El Partido de la Libertad – Por El País, Uruguay
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
El lunes 10 de agosto el Partido Nacional festejó 184 años, cumpliendo una doble condición de excepción: ser uno de los partidos políticos más viejos del mundo a la vez con plena vigencia, nada más y nada menos que con uno de los suyos como presidente de la República.
Esta doble condición tiene un denominador común que es el orgullo de ser blanco, por su glorioso pasado, lleno de heroísmo, y su vigoroso presente, cargado de valentía para enfrentar la adversidad y soñar un futuro mejor.
Ciertamente el 10 de agosto de 1836, cuando el presidente de la República Manuel Oribe creó la divisa blanca con la inscripción “Defensor de las Leyes” no sabía que estaba fundando un partido político que tendría otro presidente en 2020. Oribe representaba la mejor tradición de la Patria Vieja, que desde tiempos coloniales se identificó con el ideario artiguista. Representaba a los patriotas que lograron la independencia en 1825, siendo el segundo al mando de los Treinta y Tres orientales.
Pero más importante que lo que representaba en ese momento fue lo que representaría para la posteridad. Oribe fue el primer estadista del novel Estado Oriental. Ordenó las finanzas, creó el sistema de seguridad social, fundó la Universidad, abolió la esclavitud y respetó e hizo respetar la Constitución y las Leyes. El legado de Oribe, en su americanismo y su profunda orientalidad, marcaría a fuego la identidad del partido que lo reconoce como su fundador.
Desde entonces la historia del Partido, unida indisolublemente a la de la Patria, siguió un camino cuyo horizonte puede describirse en una sola palabra de honda significación: Libertad. Oribe defendió la libertad de los esclavos, Giró defendió la libertad de comercio, Leandro Gómez defendió la libertad del país frente a la invasión extranjera, Saravia defendió la libertad de sufragio, Rodríguez Larreta, Aguirre y Beltrán, la libertad de expresión, Herrera la libertad de nuestro suelo y Wilson la libertad frente a la opresión.
Al leer la primera carta orgánica de 1872, en que el ya viejo Partido Blanco se agranda para ser Partido Nacional, se puede distinguir claramente como el principal valor a defender y preservar era la libertad. Después de todo, Juan José de Herrera, Agustín de Vedia y Francisco Lavandeira, sus redactores, eran plenamente conscientes de ese ideal y lograron proyectarlo al provenir.
La libertad del país, definida por Bernardo Berro como la nacionalización de nuestro destino, es una concepción cabal de independencia y soberanía y ha sido una de las principales banderas del Partido Nacional a lo largo de los tres siglos en que actuó. Esa concepción tan cara a Luis Alberto de Herrera, que moldeó como nadie nuestra conciencia exterior y que tan bien le ha hecho al Uruguay para posicionarse como Nación respetada en el orbe.
La libertad política, entendida como la participación de los ciudadanos en el pleno goce de sus derechos a expresarse, manifestarse, elegir y ser elegidos. La defensa radical e intransigente de valores republicanos y democráticos sin mácula a lo largo de una larguísima tradición. Después de todo fueron los valores por los que Saravia fue a la revolución, y por los que supo dar la vida, los mismos valores que defendió Wilson en su oposición irreconciliable a la última dictadura militar. También, los valores que defendió luego, al buscar sanar las heridas de nuestra comunidad espiritual haciéndose cargo de los problemas que le generaron al país quienes pactaron en el Club Naval.
Y, finalmente, la libertad de la persona, su capacidad de autodeterminarse y escoger su propio proyecto vital sin coerciones indebidas, sin atropellos desde el poder. La libertad de cada uno de elegir colaborar con sus semejantes de la forma que entienda mejor, intercambiando sus ideas libre y voluntariamente en todos los ámbitos del quehacer humano.
La Libertad, en definitiva, que define el principal aporte, aunque no el único, del Partido Nacional a la identidad del Uruguay. No es casualidad que nuestro actual presidente Luis Lacalle Pou también se defina en los términos de su partido. La libertad responsable con que confió en la gente durante la pandemia y la libertad para crear y construir que le plantea al país para progresar y superar la adversidad es un signo de identidad de su gobierno, que es muy blanco.
Acercándose a los dos siglos de vida el Partido Nacional tiene mucho para enorgullecerse, y el motivo fundamental es seguir sirviendo al país sin medir costos, en esa idealidad romántica que tan bien lo define y que, más allá de los avatares de cada tiempo, lo han hecho un actor fundamental de nuestra vida democrática.
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