Argentina: la diversidad en la muerte y el duelo – Por Bárbara Martínez, especial para NODAL
Por Bárbara Martínez *
En Argentina la pandemia por la COVID19 modificó drásticamente las prácticas de cuidado y las posibilidades de acompañamiento en las últimas horas de vida. El proceso de muerte impactó en las prácticas rituales y en los procesos subjetivos y sociales de comprensión y aceptación de los decesos. El duelo como modo de enfrentar la muerte no es sólo un hecho individual. La crisis por la pandemia ha traido aparejada la naturalización de la “cantidad de muertes” sin una reflexión profunda sobre el efecto sobre la incorporación de nuevos hábitos y rutinas que den cuenta de las transformaciones necesarias para afrontar la muerte y el duelo en el nuevo contexto.
La Argentina es un país diverso y los modos en que estos hechos se desarrollan a lo largo de su territorio resultan muy diferentes. Los procesos históricos regionales modularon los modos de vida locales y, entre ellos, las formas en que la gente enfrenta la muerte y el duelo. Tomemos dos casos concretos y representativos.
En términos generales, el noroeste argentino junto con algunas zonas de Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú, forma parte del área geográfica andina. En este extenso territorio con variabilidades regionales, las poblaciones pequeñas poseen un intenso vínculo con sus muertos. Cuando alguien va a morir se producen algunos eventos anticipatorios, como la presencia de ciertos animales que preparan al grupo frente al futuro deceso. Cuando éste se produce, la comunidad asiste a la familia del fallecido colaborando en la organización de los rituales mortuorios como el velorio, los banquetes colectivos y los rezos grupales, entre otros. El objetivo individual y grupal es que el fallecido pueda realizar su trayectoria postmortuoria (cruzar una serie de ríos en algunos casos, escabrosas montañas en otros) para alcanzar el “más allá”. Una vez allí, mediante rezos y otros rituales, el fallecido podrá mediar ante los seres sagrados llevando las peticiones de su familia.Además, en el plano colectivo, también intercederá favoreciendo la fertilidad de los animales y el desarrollo de los cultivos. Es decir, el fallecido ocupa un lugar central entre los vivientes.
Pero las posibilidades de que estos procesos se realicen por los carriles habituales se modificó con la emergencia de la pandemia. La situación se agravó, en las últimas semanas especialmente en Jujuy y Salta, donde el número de casos se incrementó drásticamente, llevando a estas provincias al borde del colapso sanitario. Puesto que el desenlace por la COVID19 puede producirse de manera veloz y puesto que los cuerpos enfermos y los cadáveres son considerados altamente contaminantes, las posibilidades de abordar las etapas anteriores a la muerte y los rituales que le siguen se han visto diezmados.
Si tomamos el caso de una gran urbe como Buenos Aires, nos encontramos con un contexto diferente. En momentos anteriores a la pandemia, buena parte de los rituales se desarrollaban de manera relativamente rauda. Una vez ocurrido el deceso, en general ocurrido en alguna institución, se cedía a las empresas fúnebres la organización de los rituales. Los últimos años han mostrado que los velatorios se desarrollan en períodos cada vez más cortos, o incluso que muchas familias escogen no hacerlos. Pero lo que a primera vista parece como una pérdida de importancia del ritual, muestra en realidad el modo en que éste se modifica. Al compás del proceso de individuación que caracteriza a la modernidad, aparecen nuevas formas en las que se sustenta el duelo (como el entierro de las cenizas del fallecido en cementerios que asemejan grandes jardines, por citar un ejemplo). En este sentido, aunque en las grandes ciudades pareciera que el vínculocon los muertos es distante, la puesta en marcha de rituales sigue constituyendo un elemento clave en la realización del duelo.
Sin embargo, en el contexto de la pandemia por la COVID19 el crecimiento de las tasas de contagio y las medidas de profilaxis hospitalaria han socavado gravemente las posibilidades del acompañamiento del enfermo y de una experiencia de despedida humanizada. La situación se ve agravada por una muerte aislada, en soledad, y por el tratamiento del cuerpo como potencialmente contaminante. Todo esto dificulta la realización de rituales mortuorios que respeten las necesidades del entorno afectivo y constituye un verdadero problema social.
Pese a las aparentes diferencias culturales entre los dos ejemplos referidos, la experiencia de acompañamiento al enfermo, despedida humanizada y realización de los rituales mortuorios que respeten las necesidades de los allegados son un elemento en común y generalizado en todo el diverso territorio nacional. Las etapas que comprenden desde el tratamiento en final de vida hasta los rituales de muerte deben ser encuadradas en un marco de tratamiento humanizado, flexible, que respete los derechos del enfermo y sus particularidades culturales, a la vez que proteja la salud de su entorno afectivo y de los trabajadores y trabajadoras que los asisten. Resulta clave implementar herramientas para el desarrollo y el fortalecimiento de las políticas públicas en relación a los procesos de duelo como experiencia individual y colectiva, respetuosas de la diversidad.
* Antropóloga de la Universidad de Buenos Aires. Integrante de la “Red de cuidados, derechos y decisiones en el fin de la vida” del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina.