Colombia: Un Congreso de la República de pacotilla – Por Gustavo Petro
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región. Por Gustavo Petro
A muy pocos colombianos les cabe duda hoy que el país ha tomado un rumbo peligroso. La debilidad manifiesta de Duque, tanto para gobernar como para ganarse el apoyo popular; la debacle política de Uribe y del uribismo que ya no tienen propuestas serias para solventar la crisis que vive la sociedad colombiana, como no sea entregar más y más recursos a las grandes corporaciones privadas del país sin importar la ruina de la economía o el pueblo hambriento.
La crisis está llevando a Duque hacia la extrema derecha que lo espera ansioso, esa extrema derecha que lleva hoy el país a construir una dictadura violenta. La extrema derecha no tiene otro horizonte político que la destrucción física de sus oponentes.
Holmes como político que es, ha olfateado el movimiento, los vientos de su colectividad, e intenta tomar el liderazgo dejado por Uribe y Duque, simplemente dejando matar gente por la fuerza pública, que sin estrategia alguna, termina en manos de la corrupción, la violencia y el asesinato.
Cree Holmes que al mostrar los dientes, gesto que provoca muertos porque esta al frente de las armas públicas, conseguirá el liderazgo Uribista. La campaña política de Holmes Trujillo le ha costado muchos muertos al país.
La crisis del gobierno y del uribismo la intentan resolver primero concentrando todo el poder público y, segundo, a través de un quiebre constitucional que ya marcan la masacre de Bogotá, la muerte de Juliana, y el desacato repetido del ministro de defensa a la Corte Suprema de Justicia.
La muerte de Juliana o la masacre de Bogotá no son simples errores de un soldado o de unos policías minoritarios, no son el producto de una fuerza pública desmoralizada por Santos, como dijera Uribe. El problema se ubica en la doctrina que se enseña en el entrenamiento, como lo mostré en un debate del senado. La doctrina del enemigo interno que viene de la guerra fria y que se mantiene en Colombia.
Cuando se enseña por parte de políticos civiles que en Colombia hay enemigos dentro del país que hay que vencer, se militariza la lucha contra el crimen, se militariza a la policía, y sus integrantes levantan el arma contra lo que consideran su enemigo, y lo ven en el simple joven ciudadano, o en la pareja que intentaba construir su amor. La fuerza pública termina enfrentando al ciudadano para romper su manifestación a la que tiene derecho, para apresarlo, para matarlo, porque lo ve como su enemigo, eso les han enseñado.
La doctrina del enemigo interno, fue incentivada políticamente por el uribismo. Eso era lo que enseñaba en la escuela de guerra Jose Miguel Narvaez, el asesino de Jaime Garzón y asesor de la hoy vicepresidenta de la República, Martha Lucía Ramírez, cuando se desempeñaba como ministra de defensa de Uribe. Ese dogma llena las mentes, no solo de militares y policías sino, aún, de millones de ciudadanos, de la creencia que, matando, se resuelven los problemas del país.
Esa doctrina es la que hace ver la paz como una estupidez, o como la estrategia de una conspiración comunista para tomar el poder, que hace ver los muertos que todos los días aparecen en el país, como “buenos muertos”. Es la misma que desató la ejecucion sistemática de miles de civiles para hacerlos ver como bajas guerrilleras.
Para sostenerse como mentira, la doctrina del enemigo interno tiene que revivir al comunismo soviético, a Castro, a Chávez y a otros muertos. Tiene que identificar un chivo expiatorio para extirparle la existencia como hacía Hitler con su concepto del judeobolchevismo, que llevó al campo de concentración y a la cámara de gas a millones de judíos y socialistas y que hizo matar en Europa a 50 millones de personas.
Esa triste articulación de ideología de extrema derecha con la mentalidad enfocada en encontrar enemigos internos inexistentes, por que la guerrilla se puede acabar, si se quiere, con un proceso de paz; y el narcotráfico se puede debilitar con política social y con quitarle el poder político que hoy tiene, busca como propósito la defensa a ultranza de beneficios e intereses económicos muy poderosos que no se pueden mantener en un estado democrático.
