¿Sirven las apps de rastreo para acorralar al coronavirus en América Latina?

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Los epidemiólogos hablan de la necesidad de “cercar” a los virus que producen enfermedades infecciosas como la COVID-19, sobre todo cuando no existe una vacuna o un tratamiento eficaz y seguro. Para lograrlo, hay que hacer “trazabilidad” seguir paso a paso la propagación del virus, o “rastreo de contactos”.

¿En qué consiste?

En encontrar la cadena de contagio a través de un cuestionario dirigido a quienes han dado positivo en la prueba o son sospechosos de serlo, por sus síntomas: ¿dónde y con quién vive? ¿ha viajado a otras ciudades o países? ¿qué lugares ha frecuentado en los últimos días? ¿con cuántas personas tuvo cercanía?, entre otras. El objetivo es obtener información para detectar a otros potencialmente infectados, aunque sean asintomáticos, y hacerles seguimiento durante unos días mientras son aislados preventivamente. Así se interrumpe la propagación y de paso se aprende un poco más sobre el virus.

¿Cómo se realiza?

El rastreo se ha hecho tradicionalmente por equipos humanos que utilizan lápiz y papel, visitan zonas de manera presencial o llaman por teléfono. Ha sido una práctica exitosa desde hace décadas para prevenir el contagio de otras enfermedades infecciosas alrededor del mundo como la tuberculosis o el VIH y para detectar casos nuevos que permanecen bajo el radar por el estigma asociado a ellas. Más recientemente se utilizó para evitar la expansión de las enfermedades respiratorias causadas por el SARS y MERS en Asia, y el ébola en países africanos.

Durante la epidemia de marzo de 2014 en Liberia, un equipo de rastreo de miles de personas trabajaron de manera descentralizada y en alianza con organizaciones locales en todo el país. Tolbert Nyenswah, quien coordinó la operación de emergencia, explicó que fueron puerta a puerta por 22 distritos para identificar casos y aislarlos, entregando también víveres a los más necesitados para que no violaran la cuarentena por necesidad. De esta manera, lograron llevar los casos a cero y erradicar el ébola del país.

Ante la velocidad contagiosa de la COVID-19 (9.000 rastreadores no lograron atajarlo en la ciudad de Wuhan, China), los altos costos de contratar personal dedicado a esta tarea, y la dificultad que presenta ubicar a todos los posibles contagiados en un estadio de fútbol o a todos los pasajeros que se suben a un autobús urbano, se empezó a hablar de la necesidad de utilizar aplicaciones móviles. En los últimos tres meses han aparecido tantas, que ya se habla de una “appdemia” global.

¿Cómo funcionan?

Varias fueron creadas por los propios gobiernos y utilizan el servicio de geolocalización (GPS) o el escaneo obligatorio de códigos (QR), como en China, para identificar y registrar los lugares que cada persona visita. Esta información es recolectada y centralizada por las autoridades, y les permite saber qué sitios pueden ser focos de infección y qué personas están en riesgo, para aislarlas o lanzar alertas a los usuarios para que no circulen por allí.

Otras aplicaciones han aprovechado la tecnología que Google y Apple desarrollaron y que funciona de manera más descentralizada, preservando también el anonimato de los usuarios. Esta funciona mediante la tecnología bluetooth, que envía una señal a los teléfonos de quienes estuvieron cerca de alguien que dio positivo en la prueba y lo reportó de manera voluntaria en el sistema. Esto se conoce en inglés como “Exposure notification”.

Expertos en tecnología han cuestionado aspectos técnicos y de uso en los distintos modelos. Algunas necesitan estar abiertas todo el tiempo en ciertos teléfonos para que funcionen o pueden dejar de operar para ahorrar batería, o cuando el teléfono se apaga. Las personas también pueden dejar el aparato en casa al salir y ahí se pierde el seguimiento. También pueden presentar errores. El GPS no es exacto en todos los lugares y el bluetooth puede enviarle una señal de alerta a una persona indicándole que ha estado muy cerca de alguien que dio positivo en la prueba. Pero esa señal puede venir del vecino del apartamento de al lado, con el que realmente no ha habido ninguna cercanía porque los dividen muros de concreto.

¿Las estamos utilizando en América Latina?

