El sistema universitario latinoamericano de cara al futuro – Por Jorge Calzoni, rector de UNDAV
El sistema universitario latinoamericano de cara al futuro
Por Jorge Fabián Calzoni, Rector de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV)
La pandemia de covid-19 puso en primer plano lo que es evidente hace largo tiempo: la inexorabilidad de una transición política ante la insoportable desigualdad de una región con 620 millones de habitantes pobres y 67,4 millones en extrema pobreza. Frente a esta realidad, que se profundizará como consecuencia de la dramática situación actual, y partiendo de una caracterización que permita comprender el escenario social, político y económico contemporáneo, es que el sistema de educación superior debe construir sus metas y trazar un camino viable para alcanzarlas. Aquí, cinco retos fundamentales para la Universidad de nuestros días.
En tiempos de covid-19 vivimos una transición política inexorable. Algo que vislumbró hace tiempo Álvaro García Linera, aún sin la pandemia que nos acorrala en este 2020.
Una región como América Latina y el Caribe es insostenible con una población de 620 millones de habitantes pobres y 67,4 millones en extrema pobreza. Estos datos, es necesario tenerlo en cuenta, se harán aún más extremos y se ampliará todavía más la insoportable desigualdad que padecemos como consecuencia de la dramática situación actual.
Hace poco, en el inicio del ciclo lectivo en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua), planteaba los retos que nuestro sistema universitario regional tiene de cara al futuro. Para ello, es inevitable realizar una caracterización de la situación social, política y económica para intentar comprender la escena contemporánea y trazar un camino viable a fin de alcanzar las metas propuestas. Por ejemplo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 (ODS) fijados por las Naciones Unidas en septiembre de 2015 y aprobados por 193 Estados miembro:
- Fin de la pobreza
- Hambre cero
- Salud y bienestar
- Educación de calidad
- Igualdad de género
- Agua limpia y saneamiento
- Energía asequible y no contaminante
- Trabajo decente y crecimiento económico
- Industria, innovación e infraestructura
- Reducción de las desigualdades
- Ciudades y comunidades sostenibles
- Producción y consumo responsables
- Acción por el clima
- Vida submarina
- Vida de ecosistemas
- Paz, justicia e instituciones sólidas
- Alianzas para lograr los objetivos
Hay quienes sostienen que las universidades deberíamos ocuparnos del objetivo 4, que, por supuesto, es una meta central; pero tenemos la obligación de ocuparnos de todos. En especial del 17. Al respecto, los actuales gobiernos nacional y bonaerense dan el ejemplo, incorporando a nuestras universidades públicas como actores fundamentales para la elaboración, el desarrollo y la aplicación de políticas públicas. ¿Acaso los técnicos y profesionales ocupados en el resto de los ODS no son formados en nuestras universidades? ¿De dónde se nutren las investigaciones y el conocimiento para la resolución de los problemas planteados? ¿Acaso la inclusión con calidad en la educación superior –un compromiso histórico de sus rectores– no permitirá acercarnos a los ODS? Y, del mismo modo, los aportes científicos, tecnológicos, el compromiso social a través de la extensión universitaria.
¿Quién no recuerda, en aquella enorme inundación producida en La Plata en 2013, la gran cantidad de jóvenes estudiantes y docentes trabajando codo a codo para ayudar a las familias que vivían una situación angustiante? Hoy mismo, frente a la pandemia, estudiantes, docentes, investigadores, no docentes, colaborando tanto en la asistencia virtual como en la fabricación de elementos necesarios para subsanar las consecuencias en los servicios sanitarios, así como la incorporación de recientes graduadas y graduados y estudiantes de enfermería solicitados desde las distintas jurisdicciones.
Tenemos muchos retos como sistema universitario, pero me detendré en cinco.
