Argentina | Democracia, aborto y brujas – Por Mónica Macha, especial para NODAL

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Por Mónica Macha, Presidenta de la Comision de Mujeres y Diversidad de la Cámara de Diputados

Cada fin de año genera una sensación de inminencia social, política y también personal. La inminencia de que algo está por pasar, algo está por cambiar. A veces es una ilusión óptica producto del año laboral, los desgastes y los procesos que se cumplen. Sin embargo, muchas otras veces trae una verdad. Lo vivimos en 1983. La apertura democrática trajo la transformación de nuestra vida social para inaugurar un tiempo de justicia y libertad. El punto donde empezamos a construir nuestro propio camino popular.

Ahora, hacia el final de este año que se termina, pero sin concluirse -la paradoja del tiempo hace que este 2020 sea “el año largo”- nos trae otra inminente verdad y victoria: el aborto legal. Estamos a días de conseguir la ley más importante, por su peso en el plano real pero también por su significancia simbólica, desde el regreso de la democracia.

A mediados de 1983 yo tenía 11 años. Un día mi viejo llegó contento y dijo: “Somos legales”. Sentí una paz que no conocía y pensé “ya pasó el peligro”. Hablando con él me contó que se abría el proceso de elecciones y se legalizaban las prácticas de los partidos políticos. Es decir, esa tarea militante que mi familia hacía en la clandestinidad de la dictadura cívico-militar ahora iba a ser legal y parte del juego democrático. Hoy, respecto a la interrupción voluntaria del embarazo, estamos en ese momento previo a la democracia. Esa previa es la que estamos viviendo hasta el 29 de diciembre para salir de la clandestinidad, para tener una garantía de derecho, para tener cuidado y acompañamiento, para que el aborto sea política de Estado. Para ser legales.

Hay un linaje que esta ley recupera y pone en valor: la historia subterránea de las mujeres y personas con capacidad de gestar. Una historia ancestral que sufrió la violencia del patriarcado una y otra vez. La violencia explícita, la crueldad física, la persecución social, las agresiones simbólicas fueron las tormentas y castigos cotidianos a través de los siglos. La violencia empezó a traducirse en formas de nombrar: bruja, yegua, puta, enferma, trola, forra, loca, sucia, gorda, chiruza, tonta, hueca, villera, asesina.

Hay una de esas etiquetas sociales que en especial nos interpela en relación al aborto legal: Bruja. ¿De dónde viene? ¿Por qué? Siguiendo a Lisa Lister, descubrimos que las mujeres que eran sanadoras (y en particular las parteras) fueron estigmatizadas como brujas y entonces asesinadas. Mujeres que tenían un conocimiento práctico sobre los ciclos de vida y salud. Estamos casi a comienzos del tiempo de la razón y la ciencia, modos que para coronarse necesitaron impugnar y destruir los otros saberes. Los varones querían una autoridad absoluta que no pudiera ser controlada por las mujeres. Para esas personas, las mujeres eran una gran amenaza. El siguiente paso fue empezar a llevar a la ilegalidad las prácticas que hacían, por ejemplo el control de la natalidad y la interrupción de los embarazos que, por supuesto, también está atravesada por temas morales y un tutelaje sobre las mujeres.

Como el tiempo obra de formas misteriosas, hoy estamos más cerca que nunca de conseguir una ley que de forma implícita reivindica a todas esas mujeres que dejaron su vida en el camino. Porque la salud no empieza con el mundo moderno, porque venimos de lejos (y vamos a llegar lejos) es que el aborto legal representa más de una lucha, más de una deuda, más de una historia a la vez. El lado oculto de la historia, ese lado a veces muy poco honesto y que evade sus propias prácticas, condenó a la clandestinidad a las mujeres. Las obligó a la clandestinidad. Confinó a las mujeres y personas con capacidad de gestar de los sectores populares, a las pobres del mundo, a las prácticas inseguras, porque si algo hemos aprendido es que el deseo y la libertad no se pueden frenar. Y esa es nuestra virtud más maravillosa.

Mujeres y personas gestantes, pobres y humildes, negras y mestizas. Ese es nuestro pasado. Esa es la constelación identitaria por la que nos han atacado todo el tiempo: el género que discute lo naturalizado, la clase que lucha por la igualdad, la raza que quiere ser libre para habitar. Si no reconocemos ese pasado, el peso profundo y hermoso de ese pasado (de esas caras y cuerpos que aún nos guían y nos miran desde la distancia del tiempo), no terminamos de dimensionar lo que estamos haciendo. ¿Estamos haciendo historia? Sí, pero también estamos fundando una nueva forma de vida.

La historia sublevada de nuestros pueblos, la historia de quienes han sido vilipendiados, nos demuestra que somos capaces de dar vuelta las cosas. Que hacemos del estigma una identidad, que hacemos de la violencia recibida nuestro orgullo. Por eso esta ley es para todas ellas. Somos brujas de nuestro propio destino, personal y político, libre y social, somos lo que no pueden detener.


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