Adiós, Pinochet – El Tiempo, Colombia

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El pueblo chileno hizo sentir su voz, y de qué manera. Por una abrumadora mayoría decidieron darle sepultura a la Constitución heredada de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) y emprender el camino de un cambio que debe significar el renacimiento de la ciudadanía y un paso adelante en democracia para dejar atrás una carta magna considerada un insalvable obstáculo para reformas sociales urgentes y necesarias.

Un 78,27 por ciento de los más de 7,5 millones de votos registrados este domingo se inclinaron por iniciar el proceso constituyente, en medio del júbilo y las celebraciones en los lugares emblemáticos de las principales ciudades chilenas. Porque, hay que decirlo, este proceso es hijo de la calle, de las multitudinarias manifestaciones de protesta que nacieron el año pasado como el tímido reclamo por el alza de los precios del transporte público y terminaron convertidas en un consistente grito de descontento por el modelo de desarrollo chileno, tan admirado por fuera de las fronteras por las cifras macroeconómicas y por su aparente estabilidad sociopolítica, pero tan insuficiente para permear las necesidades de las capas base de la población que se quedaron esperando el maná neoliberal que los Chicago Boys de Pinochet prometían.

Fueron meses de ardua agitación callejera que al final terminaron arrancándole al presidente de derecha Sebastián Piñera el compromiso de realizar una consulta popular sobre algo que hasta entonces era una línea roja. Y no faltó quien pensara que iba a ser un plebiscito sobre su gestión, pero la amplitud del mandato ciudadano superó esta tesis, entre otras razones porque muchos militantes de derecha votaron a favor del cambio constitucional, y solo se quedaron anclados en el no los de la ‘derecha doctrinal’, algunos muy afectos al legado del dictador.

Aunque, hay que decirlo, se percibe al presidente como perdedor porque por la fuerza ciudadana se vio obligado a caminar un escenario inesperado.

Y ese es el otro asunto que se debe resaltar. Esta iniciativa popular no tiene padrinazgos políticos ni sindicales, por lo que ningún partido se puede atribuir su éxito. Ni siquiera el progresismo latinoamericano, que ve en el fin del pinochetismo la reivindicación del sacrificio del presidente socialista Salvador Allende en 1973. Pero la dinámica de la política chilena es mucho más compleja que esta simplificación, y lo sucedido va mucho más allá de la tradicional batalla ideológica.

A los chilenos también se les consultó cómo debería ser ese cuerpo que le dará forma a la nueva constitución y decidieron, igualmente por amplia mayoría, que sea una convención constitucional de carácter paritario (mitad hombres, mitad mujeres), en lugar de una convención mixta (integrada además por congresistas activos). Serán 155 representantes que resultarán elegidos el próximo 11 de abril y desde la instalación del ente, que se calcula sea en mayo, tendrán nueve meses –extensibles a 12 por una única vez– para redactar la nueva constitución, que luego deberá ratificarse en otro plebiscito, esta vez de carácter obligatorio.

Se agotan los rezagos de la dictadura. Adiós, Pinochet.

El Tiempo


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