El uso de estas aplicaciones es opcional, no obligatorio, en los países de la región y se están utilizando para dar información oficial, solicitar permisos o pasaportes de movilidad a través de ellas, reportar síntomas y pedir ayudas económicas, entre otras. Pero no es claro hasta dónde han logrado incorporarlas a su estrategia de rastreo de contactos y vigilancia epidemiológica, que también ha sido muy desigual entre los países. Según el doctor Sylvain Aldighieri, Gerente de Incidentes para la COVID-19 de la OMS, algunas islas del Caribe oriental, Cuba y Costa Rica se destacan por hacer un buen rastreo de contactos, sin contar necesariamente con la tecnología más sofisticada.

Entre los países que sí apostaron por hacer monitoreo a través de aplicaciones móviles desarrolladas por sus gobiernos está Colombia. Más de 9 millones de colombianos han descargado la aplicación, llamada Coronapp. En las redes sociales hay varios testimonios de usuarios que reportaron algunos síntomas pero nunca recibieron respuestas por parte de rastreadores en sus respectivos municipios, lo que habla de la capacidad de seguimiento que hay que montar, en paralelo a estas aplicaciones.

Ante esta situación, el Instituto Nacional de Salud de Colombia le dijo a Salud con lupa que la app no se estaba utilizando para el rastreo de contactos. Sin embargo, el ministro de Salud, Fernando Ruiz ha dicho públicamente que la información recabada gracias a su uso, sí les ha permitido identificar zonas de mayor concentración de casos y que será fundamental durante la reapertura gradual que el país ya comenzó, al tiempo que se busca ampliar de manera incremental la capacidad de rastreo humano.

Coronapp no ha estado exenta de críticas, al igual que su versión gemela, la aplicación peruana, Perú en tus manos. A ambas se les ha cuestionado, no solo su funcionamiento técnico y legal, sino también su falta de claridad y transparencia en los términos y condiciones para los usuarios y lo que los gobiernos harán con sus datos. Este es un debate que existe alrededor del mundo, porque no es lo mismo controlar una pandemia que utilizar la enfermedad como excusa para vigilar a los ciudadanos.

El otro modelo, más descentralizado y anónimo con notificaciones vía bluetooth, está por ensayarse en Uruguay, el primer país que firmó un convenio con Google para utilizar esta tecnología en su aplicación llamada Coronavirus UY. El país ha logrado atajar la expansión de la COVID-19 con éxito, pero está invirtiendo en el aplicativo para seguir monitoreando el virus. Su uso y efectividad será un experimento incierto, ya que aunque existen más líneas móviles que habitantes, solo el 35 por ciento de los uruguayos utiliza teléfonos inteligentes y no todos los modelos pueden ser compatibles.

¿Qué retos enfrentan las apps de rastreo de contactos en nuestra región?

La “brecha tecnológica” que existe, a mayor o menor medida, en distintos países de América Latina es un gran obstáculo. Millones de personas aún no tienen acceso a internet y racionan el uso de minutos y datos con planes de recarga prepago. En los lugares más apartados, que también pueden ser los más vulnerables a enfermedades, como la Amazonía, ni siquiera hay señal telefónica o de internet, o funciona pésimo.

“Me preocupa que las soluciones digitales son pensadas desde el escritorio y muy poco desde el campo”, dice el doctor César Ugarte, médico epidemiólogo vinculado a la Universidad Cayetano de Heredia de Lima, y quien ha trabajado desde hace 20 años en proyectos para mitigar la tuberculosis en el Perú. Explica que uno de los elementos fundamentales para que el rastreo de contactos en cualquier enfermedad infecciosa funcione es la confianza. Y eso se ha construido tradicionalmente, a través del contacto humano, no por una pantalla.

Quizás las apps puedan ahorrar tiempo y ayudar a las autoridades sanitarias a recopilar información más precisa, pero no pueden reemplazar a los humanos, que toman las decisiones con base en la información recopilada. Además, para que estos aplicativos tengan sentido, como un elemento de vigilancia y control de una epidemia, los analistas calculan que al menos el 60 por ciento de la población debe utilizarla. Mientras ese no sea el caso -por falta de confianza, dificultades de acceso y otros factores técnicos- los países no tienen otra opción que seguir fortaleciendo sus equipos de rastreo humanos para continuar vigilando el virus, especialmente ante posibles rebrotes.

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