La desigualdad social colombiana es la tercera más alta del mundo, y no se genera porque tengamos un gen proclive o, por la naturaleza o, por designio divino. La desigualdad tiene su reflejo en un sistema económico, social y político que genera privilegios inmensos para una muy pequeña parte de la población. El anverso de la desigualdad es el privilegio injusto. Un régimen así solo se puede mantener si se debilita al máximo la democracia.
La articulación de doctrinas de extrema derecha, enemigo interno, violencia, militarización del narcotráfico, régimen de privilegios, genera el ambiente propicio para la dictadura.
Ya estamos viviendo un quiebre constitucional en el país. Los desacatos a la Justicia lo son, las masacres lo son, la burla de los gobernantes ante sus asesinados, lo es. Las reacciones contra el avance del autoritarismo solo han surgido de sectores de la justicia y de la juventud.
Una juventud enorme ha salido como generación a resistir, a indignarse, a luchar por derechos y libertades. Por eso la tratan de macartizar como vándalos, a judicializarla con el aplauso de la prensa y de sectores más envejecidos de la sociedad. Si un soldado o un policía matan se trata de casos aislados que no comprometen a las Fuerzas Armadas. Pero si es un joven el que rompe un vidrio, es toda la juventud la que queda encasillada.
La Corte Suprema de Justicia y algunos tribunales y jueces han salido con valentía a afirmar la independencia de la rama judicial y a defender el Estado Social de Derecho.
El resto de la sociedad sigue en el “salvese quien pueda” que deja la pandemia, sin preguntarse siquiera ¿por qué somos el quinto país más contagiado del mundo, y por qué solo nos superan cuatro países con muchísima más población que el nuestro: EEUU, Brasil, India y Rusia.
Ni siquiera se preguntan, adormecidos en la rutina de la muerte, ¿por qué este gobierno dejo enfermar a la sociedad sin siquiera intentar controlar el virus?
La prensa abandonó su papel y su función social de barrera contra el poder para lo cual fue instituida en la historia. Por el contrario, se ha convertido en la propagandista del poder, defensora a ultranza de Uribe, destructora de la independencia judicial y macartizadora de la juventud que se rebela.
El llamado centro político, en lugar de buscar la más amplia unidad para defender la paz y la democracia, se mira el ombligo, buscando ver como un Fajardo derrota a Petro, y salva al grupo de privilegiados de las reformas que toca hacer, esperanzados en que la situación actual permita construir un gobierno uribista sin Uribe, en mantener la doctrina neoliberal asi ésta se desplome en todo el mundo.
En su mirada sin pasión, el centro aún cree que se puede mantener la democracia en Colombia sin luchar por ella, mirando ballenas, quizás.
Pero el papel más triste de todos es el del Congreso de la República. Llamado e instituido para ser el contrapeso del ejecutivo, para hacerle el control político, para agenciar los principales debates de la sociedad colombiana, hoy se silencia en una comoda virtualidad bien pagada.
La bancada uribista que aplaude el camino hacia la dictadura, ya no tiene que incendiar el Reichstag; el parlamento se ha silenciado solo.
Las sesiones virtuales no las mira nadie. El debate ha sido silenciado. A pesar de una sentencia de la Corte Constitucional que dictamina la necesidad de la presencialidad y el recobro del poder legislativo, las mesas directivas del senado, igual que el ministro de defensa, han desacatado la orden de la máxima instancia constitucional.
Cuando no hay cuerentena, cuando estan restablecidos los vuelos nacionales, cuando la gente va a fábricas, talleres, comercios, cuando los los buses van llenos, y hasta las iglesias reciben de nuevo a los feligreses; las mesas directivas del Congreso de la República se han inventado cuanta excusa sea posible para evitar que los parlamentarios se reunan en su sede.
