América Latina y la guerra de las vacunas – Por Rafael Cuevas Molina

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Rafael Cuevas Molina *

No hay que ser ingenuos y pensar que lo que realmente interesa en la mayoría de las discusiones a las que asistiremos en los próximos meses tienen como preocupación central nuestra salud. Aquí se están jugando ganancias fabulosas de cifras exorbitantes que, en nuestro continente con tanto déficit educativo, muchos no podrían ni leer.

Los colegios médicos de España piden que el gobierno central, los gobiernos autonómicos y otras instancias que tienen poder para decidir sobre políticas sanitarias, se pongan de acuerdo, cesen sus disputas políticas y asuman seriamente el enfrentamiento a la pandemia con una política común.

Lo que sucede en España refleja lo que sucede a escala planetaria. En cada etapa de la pandemia que nos ha tocado vivir han estallado las disputas, muchas de las cuales buscan llevar agua para los molinos que muelen para ciertas tiendas políticas. Donald Trump, por ejemplo, catalogó de “chino” al virus, y en todos los países las medidas de confinamiento o apertura se han transformado en excusa para verdaderas batallas campales entre responsables e irresponsables del bienestar popular.

Así que no podíamos esperar menos de esta nueva etapa cuando las vacunas se anuncian en el horizonte, y nuevamente movilizan no solo a los políticos sino a los enormes intereses económico que giran alrededor de las multinacionales farmacéuticas. Recuérdese que son ellas las que generan uno de los mayores espacios de acumulación de capital en el mundo, junto a la industria armamentista y la del entretenimiento.

Así que no debe sorprender que de aquí en adelante veremos un espectáculo de calificaciones y descalificaciones de lo que se vaya anunciando, y los de a pie, los que no tenemos mucho que ver con esa disputa de grandes intereses económicos y políticos globales, pero a quienes nos tratan de engatusar para que brindemos nuestro consenso por una u otra posición, asistiremos al pugilato de los pesos pesados desde nuestro encierro.

En América Latina, con la eventual excepción de Cuba, que ha desarrollado durante años una potente industria farmacéutica con conocimiento propio que viene dando resultados muy positivos, nadie tiene la real posibilidad de entrar como protagonista en esa guerra de las grandes potencias. Argentina, México, Nicaragua y la misma Cuba lo podrían hacer jugando el papel que jugamos los latinoamericanos en otras áreas de la producción industrial contemporánea: como ensambladores, es decir, recibiendo desde el norte los resultados y “ensamblándolos” aquí.

Así que la disputa en esta esquina del mundo está entre qué logro de las grandes potencias reproduciremos, si el de los rusos, cuyo presidente ya anunció la Sputnik 5 (en clara alusión al satélite que los puso al frente de la carrera espacial en plena Guerra Fría), o el del grupo AstraZeneca-Oxford, que el multimillonario Carlos Slim anunció que apoyará financieramente.

No hay que ser ingenuos y pensar que lo que realmente interesa en la mayoría de las discusiones a las que asistiremos en los próximos meses tienen como preocupación central nuestra salud. Aquí se están jugando ganancias fabulosas de cifras exorbitantes que, en nuestro continente con tanto déficit educativo, muchos no podrían ni leer.

Asimismo, así como Trump catalogó de “chino” al virus para tratar de enlodar a la potencia económica rival de esta coyuntura mundial, no vacilará no solo en relevar o inventar cualquier cosa que pueda desprestigiar o sembrar dudas de lo que logren sus rivales.

Y como siempre, habrá aliados locales que, como cacatúas, amplificarán con sus pequeños altavoces lo que al respecto reproduzcan las grandes agencias de noticias y los medios de comunicación “de prestigio”, a los que debe creérseles a pie juntillas y de los que no debemos sospechar.

Esa es nuestra historia de siempre, tan de siempre que ya en los tiempos en los que nos desgajábamos del imperio español Simón Rodríguez nos advirtió: “O inventamos, o erramos”. Seguimos errando.


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