La vigencia de Salvador Allende, a 50 años del triunfo de la Unidad Popular – Por Paula Vidal
Por Paula Vidal *
Nuestra vía será también la de la igualdad. Igualdad para superar progresivamente la división entre chilenos que explotan y chilenos que son explotados.
Igualdad para que cada uno participe de la riqueza común de acuerdo con su trabajo y de modo suficiente para sus necesidades.
Igualdad para reducir las enormes diferencias de remuneración por las mismas actividades laborales.
La igualdad es imprescindible para reconocer a todo hombre la dignidad y el respeto que debe exigir. (Allende, Salvador 1970)
A más de 8 meses del 18 de Octubre de 2019, en que el pueblo de Chile se cansó del neoliberalismo extremo y dijo que quiere transformar la sociedad, poniendo en su centro la justicia y la igualdad social “hasta que se haga costumbre”, hoy se suman las consecuencias de la crisis sanitaria, económica, social y política en la que nos encontramos como país (pero también a escala global) , crisis que pagan directamente miles y miles de trabajadores y trabajadoras precarizados, desempleados y empobrecidos, junto a las familias populares cada vez más endeudadas y obligadas a exponer su vida para conseguir el sustento diario de los suyos. Esto nos vuelve a la pregunta sobre el tipo de sociedad que queremos construir, cuales fundamentos o principios y a base de cuales estrategias y tácticas políticas debemos avanzar. El triunfo de la Unidad Popular expresa el camino que eligió el pueblo chileno hace 50 años con Salvador Allende a la cabeza, para avanzar en Justicia e igualdad social, por ello, revisitar algunas de las ideas sobre la igualdad que concibió Salvador Allende, nos puede dar luces acerca de la vigencia de estas como fuente de inspiración para impulsar transformaciones en Chile.
Esbozo de un luchador social y una noción de la Igualdad
Salvador Allende nació en 1908 y murió en 1973, en circunstancias por todos conocidas. Su vida ha sido retratada muchas veces como una gesta heroica, a pesar de que nunca pareció tener el carácter de un héroe dramático, como dijo Tomás Moulian. Así, el propio Allende, en su último discurso en La Moneda, el 11 de septiembre de 1973, sella su vida no como la de un “apóstol, mesías o mártir, sino de luchador social”. Desde los años 30 participa en la política chilena, y como militante socialista en la elección presidencial de 1958 es candidato por el Frente de Acción Popular (FRAP), obteniendo la segunda mayoría. Tras esto, es electo senador en 1961, nuevamente candidato presidencial por el FRAP en 1964 y en 1969 con la Unidad Popular. Entre 1967 y 1970 se desempeña como presidente del Senado y asume también la presidencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS).
Entre sus ideas -explícitas desde el año 1939 en el Discurso en la Cámara de Diputados, el 7 de junio y en el Informe al IV Congreso del PS en 1943- se cuentan la necesidad de la unidad social de partidos, sindicatos y movimientos cívicos en función de servir a los “intereses del pueblo”. Asimismo, está planteada la recuperación por parte del Estado de las fuentes de materias primas, como eje sobre el que se sustenta lo que Allende define como la “independencia económica”. En este horizonte, le asigna un rol estratégico central al control del Estado sobre las industrias fundamentales, medio necesario para el “desarrollo industrial y la liberación económica” de los pueblos de Chile y América Latina. La democracia política burguesa tampoco queda excluida de su mirada crítica a partir de los años ‘40, reconociendo tempranamente que esta no es suficiente para defender las libertades individuales y sociales, que exigen efectivamente de una “democracia económica y social”. En ese sentido, para Allende, la democracia plena no es realizable bajo el capitalismo.
Después del triunfo de la Unidad Popular, en 1970, sus discursos adquieren una inmensa significación, porque van en una línea de defensa y profundización de los cambios sociales reales que la UP implementa –como un camino novedoso y único en ese momento en el mundo- en la construcción del socialismo. El socialismo chileno, dice Allende, es marxista y humanista, en sus palabras: “El socialismo está impregnado de un hondo sentido humanista”, donde el materialismo dialéctico es su fundamento filosófico. También es la sociedad donde se expresa la máxima libertad y el respeto del individuo, a través de la supresión de las clases sociales, la socialización de los medios e instrumentos de producción y el derecho a la propiedad privada en lo que a “bienes de uso y consumo” respecta. En lo económico, la producción planificada caracteriza una sociedad socialista, capaz de fabricar bienes de uso que deben ser distribuidos de acuerdo a la cantidad de trabajo realizado y aportado por cada hombre. Allende conoce la máxima marxista para la distribución de la Crítica del Programa de Gotha, el principio de contribución adecuado para la primera fase de la sociedad comunista.
Respecto de la igualdad social, también explicita que no sirve de nada el reconocimiento de esta si es que “el hombre nace y vive” en una sociedad que lo obliga a sufrir las limitaciones derivadas de su origen socioeconómico y cultural. Se opone a comprender la igualdad en la sociedad socialista como la homogeneización de las personas, y ratifica aquello al asignarle un lugar, en la sociedad socialista, a la meritocracia. Entonces, la igualdad contempla la meritocracia que, a diferencia del sentido que asume en una sociedad de clases, es posible ahí donde existe la socialización de los medios de producción y se han erradicado la explotación del hombre y las desigualdades asignadas según la estructura social a la cual se pertenece, permite asociarla al desarrollo de las capacidades y esfuerzos de cada uno, en armonía con una comunidad mayor. Así, la igualdad social en el socialismo significa que todos cuenten con las mismas posibilidades para desarrollarse, alcanzando diversas “escalas” según las capacidades, el esfuerzo y la iniciativa de cada sujeto. Un punto central, es que la igualdad social no es despojarse de la individualidad de cada uno; al contrario, es considerarla en su plenitud e integralidad.
Allende reitera y complejiza el uso de la noción de igualdad, al calor del propio proceso histórico. Desde un comienzo se advierte, al tomar posesión del gobierno en 1970, la referencia a la brutal desigualdad que sufre el pueblo chileno, a la codicia, violencia, sufrimiento, desempleo, privaciones, frustraciones y dependencia, heredadas de la larga historia social y política del país, que ha ofrecido a la población una existencia de inhumanidad y que el gobierno popular se compromete a transformar:
Heredamos una sociedad lacerada por las desigualdades sociales. Una sociedad dividida en clases antagónicas de explotadores y explotados.
Una sociedad en que la violencia está incorporada a las instituciones mismas, y que condena a los hombres a la codicia insaciable, a las más inhumanas formas de crueldad e independencia frente al sufrimiento ajeno.
Nuestra herencia es una sociedad sacrificada por el desempleo, flagelo que lanza a la cesantía forzosa y a la marginalidad a masas crecientes de la ciudadanía; masas que no son un fenómeno de superpoblación, como dicen algunos, sino las multitudes que testimonian, con su trágico destino, la incapacidad del régimen para asegurar a todos el derecho elemental al trabajo.
Nuestra herencia es una economía herida por la inflación, que mes tras mes va recortando el mísero salario de los trabajadores y reduciendo a casi nada —cuando llegan a los últimos años de su vida— el ingreso de una existencia de privaciones.
Por esta herida sangra el pueblo trabajador de Chile; costará cicatrizarla, pero estamos seguros de conseguirlo, porque la política económica del gobierno será dictada desde ahora por los intereses populares.
Nuestra herencia es una sociedad dependiente, cuyas fuentes fundamentales de riquezas fueron enajenadas por los aliados internos de grandes empresas internacionales. Dependencia económica, tecnológica, cultural y política.
Nuestra herencia es una sociedad frustrada en sus aspiraciones más hondas de desarrollo autónomo. Una sociedad dividida, en que se niega a la mayoría de las familias los derechos fundamentales al trabajo, a la educación, a la salud, a la recreación, y hasta la misma esperanza de un futuro mejor. (Allende Salvador; 1970).
Para Allende, la “vía chilena hacia el socialismo”, o “el socialismo con empanadas y vino tinto”, es expresión de la voluntad “del pueblo hecho gobierno” de satisfacer sus necesidades “materiales y espirituales”, es el camino elegido para luchar por “la igualdad y la justicia”, lo que permitiría asegurar a todos por igual “derechos, seguridades, libertades y esperanzas”, sin tener que recurrir a la explotación del hombre por el hombre.
Allende apela a la moralidad, a nuevas conductas que deben ser asumidas por el pueblo para la transformación social y la construcción del socialismo. No es la tarea de unos pocos ni de los partidos marxistas exclusivamente: es la tarea de todo el pueblo. Explícitamente, le asigna un lugar a la moralidad al interior del marxismo y de la construcción socialista, pues no es suficiente –como dice Adolfo Sánchez Vásquez (2006)- tener conciencia de la necesidad de realizar ciertos valores y fines, sino el deber de contribuir a realizarlos.
