El abuso del plástico, otro efecto colateral de la pandemia

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El abuso del plástico, otro efecto colateral de la pandemia

Cuando Diana Bermúdez se enteró que tenía coronavirus se encerró en su habitación. Dejó del otro lado de la puerta a sus dos hijas de uno y cinco años, a su esposo y a su mamá, una señora de la tercera edad. Durante casi un mes barrió y trapeó su habitación a diario, lavó los platos en el baño del cuarto y se encargó de desechar meticulosamente cada papel higiénico o tapabocas usado. La basura que fue acumulando, por órdenes de la administración del conjunto no podía llevarse al shut para evitar contagiar a otros vecinos. “Estuve durante 10 días con mi basura en el balcón hasta que una empresa de aseo en Bogotá me explicó cómo deshacerme de los residuos”, cuenta.

Como Diana, cientos de personas en el mundo desconocen los procedimientos correctos para eliminar la basura que dejan los días de pandemia. Si se tiran a la calle los guantes y las mascarillas pueden terminar en alcantarillas y luego en el mar. Y una vez que entran en el agua representan una amenaza para la vida marina. De hecho, varios estudios han logrado corroborar que el plástico se llena de algas y bacterias cuando lleva el suficiente tiempo debajo del agua y así representa peligro para las tortugas, pues lo confunden con alimento. En Hong Kong, por ejemplo, 70 tapabocas fueron encontrados en un tramo de menos de 100 metros por el grupo de conservacionistas OceansAsia, en una playa de la isla Soko.

En siete meses de pandemia los guantes, las toallitas desinfectantes, los frascos y los tapabocas han contribuido al crecimiento de consumo de plástico de un solo uso. La Asociación Internacional de Residuos Sólidos (ISWA) estimó que el crecimiento de este material contaminante pudo haber aumentado entre un 250 y 300 % en Estados Unidos con la llegada del coronavirus. Según el pronóstico de Grand View Research, el mercado global de máscaras desechables creció de $800 millones en 2019 a $166 mil millones en lo que va de 2020. Además de un incremento del 20 al 25 % en su utilización para los próximos dos años.

El plástico se ha convertido en un material imprescindible para los equipos de protección individual (EPI) tanto del personal sanitario como de las personas contagiadas. Las mascarillas que utilizan en los hospitales, llamadas FPP, están elaboradas de un elemento filtrante constituido por fibras plásticas que se encargan de retener los virus. Los tapabocas, los guantes, las batas impermeables, las gafas, las viseras y los protectores faciales también son otros EPI, que forman parte de ese equipo de protección. El uso de elementos plásticos en las clínicas no se reduce a estas herramientas. Están, además, en piezas para equipos médicos, como respiradores, ventiladores, jeringas, tubos médicos y las bolsas de sangre.

En Austria, expertos calcularon cuántas toneladas de residuos hospitalarios se habían recolectado en abril, el mes más crítico de la pandemia en este país. En un solo mes se produjeron 185 toneladas, sin contar las recolectados en hogares geriátricos. En España, el Ministerio de Sanidad aseguró que en Madrid y Cataluña, las dos regiones más afectadas por el virus, los residuos sanitarios aumentaron un 300 y 350 %, respectivamente. Y en México, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales estimó que los pacientes contagiados han generado 350 toneladas de residuos biológicos infecciosos. Cada enfermo de coronavirus produce al día de 2 a 2,2 kilos de residuos considerados como peligrosos.

Antes de la pandemia, solo un 15 % de los residuos hospitalarios se consideraban peligrosos: un 10 % por su carga infecciosa y un 5 % por sus componentes químicos, según la OMS. Y aunque haya protocolos establecidos para garantizar su eliminación correcta, existen algunos de ellos que no se pueden reciclar, como es el caso de los tapabocas que están hechos de tela no tejida de polipropileno, un material que se produce a partir del etileno, un compuesto derivado del petróleo o del gas natural que hace imposible su reutilización. Cada tapabocas tiene una vida útil de máximo ocho horas y tarda cerca de 450 años en descomponerse.