Una alianza entre Duque y Char, condimentada con la entrega de Electricaribe a los financiadores del Cambio radical, ha logrado paralizar el Congreso, hacerlo inexistente.
El silenciamiento del Congreso de la República es el símbolo de la dictadura.
Claro que el Congreso podría ayudar a corregir el rumbo del país. Claro que podría censurar al ministro de defensa y abrir los debates sobre la situación de violencia que se ejerce desde el Estado, claro que podría corregir el que se destine el presupuesto a subsidiar, como no lo intuyó siquiera el exministro Arias, a los más poderosos de Colombia. Claro que la voz del Congreso podría apartar a Colombia del camino de la dictadura. Pero sus mayorías, acostumbradas a ordeñar el Estado a partir de cupos de contratación, de la entrega de sectores estatales a sus bolsillos, ha decidido silenciarse, y no solo ella, sino al conjunto del legislativo.
Al Congreso no le ha importado ni la masacre de Bogotá, ni la muerte de Juliana, ni las 62 masacres de este año, ni la muerte sistemática de 700 líderes sociales, ni la muerte sistemática de 250 excombatientes firmantes de la paz. Al Congreso de la República no le ha importado la ruina de la pequeña y mediana empresa colombiana, ni el hambre de millones, ni la expansión pavorosa de la enfermedad y la muerte.
A los congresistas solo les ha interesado devengar acostados en sus camas, cómodos en sus sillones aplaudiendo y siguiendo las indicaciones del gobierno y su bancada.
La crisis de Colombia se ve reflejada en la crisis del Congreso. El parlamento colombiano se convirtió en un Congreso de pacotilla, un hazmerreír permanente. Ni siquiera eso, en un desconocido sin voz, en silencio cómplice.
La minoría alternativa del Congreso hoy debería rebelarse. Las manifestaciones juveniles hoy deberían ir no a una plaza de Bolívar desierta, vacia de poder, donde solo esperan los gases lacrimogenos, los golpes oficiales y el apresamiento masivo de protestantes. Las marchas deberían correr pacíficas hacia donde esta el poder en cuarentena y devengando: a la casa de Holmes Trujillo a reclamarle por su desacato, por su omisión ante la muerte. A la casa de Char en Barranquilla a gritarle su complicidad en la muerte del Congreso y de la Democracia.
Las manifestaciones en cada región deberían escoger como sitios de congregación pacíficas los alrededores de las casa de los parlamentarios que permiten la muerte de la democracia, de la economía, del país.
La minoría alternativa del Congreso debería hacer cumplir la ley y la constitución. ¿Qué pasa si nos hacemos presentes en las plenarias y en las comisiones, si hacemos valer el reglamento y las instalamos por orden alfabético ante la ausencia física de las mesas directivas? ¿Qué pasa si con nuestra presencia invalidamos esa virtualidad inconstitucional? ¿acaso no nos respalda la ley y la Constitución para reunirnos?
Un tránsito dictatorial se enfrenta.
El país verá surgir enormes movilizaciones ciudadanas reaccionando ante la crisis, le corresponde a la juventud convocarlas. Le corresponde hoy a la juventud convencer a su familia, liderar el país. Solo he pedido que esas manifestaciones sean no violentas, precisamente para que sean inmensas. Que salgan a defender la Justicia, que acorralen a la dictadura y sus emisarios de la muerte. Una sociedad que no se mueve, simplemente se muere.
La defensa de la democracia, la derrota de la dictadura, es el camino que permitirá las transformaciones que Colombia requiere para ser un país pacífico, productivo y libre.
Nosotros estamos decididos a acompañar esa juventud. A esa Justicia que permanece digna, a esa minoría del Congreso si es capaz de usar la Constitución para restablecer el parlamento
Estamos decididos a defender la democracia y la paz de Colombia como toca. Con las multitudes en la calle.
* Senador progresista colombiano, fue alcalde de Bogotá y candidato presidencial por Colombia Humana.