócrata. Mantener la rentabilidad del capitalismo estadounidense será una preocupación central del pragmatismo económico de Biden, debido en parte a la influencia de Big Tech y Wall Street en el establishment del Partido Demócrata”.

* Periodista y escritor chileno, director del portal politika.cl, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)


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