Trump y el consenso sobre América Latina – Por Silvina M. Romano, especial para NODAL
Por Silvina M. Romano *
Pasados cuatro años de la gestión Trump, vale la pena detenerse a evaluar la distancia entre los dichos y los hechos de su gestión, distinguir entre una estética política polémica y disruptiva y las decisiones tomadas. Sabemos que se caracterizó por una retórica antiglobalización, aparentemente anti-neoliberal; una diplomacia de la incertidumbre, la confrontación, la amenaza y el distanciamiento de aliados históricos de EE.UU. Todo enmarcado en una estética política polémica, de gobierno por twitter y resurrección del discurso de Guerra Fría.
En el caso de América Latina, fue particular la combinación entre el anticomunismo y la Doctrina Monroe, recuperando una retórica de los buenos y los malos, que además del terrorismo y el narcotráfico, incluye nuevamente a los comunistas (entiéndase: cualquier gobierno o sector político que apueste por lineamientos que no se ajusten a los objetivos de algunas agencias del gobierno EE.UU. y a los intereses de su sector privado).
Más allá de las declaraciones despectivas e incluso de desprecio, el gobierno de Trump se mostró preocupado por reposicionarse en la región. En estos años, hubo más de 180 visitas o reuniones de funcionarios estadounidenses con agentes políticos y económicos de diversos países y se firmaron al menos 160 acuerdos políticos y comerciales[1]. EEUU intentó afianzar las relaciones económicas, políticas y de seguridad con gobiernos aliados como los de Colombia, Brasil, Ecuador y en su momento, Argentina (durante la gestión de Macri). Pero también se mostró interesado y predispuesto a negociar con gobiernos no afines, como el de México. Durante los procesos electorales, Trump utilizó declaraciones ofensivas, racistas y contra la inmigración. Sin embargo, como presidente, demostró que entiende que México es clave para EE.UU. y dedicó mucha energía a la renegociación del TLCAN (devenido en TMEC).
La búsqueda del “cambio de régimen” en Venezuela también fue clave en su gobierno. Por momentos ha sido el epicentro de su política exterior e incluso interna (instrumentalizando la postura anti Cuba-Nicaragua-Venezuela para obtener votos en el electorado latino). Multiplicó exponencialmente las sanciones económicas hasta asfixiar la economía venezolana, acompañadas con presiones que buscaban el aislamiento diplomático y con amenazas o insinuaciones de intervención militar. En este sentido, puede hablarse de un imperialismo recargado en el contexto de una marcada pérdida de hegemonía de EE.UU. a nivel internacional. Esto, frente al claro avance de China en la región, especialmente en el campo de las inversiones en infraestructuras y en el acceso a recursos estratégicos.
Pero sería un error entender al gobierno de Trump como único responsable de este conjunto de acciones. En primer lugar, estas fueron posibles gracias al andamiaje institucional que fue construyendo EE.UU. en la región a lo largo de las décadas, a través de la asistencia para el desarrollo, fundaciones, cámaras empresariales, intercambios académicos y culturales. Todo enmarcado en un acuerdo, a veces explícito, otras no tanto, sobre cómo debe manejarse la economía, la política y la sociedad de modo eficiente y correcto (la vía neoliberal). Una manufacturación de consenso elaborada por voces expertas estadounidenses en combinación con las publicaciones de medios de comunicación concentrados, que vana favor o en contra de determinados gobiernos, sectores políticos, etc., y se proyectan y reproducen a nivel regional y local.
El consenso político más pernicioso que existe actualmente en América Latina es aquel sobre la importancia y valor dado a la opinión de funcionarios, políticos y voces expertas estadounidenses. Aunque luego sean cuestionadas desde ciertos sectores, sus voces tienen una fuerza incomparable con el impacto que puede generar las opiniones que realizan el camino inverso, de Latinoamérica a EEUU. Ahí reside uno de los desafíos más importantes de nuestra región: trascender esta imposición, médula de la dependencia que se ramifica en aspectos políticos, económicos y de seguridad. Para debilitar esta tendencia que es contradictoria con el horizonte emancipador, de autonomía y autodeterminación de los pueblos, hay que reforzar la tarea cotidiana de revisión pormenorizada de cómo se lleva a cabo y justifica la presencia permanente de EE.UU. en América Latina, a favor de intereses y sectores políticos y económicos concretos.
[1] Ver: Romano, Silvina (comp.) (2020) Trumperialismo: la guerra permanente contra América Latina. Madrid: CELAG-Mármol Izquierdo Editores, pp: 349-409.
* Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET), Argentina y del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica ( CELAG)