Para Allende, la tarea esencial entonces del nuevo gobierno es la construcción de un Estado justo, un Estado capaz de tener un progreso continuado en lo “económico, en lo técnico y en lo científico” cuyos beneficios alcancen a toda la población, y que además sea capaz de generar las condiciones para el desarrollo de los intelectuales y artistas del país. Esta situación, nunca alcanzada ni cercanamente en la historia previa del país, comenzaría a labrarse con la fuerza del pueblo y de la mano del nuevo gobierno, ahora en manos de la UP. El progreso, en este contexto, significaba abarcar a la totalidad de la población, permitiéndole este desarrollo en lo económico, en lo cultural y en lo técnico-científico. Asimismo, en el primer mensaje que realiza ante el Congreso Pleno, en mayo de 1971, vuelve sobre las características particulares del proceso chileno, calificándolo como un modelo nuevo para construir una sociedad socialista, basada en una vía pluralista. Las tareas que emprende este modelo son de diverso orden, pero se pueden resumir en romper con los factores causantes del retraso social y edificar una nueva estructura socioeconómica, capaz de proveer bienestar colectivo. En sus palabras, la guía de este proceso pasa por la “fidelidad al humanismo de todas las épocas, particularmente al humanismo marxista”. Allende considera que atender las necesidades populares es la forma de solucionar también los grandes problemas humanos, ya que ningún valor universal merece ese nombre si no es reductible a lo nacional, a lo regional y a las condiciones locales de existencia de las familias. Esta relación entre valores y traducción en el ámbito concreto de la vida social se aparta de la visión abstracta del valor, incapaz de rozar la vida cotidiana de las personas.
Al asumir el gobierno de la UP, él insiste en que las libertades políticas se hacen reales y tangibles en la medida que se alcanzan la libertad y la igualdad económica. En función de lo anterior, podemos leer en el discurso de conmemoración del Día del Trabajador, en 1971, la confianza que el gobierno de la UP comenzó a establecer en la relación entre las libertades políticas alcanzadas con las libertades sociales. En ese camino, Allende es un defensor de la idea de rescatar lo mejor del sistema burgués, para superarlo y así ampliar las conquistas logradas por la lucha del pueblo, tanto en el ámbito de lo político como de lo económico. En suma, Allende no concibe la realización de la democracia plena al interior del capitalismo ni bajo el dominio burgués, porque tal sistema permite que una minoría se apropie de las fuentes y recursos económicos, generando una desigualdad social que afecta a la gran mayoría de la población. Una sociedad socialista –al tener nuevas bases para el desarrollo económico- permite que el afán de lucro, el individualismo, la competencia y la explotación sean erradicados y reemplazados por otras formas de sociabilidad humana, donde la igualdad y el progreso para todos son fundamentales,
“estamos creando las bases económicas de una sociedad más justa, más igualitaria y más capaz de progreso generalizable a toda la población. Más justa, porque no se funda en el privatismo, movido por el afán de lucro, basado en la competencia económica y en la explotación del trabajo ajeno, sino en los principios opuestos de solidaridad, responsabilidad social y defensa de los supremos intereses nacionales y populares. Una estructura económica caracterizada por la propiedad privada de los medios de producción fundamentales, concentrados en un grupo reducido de empresas en manos extranjeras, y de un número ínfimo de capitalistas nacionales, es la negación misma de la democracia. Un régimen social es auténticamente democrático en la medida que proporciona a todos los ciudadanos posibilidades equivalentes, lo que es incompatible con la apropiación por una pequeña minoría de los recursos económicos esenciales del país. Avanzar por el camino de la democracia exige superar el sistema capitalista, consubstancial a la desigualdad económica. (Allende, Salvador; 1972).
En definitiva, muchos de los elementos que sostienen la crítica al sistema capitalista puestos por Allende, hoy se mantienen y se amplifican, así también, su visión –entre muchas otras- acerca de la democracia económica y social, de la igualdad, la libertad y el mérito son sustantivas para un proyecto emancipatorio en el Chile contemporáneo, aun teniendo en cuenta los límites acerca de la noción de progreso que plantea, pues hoy sabemos de los límites del planeta en la actualidad. A 50 años del triunfo de la Unidad Popular, revisitar el pensamiento de Salvador Allende hoy, se hace más necesario que nunca después de observar el manto de barbarie social que presenta y acrecienta la sociedad neoliberal.
* Académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile
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