Una victoria del pueblo – EL País, Uruguay
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Resulta curioso que cada vez que en una elección, sea en el confín del mundo que sea, se impone la opción que respalda la izquierda, se produce una proliferación de manifestaciones de dirigentes de esa orientación celebrando “la victoria del pueblo”, “el triunfo popular” o un “verdadera manifestación de la gente”.
Vale decir, si gana quien ellos quieren es un resultado democrático, de lo contrario es autoritario y antipopular.
Este tipo de afirmaciones, que muchas veces se dejan pasar por alto en el fragor del debate público, encierran un pensamiento profundamente autoritario, que debe enfrentarse abiertamente como lo que es. En estos últimos días lo hemos visto con el triunfo del MAS en Bolivia y la victoria del Sí a la convención constituyente en Chile. Se afirma que son triunfos del pueblo, porque si se hubiera impuesto la alternativa ya estaríamos ante un atropello totalitario.
En nuestro país lo vemos insólitamente, cuando se califica a la Ley de Urgente Consideración o directamente al gobierno como autoritario, cuando es evidente para cualquier ser pensante que el actual gobierno puede ser acreedor de críticas, pero claramente es un gobierno popular, legítimo y democrático. Esto desnuda dos aspectos en los que vale la pena detenerse; el tipo de debate que se desarrolla en nuestra sociedad y las implicancias ideológicas y políticas del asunto. Cuando el debate por parte de la izquierda se plantea en términos de que solo de su lado se encuentra la verdad revelada, la única opción ética y la que representa al pueblo, ya queda de lado todo posible intercambio de ideas civilizado. Amén de que la evidencia histórica es concluyente respecto del aserto en que parecen creer la mayoría de los dirigentes del Frente Amplio, en términos del debate político estrictamente, la sociedad resulta tremendamente empobrecida.
Observe el amable lector las expresiones cotidianas de los dirigentes de la izquierda y comprobará como siempre hablan desde un pedestal moral que solo ellos mismos se asignan y desde allí tratan con desdén a quienes no están en sus filas y, peor aún, a quien no los vota. Cuando la mayoría de los uruguayos, como en la última elección, les da la espalda, quedan perplejos e incrédulos de que la gente no haya comprendido su mensaje.
Desde la Coalición Republicana, mientras tanto, se plantea un debate más abierto, propio del carácter liberal de muchos de sus integrantes, partiendo del propio Presidente de la República. Se entiende que toda propuesta es perfectible, de encontrarse errores se pueden corregir, y es posible buscar puntos de acuerdo con todo el espectro político y social. La instalación de la comisión para la reforma del sistema de seguridad social con integrantes del Frente Amplio y el Pit-Cnt que ocurrirá la próxima semana, es un buen ejemplo.
Mientras el gobierno celebra los resultados democráticos y felicita a los ganadores más allá de su simpatía y no solo de los gobiernos de turno con los que tenga que relacionarse, desde el otro lado solo se reconoce como “una victoria del pueblo” lo que a ellos les cae en gracia.
Esto genera un desbalance en el debate, ya que mientras desde el oficialismo se procura el diálogo y la participación de todos los partidos políticos, desde el Frente Amplio solo se responde con altivez y agresividad, sin considerar siquiera la posibilidad de que pueda existir del otro lado parte de razón, incluso en el manejo de la pandemia, que ha sido a todas luces exitoso en la comparación internacional.
El otro punto en que vale la pena detenerse es el trasfondo ideológico de estas diferencias. Quienes hoy son la amplia mayoría del Frente Amplio no son demócratas, y solo festejan la democracia cuando les sirve el resultado, sobran ejemplos recientes en América Latina, así como su amistad con dictaduras criminales como las de Cuba y Venezuela.
Mientras que el gobierno celebra los resultados democráticos y felicita a los ganadores más allá de su simpatía y defiende el interés nacional y no solo de los gobiernos de turno con los que tenga que relacionarse, desde el otro lado solo se reconoce como “una victoria del pueblo” lo que a ellos les cae en gracia. La diferencia entre un pensamiento liberal y abierto, en contraposición a uno de tinte notoriamente totalitario, no puede pasar desapercibido ni para la corte de periodistas y politólogos alineados con la oposición. Por más que le duela a la izquierda uruguaya, el resultado de nuestra última elección fue una victoria del pueblo, que no se disimula con recursos públicos desde la Intendencia de Montevideo al servicio de la propaganda opositora. Todo triunfo democrático lo es del pueblo y así deberíamos reconocerlo todos. Cuando ampliamente festejemos realmente a la democracia y a la libertad en sí misma, habremos dado un paso cualitativo en nuestro relacionamiento que aún está en el debe.