“En términos prácticos, incluso las mascarillas que no están contaminadas son imposibles de reciclar, ya que están hechas de múltiples capas y tipos de plásticos que tendrían que ser separados. Las instalaciones de reciclaje simplemente no están equipadas para manejar estos artículos”, señaló a la BBC George Leonard, director científico del Ocean Conservancy. El 12 de marzo, seis días después de que se confirmara el primer caso de coronavirus en el país, el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima) publicó algunas recomendaciones básicas para asegurar la eliminación correcta de estos elementos.

Aseguró que es indispensable que luego de cumplir con el tiempo prudente de uso, el tapabocas se debe retirar sin tocar la parte frontal y posteriormente se tiene que desechar en una bolsa de basura marcada con un indicativo especial. La Secretaría de Salud de Bogotá, por su parte, recomienda desinfectar los elementos con alcohol o cloro y luego destruirlos con tijeras para evitar que puedan ser reutilizados por otras personas. El Ministerio de Salud agrega a las recomendaciones, evitar tocarse los ojos, la nariz y la boca a la hora de retirarlo de la cara y finalmente lavarse las manos con un desinfectante a base de alcohol o con agua y jabón después del uso.

En Colombia aún no son exactas las cifras de desechos que se han generado por la pandemia. Pese a que Acoplásticos reporta el incremento de hasta 50 veces más del consumo de elementos como guantes, tapabocas y batas, para Diego Guzmán, CEO de Ática, una de las mayores empresas de residuos industriales del país, en estos meses se ha registrado una reducción, quizá porque las personas no conocen su correcto desecho y terminan botándolos en la basura normal. También los servicios de estéticas, odontológicos y otras consultas no se han realizado. “Los residuos peligrosos se han reducido entre marzo y julio un 14 %, pese a que las salas de urgencia del país están atiborradas”, añade.

Los residuos hospitalarios se dividen en tres categorías. Los biosanitarios, que son los tapabocas, jeringas usadas, bolsas de suero; los químicos, y los anatomopatológicos, que son los residuos patológicos humanos, como biopsias, tejidos, órganos y partes corporales. La OMS explica que la manera más eficaz de desecharlos es por medio de las quemas térmicas o incineración. “En el caso de la incineración, se pueden liberar a la atmósfera agentes contaminantes, así como cenizas residuales. En el caso de que los productos quemados tengan cloro, liberan dioxinas y furanos, sustancias cancerígenas. Y de contener componentes metálicos provocan la dispersión de metales tóxicos”.

En Colombia el Ministerio de Ambiente avaló en 2002 la incineración de algunos materiales y Ática las realiza desde 2004. “El gobierno tiene una legislación muy estricta que controla las emisiones y cada horno debe tener un monitoreo en el que cada cinco minutos registre vapores y humos procedentes de la incineración. Dos veces al año hacen un control isocinético y, en la chimenea ponen una máquina para verificar qué gases se están emitiendo. Además, están realizando visitas sorpresa para ver cómo está el funcionamiento”, dice Guzmán. Pese a que el plástico ha sido fundamental para mitigar los riesgos de contagio es enorme el impacto ambiental que genera.

La pandemia aumentó también el consumo de otros plásticos desechables como bolsas, botellas y recipientes para domicilios, muchos de ellos, según la OMS, “terminan en vertederos y si no están bien constituidos pueden contaminar el agua”. Con las medidas de reapertura económica puestas en marcha en otros países, como los separadores de acrílico entre las mesas de los restaurantes o en los puestos de entrenamientos en los gimnasios, la problemática crece. A la organización ambiental Greenpeace le preocupa el incremento del uso de este material que tardará en degradarse más de 100 años y con el tiempo hará parte de las 13 millones de toneladas de plástico que, según la ONU, ya reposan en el mar.

El Espectador


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