La construcción del conocimiento: ya no hay lugar para el enciclopedismo. La información está disponible en diversas plataformas, analógicas y digitales, y solo hay que orientar a las y los estudiantes en la búsqueda para evitar la información errónea o dispar. En todo caso, la labor de la enseñanza es más formadora, orientadora, facilitadora, no meramente informativa. La enseñanza está centrada en les estudiantes y no en les docentes. En todo caso es en esa relación, que necesitamos que sea virtuosa, que construyen el conocimiento de acuerdo con sus propias características cognitivas y las condiciones sociales. Las universidades deberán garantizar el pleno acceso de toda la población que desee formarse técnica y ciudadanamente en nuestras aulas. Para ello son necesarios diseños curriculares flexibles, seguidos continua y simultáneamente por docentes, estudiantes, graduadas y graduados, que permitan la movilidad entre distintas instituciones, incluso las extranjeras. Deberá contar con un sistema de créditos basados en el esfuerzo de les estudiantes –y no en las horas docentes–, que a su vez sea lo necesariamente universal para permitir la movilidad señalada. Hay que democratizar definitivamente la educación superior. Para ello, es clave definir claras políticas de acceso, retención y graduación; primero, con buenos diseños curriculares, luego, con políticas bien financiadas para garantizar equidad y calidad para todes, y finalmente, con el compromiso de cada claustro en generar una enseñanza multidisciplinaria. Las disciplinas, tal como fueron concebidas hasta ahora, habrán de extinguirse.
La investigación con pertinencia: la pandemia también nos muestra que, cuando las papas queman, son los Estados quienes se hacen cargo de las situaciones. Ese Estado nación cuestionado por un neoliberalismo voraz que siempre intentó reducirlo a su mínima expresión hoy se encuentra desnudo frente a la magnitud de esta crisis y no puede ocultar su importancia, no solo como regulador sino como vector que marca la dirección y el sentido de las acciones comunitarias, y, en definitiva, de las soluciones que nunca son individuales. Tal vez (ojalá así sea) esta pandemia nos permita comprender definitivamente el valor de lo colectivo y de un Estado presente y resuelto.
Por ello, la investigación científica debe ser pertinente, vinculada a la demanda de la sociedad, a sus problemáticas, a un programa de desarrollo, a la integración regional y a resolver, en primer lugar, la desigualdad imperante en nuestro continente. Tenemos una región e instituciones muy heterogéneas, sería una fortaleza que fuera consecuencia de la diversidad, pero lamentablemente tiene que ver en muchos casos con miradas ideológicas. Hay quienes creen que la investigación deben hacerla los países centrales y nosotros ser meros “satélites”; si hasta mandaron a los científicos a lavar los platos no hace tanto tiempo en nombre del “progreso y la inserción en el mundo”.
Si no generamos conocimiento en los distintos campos de la ciencia no habrá desarrollo, y sin desarrollo lo único que se incrementa es la desigualdad, la pobreza, el hambre y la deuda que aprovechan unos pocos vivos en desmedro de las grandes mayorías.
La extensión universitaria: los diseños curriculares deben incorporar la extensión no como responsabilidad sino como compromiso social, acreditar los saberes previos, el mal llamado “conocimiento no académico”. La Universidad ya no “entiende” a la comunidad (ni se lo propone con esa “perspectiva”): se integra armoniosamente con ella, en ella, con la participación de todas las organizaciones sociales, comunitarias, políticas, culturales, deportivas, gubernamentales y religiosas, capaces de generar el diálogo de saberes imprescindible para mejorar las condiciones sociales objetivas y, a su vez, lograr en nuestros futuros graduados y graduadas conocimiento interdisciplinario, comunitario y ciudadano para su formación profesional. En nuestra universidad lo hacemos a través de Trabajo Social Comunitario (TSC), asignatura obligatoria en todos los años de cada carrera donde se mezclan estudiantes de distintas disciplinas.
La transferencia: entendida no como servicio a terceros, sino como obligación irrenunciable de la Universidad pública. Todo el conocimiento que se enseña, genera o produce en nuestros claustros debe ser transferido a la sociedad que los sostiene. Aun aquellos que ni siquiera pasaron por la puerta o nunca desearon ir a sus aulas deben beneficiarse con lo producido puertas adentro.
La gestión universitaria: ser docente ya no garantiza las aptitudes adecuadas para la actual gestión universitaria; esta requiere una formación y capacitación que exceden al académico o investigador. Por otra parte, además del conocimiento, se requiere un compromiso no solo con los claustros, sino con la comunidad toda, dado que la Universidad del siglo XXI no estará cercada ni por muros ni por ideas, sino erigida con el objetivo de educar para una sociedad más libre y, por tanto, más equitativa.
Aquí, en muy resumida cuenta, los retos que enfrentamos en la Universidad que ya empezamos a vivir.