El FMI vuelve a las andadas en América Latina – Por Rafael Cuevas Molina

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Por Rafael Cuevas Molina *

El Fondo Monetario Internacionalo (FMI) ha vuelto a hacer sentir sus pasos de animal grande en América Latina, después que durante más de veinte años parecía haber sido desterrado de nuestro continente, algunas veces solo porque no se había apelado a su «ayuda», y en otras porque había sido despedido con cajas destempladas.

Lo que nos trae a la memoria el FMI no es nada agradable. Junto al Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, constituyó la triada ominosa de la que se valió el llamado Consenso de Washington para imponer la implementación de las políticas neoliberales en la década de 1980. Entonces, en medio de una alharaca ensordecedora se arguyó, igual que ahora, que si no acudíamos a él caeríamos en el más horroroso precipicio del que no nos salvaría nadie.

Ecuador y Argentina demostraron más tarde, bajo las presidencias de Néstor Kirchner y Rafael Correa, que no solo se podía vivir sin él sino que se vivía mejor, sin sus «sugerencias» que emanaban de un recetario que, según ellos, era tan válido para Grecia, Mozambique o Perú y que, pasados cuarenta años, sigue sosteniendo como la poción mágica que nos curará de todos los males.

Ahora que la derecha ha llegado nuevamente a prevalecer en nuestro continente, tal como sucedió en esa nefasta década del ochenta, no ha pasado mucho tiempo para que nuevamente vuelva por sus fueros y toque la puerta del FMI.

Éste, ni lerdo ni perezoso, envía a sus huestes de tecnócratas a leernos en las esquinas los bandos en los que se consigna la urgente necesidad de reducir el aparato del Estado, impulsar un plan agresivo de privatizaciones, disciplinar a los díscolos vividores que son los empleados públicos, y elevar los impuestos a los asalariados, salvaguardando los intereses de los grandes capitales para que no se asusten y nos dejen íngrimos sin sus protectoras inversiones.

Es el mismo cuento de siempre, sin alteraciones, sin la más mínima modificación creativa que hiciera suponer que en cuarenta años, y dados los cuantiosos salarios que ganan sus burócratas, algo nuevo podía habérseles ocurrido.

No es que le estemos pidiendo al FMI que considere que el aumento de la brecha de los ingresos o la creciente concentración de la riqueza está mal. Ese tipo de constataciones son para el Fondo un asunto secundario mientras las cifras macroeconómicas se mantengan en los parámetros que él considera saludables, pero dadas las catastróficas consecuencias que se pueden constatar de la aplicación de sus «recomendaciones», por lo menos podría considerar otras opciones.

El Fondo Monetario Internacional es, sin embargo, solo un instrumento, por cierto que muy poderoso, pero solo un instrumento de los grandes intereses económicos transnacionales y nacionales.

Es el dilecto caballito de batalla que utilizan para hacer prevalecer el modelo que mejor se adapta a la acumulación de capital en sus manos. El Fondo está ahí, a la espera, atalayando el momento en el que, después de haber revuelto las aguas, los tagarotes nacionales invocarán su nombre, aprobarán leyes en sus respectivos parlamentos y recibirán con bombos y platillos a sus emisarios.

Entonces se repetirá en cada uno de nuestros paisitos el ritual de siempre: se hará la pantomima de la negociación, se dirá que no, que cómo se nos ocurre creer que alguien viene a poner condiciones, que se trata solo de sugerencias, que de ahora en adelante podremos nuevamente respirar aliviados… y nos darán por la nuca hasta dejarnos nocaut.

Y, al abrir los ojos, el dinosaurio todavía estará ahí.

* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.


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